Tenemos que limpiarnos de nuestras miserias, si en verdad queremos alentar la esperanza en nuestras vidas. Que en la nación más rica del mundo tengamos cuarenta millones de pobres es algo verdaderamente inhumano y cruel. Desfigura nuestro propio rostro humanitario. Por tanto, es hora de que cesen en el mundo las discriminaciones y los abusos, las violaciones y las violencias, que, en muchos casos, están en el origen de nuestras desdichas. Cuando el poder no entiende de servicio, y el dinero se convierte en el gran baluarte del camino, resulta imposible que se pueda realizar una distribución equitativa de las riquezas. En consecuencia, es menester poner en valor la justicia y el compartir, la sobriedad y la igualdad, la solidaridad y la confianza, para retomar otro sentido más trascendente de las cosas, con mayor perspectiva de futuro. Y en esto, requerimos unidad y unión, aunque únicamente sea para algo tan básico como activar el consuelo recíprocamente.
Estas carencias, de omitir principios en nuestra tarea de convivir y caminar, nos despojan hasta del propio entusiasmo por vivir. Adquirir otros hábitos más humanistas es un buen refugio contra casi todas las miserias de la vida. Pensemos que de la pobreza surge la riqueza; de ahí lo significativo que resulta imprimir acciones solidarias, de desprendimiento, ya no sólo de lo superfluo, sino también de lo fundamental. Para empezar, entiendo que no hay mayor injusticia que negar el trabajo y la realización de la persona a un quehacer digno, justamente remunerado. A veces los recortes de impuestos parecen diseñarse para los más pudientes, para maximizar la desigualdad y llevar a la penuria a millones de seres humanos. La usura de algunos y el desprecio hacia nuestros análogos, en ocasiones es tan palpable, que empuja el odio y la venganza, junto a una mentalidad egoísta, que dificulta enormemente el donarse a esas gentes excluidas y marginadas, por una sociedad feroz y salvaje a más no poder. Ojalá aprendamos a sembrar otras políticas más cooperantes, que nos reintegren y normalicen mancomunadamente, comprometiéndonos con la equidad.
A mi juicio, ahora tenemos una gran coyuntura de abandonar nuestras miserias, sobre todo aquellas de inútil autosuficiencia o endiosamiento, pues en realidad estamos aquí para tendernos puentes unos a otros. La oportunidad para hermanarnos es manifiesta. Sin duda, nos hemos globalizado, pero no podemos seguir levantando fronteras, hay que abrir horizontes sin miedo, no dejando a nadie en el trayecto. Cualquier ser vivo se merece amparo. Cuesta creerlo, pero también a esas personas que padecen algún desorden mental, solemos estigmatizarlas. De igual modo, con demasiada frecuencia, pasamos por alto los derechos humanos básicos de nuestras personas mayores. Por consiguiente, quizás sea el momento preciso de impulsar otros programas más operativos, tanto a nivel mundial como regional, de manera que cada pueblo pueda disponer de los recursos necesarios para poder llevar a buen término una vida digna de sus moradores. Es lo mínimo que puede pedirse. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a esparcir migajas, en lugar de comprometernos con la opción de una verdadera política integradora que nos socialice y fraternice.
En cualquier caso, nunca es tarde para corregir nuestras miserias, accionando con nuestra actitud de hospitalidad, a través de un diálogo sincero y constructivo, la ansiada paz social y el bien común. En efecto, hoy más que nunca necesitamos hacer todo lo posible por ayudar a esas gentes que desean el retorno a sus hogares, el reencuentro con la verdad, que es lo que verdaderamente nos sustenta y nos sostiene en ese hacer más por todos, con menos derroches, y más amor. Esto significa, que todo ser humano avanza, no aislándose, sino poniéndose en colaboración con sus semejantes, más allá de lo meramente económico, puesto que es un cúmulo de virtudes las que han de florecer, en esa búsqueda de concurrencias, ante tantas situaciones humanas degradantes que nos acorralan. Desde luego, una sociedad que oprime el alma y adoctrina conciencias, deja un vacío que por muchas terapias que nos injertemos, vamos a sentirnos desmantelados. Por eso, toca transformar esos corazones poderosos de piedra, en corazones servidores de luz, de renuncia a uno mismo, de acogida y recogida de aquellos con los que nadie quiere hallarse. En esto radica el gozo de la evolución. Lo demás es falsedad.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor