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Origen (y mito) de la justicia social

Antes de que la ‘justicia social’ fuese cooptada por la izquierda para formar parte de su lista de utopías, ese concepto político, sin la carga de la connotación económica e incluso filosófica de hoy en día, estuvo ligado, simplemente, al relacionamiento de las personas en sociedad. No importaban las creencias de cada uno, la justicia social era el ideal de una comunidad menos azarosa, tal vez más equitativa.

No había, en el génesis de la idea de justicia social, la áspera discrepancia entre progresistas y conservadores, los primeros todavía vinculados con la lucha de clases (y el inevitable resentimiento hacia una contraparte a menudo identificada con los “patrones” o “terratenientes” de la derecha) y los segundos asociados con los valores tradicionales, con la individualidad, con la defensa de la propiedad privada (y el ineludible desprecio hacia los “díscolos” o “demagogos” de la izquierda).

La justicia social no era, entonces, algo exclusivo del pensamiento de izquierda. Y, por más que el progresismo intente que no, tampoco en la actualidad las posiciones de derecha o de centro dejan de buscarla, a su modo. Recalco y agrego: a su impertérrito modo. Pese a esto, es necesario atender los orígenes y derribar el mito de la justicia social como “capital” de la izquierda, que no obstante le ha sacado provecho teórico, discursivo, comunicacional.

Todo es debatible, como también todo en la vida se demuestra con hechos; seamos prácticos. Aquí les traigo un ejemplo familiar de la justicia social (en la sociedad) aplicada por el socialismo local (ya sé que es pueril frente a las injusticias que existen y oprimen a los grandes marginados, pero sirve para conocer el doble rasero de cierto izquierdismo siglo XXI).

Paréntesis previo: sabemos que la justicia social no existiría, en tanto norte a seguir, sin injusticia social, así como sabemos que de esta no se salva casi nadie (aunque, es bueno remarcarlo, este concepto refiere esencialmente a las inequidades pendientes de corrección por parte de los gobiernos del planeta a favor de los más necesitados). Pero, volviendo al principio de esta columna, despojándonos de las vetustas categorías —encasilladoras y bastante perversas, por cierto—, recordemos que la justicia social en su momento no tuvo flanco ideológico; nadie se había adueñado de esta legítima aspiración, según sus antecedentes históricos.

Ahora sí, vamos al ejemplo ocurrido hace algunas semanas en La Paz, sin mayores repercusiones. Resulta que, en al menos dos oficinas del Estado, militantes del partido del nuevo gobierno por poco sacaron a patadas —humillación de por medio— a funcionarios del olvidable gobierno transitorio. Por las imágenes acompañadas con audios que circularon en redes sociales, había en ellos sed de venganza contra sus abominadas “pititas”; era evidente su animosidad.

Vivimos en “la nube” más tiempo que pisando suelo firme y quizá por eso dejamos pasar atropellos inaceptables; así, muchas veces no llegamos a sancionarlos para que no vuelvan a ocurrir. Personalmente, esperaba más de algunos intelectuales y amigos con pensamiento progresista. Como la memoria es frágil, quizá hayan olvidado estas tropelías vergonzosas; pero nunca es tarde, todavía están a tiempo de condenarlas.

Finalmente, la justicia social no puede ser un mero concepto sino un imperativo, y se debe aplicar como consigna global para atender todos los casos de exclusión en la sociedad, especialmente los más urgentes: ahora mismo hay millones de personas impunemente postergadas en un mundo de desiguales adrede, para beneficio de unos pocos y para perjuicio de una inmensa mayoría; pero, no es aceptable que algunos resentidos de una izquierda malintencionada o populista (da igual), so pretexto aquella injusta realidad, se apropien de la aspiración primigenia de la justicia social como si esta no fuese un anhelo de todos, sin distinciones de ninguna clase.

De esta necesaria justicia en países como el nuestro se ocupan también otros, no únicamente los socialistas, y si esto no se visibiliza cabe la responsabilidad de los liberales.

Oscar Díaz Arnau es periodista.

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