Cada persona puede escribir como le venga en gana (y de hecho lo hace), y aquello de que la combinación de las palabras, de manera que formen una oración que tenga sentido, está separado por una línea fina de lo que no tenga tanto sentido, pero hay una línea más marcada entre lo que tiene estilo literario y lo que es una reunión anárquica de palabras. Todo depende del lector, de sus preferencias, y a pesar de que en la gramática la sintaxis tiene reglas que respetar, lo que para unos es valioso, para otros puede ser desagradable o fútil.
Pero si hay algo inaceptable en la construcción gramatical, son los errores ortográficos, porque en una época en que se ha generalizado el mal uso del idioma español con aquello del “lenguaje inclusivo”, un documento que no guarde escrupulosamente la ortografía puede ser causa prematura como para renunciar a su lectura ya desde la primera línea.
Durante la Semana Santa vi en muchos medios de prensa —principalmente televisivos— que utilizan en sellos o pies de pantalla muchísimas expresiones, frases o sustantivos que tienen que ver con esa celebración cristiana y que adolecían de barbarismos ortográficos. Eso ya pasó. Hoy nos hallamos en la plenitud de la Pascua, que, en el calendario litúrgico católico, es el tiempo que media entre el Domingo de Resurrección y Pentecostés, celebraciones que invariablemente deben escribirse con mayúsculas iniciales, que no es una extralimitación de su uso —que con frecuencia sucede—, sino que afectan al sustantivo y adjetivo en el primer caso y al sustantivo en el segundo, así como debió siempre escribirse Cuaresma o Semana Santa con igual rigor ortográfico y que —reitero— no siempre se lo hizo. Pascua, que es un sustantivo, es el medio de salutación en este periodo litúrgico, de manera que la Academia Española recomienda no usar el plural, como con frecuencia solemos hacer, y más bien decir: ¡Feliz Pascua! ¿La razón? El calendario enseña que esta no es la única Pascua, por lo que se puede inferir que en estas fechas no es correcto expresar o desear “felicidad” por las otras, que son motivo de distintas celebraciones y están distantes en el tiempo.
Y desde el Miércoles de Ceniza que, en atención a los razonamientos anteriores, también se escribe con mayúsculas iniciales, los católicos frecuentamos la iglesia con mayor asiduidad, que, como templo cristiano, se escribe con minúscula, contrariamente a Iglesia católica, que, como institución eclesiástica, se escribe con mayúscula, aunque el adjetivo que identifica la denominación religiosa (es decir, católica) se escribe con minúscula.
En la iglesia, los feligreses —con preferencia en este tiempo pascual— encendemos cirios, no sirios, y asistimos al gran oficio religioso, que es la misa, que en ningún caso debe escribirse con mayúscula, y en general todos los ritos católicos, como la vigilia, la comunión, las abluciones, la confesión, la procesión e inclusive la “transubstanciación” (que es el momento culminante del gran Sacrificio de Cristo en la Cruz, que también se escribe con mayúsculas iniciales y que es actualizado en nuestros altares), se escriben con minúsculas.
La oración que Jesús mismo nos enseñó para dirigirnos al Padre, se escribe padrenuestro y no Padre Nuestro. Padre es el Dios de las tres principales religiones monoteístas, pero, siguiendo las reglas de las mayúsculas, al sacerdote católico se le llama también padre, que, como cualquier dignidad, se escribe con minúscula (ej.: padre Rodrigo), salvo que se use la abreviatura, caso en el que se utiliza mayúscula (ej.: P. Arcesio) o, si se trata de un sustantivo propio, ante lo que Padre se escribe con mayúscula inicial (ej.: el Padre dio comunión a los fieles de su capilla). Ninguna de las palabras o expresiones antes citadas deben escribirse todo en mayúsculas. Ello equivaldría a gritar, pero en ningún caso a darles mayor realce o respeto, como generalmente se cree.
Finalmente, en un tiempo en que gobiernos —como el de la Argentina— han prohibido el uso del lenguaje inclusivo, debemos retomar las reglas de la gramática y la ortografía sin más coerción que lo que la RAE hace desde hace más de 300 años: proteger la lengua, estudiarla, y ya no escribir la Última Cena o la Oración del Huerto. Háganlo todo con minúsculas, a no ser que sean el comienzo de una oración, en cuyo caso solo “Última” y “Oración” deberían ir con mayúsculas iniciales. ¡Alto a la barahúnda ortográfica!
Augusto Vera Riveros es escritor y jurista