El escenario político boliviano de 2019 va a estar dinámico, por decir lo menos. El clima electoral va a empezar a imponerse y penetrar en todos los rincones. Las discusiones van a ser cada vez más acaloradas. En el interior de las familias, los amigos, los grupos de discusión, se verán rabiosas posiciones y vaya a saber cuántas amistades o amores perecen en el camino.
Como sucede siempre en las campañas, el argumento dejará de ser el eje central, y su lugar lo ocuparán la propaganda, la calumnia, la descalificación. El centro de atención estará en la banalidad, en el desliz de algún candidato, en alguna revelación mediáticamente eficaz. Todos buscarán hundir al otro con las armas que tengan a la mano, falsedades o mentiras, verdades a medias, poco importa. Siempre he sostenido que las campañas políticas son el momento donde la estupidez toma la palestra, somete a la razón; es el tiempo donde los estadistas dejan su plaza a los estrategas.
Estas elecciones van a ser especialmente extrañas. De los candidatos, es lamentable que Jaime Paz intente desempolvar su historia ya maltrecha, solo acumulará derrotas y marginalidad electoral demostrando que no es “un político de raza”, como alguna vez se autodenominó. Víctor Hugo Cárdenas, que fue quien abrió las puertas de Palacio al mundo indígena, el único vicepresidente que en su toma de posesión habló en tres lenguas originarias –difícil explicar a Evo Morales sin vincularlo de alguna manera, mal que le pese, al camino ya trazado por Cárdenas–, rifará su capital simbólico mostrando un rostro cristiano, conservador y vergonzoso, sin aportar ya nada al escenario político. Félix Patzi y Óscar Ortiz representan dos extremos, pertinentes, comprensibles, con alguna base, una posición y una apuesta, pero poco interesantes.
El corazón de la disputa estará entre Evo Morales y Carlos Mesa. El primero utilizará el aparato de Estado para sus fines electorales, pagará su campaña con los impuestos de todos los bolivianos, haciendo lo que siempre criticamos desde la izquierda y que es cada vez más inadmisible para cualquier régimen político. En vez de mirar adelante, se empeñará en mandar al país a la era de Goni, armará una campaña basada en la polarización de los 90, momento en el que él era un importante bastión –uno de tantos, no el único, no hay que olvidarlo–. Negará al país que construyó, al de clases medias, jóvenes, urbanas, consumistas, desideologizadas, pragmáticas. Dará la espalda a la verdadera ‘Generación Evo’, negará a su criatura. Revivirá al fantasma de la Bolivia que luchaba contra el neoliberalismo bloqueando en Chapare, no la que transita por teleféricos y carreteras interprovinciales. Será el padre que se dirige a su hijo adulto como si todavía fuera niño, contándole que el ‘cucu’ vendrá a robarle sus juguetes. En esa tarea, a Evo no le temblará la mano si tiene que polarizar la nación hasta extremos absurdos, preferirá lanzarse al precipicio abrazado de sus caprichos y terquedades antes que acariciar la sensatez. No le importará ‘matar’ el verdadero proceso de cambio del cual es el padre, si él no queda en la dirección. Mostrará que su mezquindad es más grande que su visión de país, demostrará que es más un padrastro egoísta que un verdadero padre de la nación (ojalá me equivoque).
Mesa buscará la unidad frente a Evo, ser la alternativa más real. Tendrá primero que elaborar un discurso que el país escuche, más allá de los temas fáciles como la corrupción, los gastos, los abusos o los errores. Tendrá que canalizar el desencanto amorfo de sectores tan distintos en una sola dirección, lo que no es fácil sin contar con aparato ni pilares ideológicos contundentes. Se verá obligado a recibir cualquier apoyo, a sumar con la ilusión de después dividir, sin contemplar el costo de la factura.
El gran logro de Evo es la creación de un país con bases sólidas, las reglas del juego ya están dadas, y él fue el principal arquitecto, para bien y para mal. Las bases del diseño de país, la transformación de la sociedad ya se logró de múltiples maneras y es un proceso difícilmente reversible. Por eso, lo curioso es que la plataforma de Morales y Mesa es, en el fondo, muy similar. Si la baraja hubiera salido diferente, no habría sido extraño encontrarlos en una misma fórmula. Aunque sea políticamente incorrecto, creo que son más los aspectos que los unen que los que los separan. En estas elecciones no está en juego un modelo ‘societal’, está en juego el capricho personal y el nombre del piloto. El plan del vuelo ya está relativamente trazado.
Termino. Ojalá que las elecciones no nos dejen tan magullados. Ojalá que el país sobreviva a los embates ciegos y furibundos que nos esperan. Ojalá que las furias no nos lleven a todos al abismo.