Desde hace algunos años, el Fondo de Cultura Económica en México ha impulsado la colección Popular Novela Gráfica, con una decena de títulos notables. A un precio muy accesible, uno puede recorrer las páginas de maestros de la historieta como Hugo Pratt, Enki Bilal y Pierre Christin, Antonio Segura y Jordi Bernet, entre otros.
Cómo amo ese género, tanto como a mi bicicleta, que es mucho decir, ya tengo la colección completa en mi casa. Voy a referirme a uno de los libros: Ficcionario, de Horacio Altuna (1941). El autor es originario de Argentina, pero desde 1982 vive en la preciosa ciudad Sitges, en Cataluña, un fabuloso entorno de inspiración.
Beto Benedetti es el personaje central que aparece en todos los episodios; es un inmigrante sudaca en España que se ubica en la escala social más baja, vive en el límite de la marginalidad. Los ambientes que dibuja Altuna son oscuros, lóbregos; los construye con trazo fino, mucho negro y saturación de elementos en cada viñeta.
El paisaje urbano es contrastante, por un lado, muy sexual, con mujeres exuberantes que enseñan el cuerpo sin ningún límite, y por otro lado la estética de la marginación de la ciudad exhibida sin pudor: escupitajos, excrementos, paredes pintarrajeadas, golpes, gritos. Los carteles son descarnados, desde anuncios de oferta sexual infantil, hasta incitación a la violencia y al consumo. Todo en un solo cuadro.
La sociedad en la que se desenvuelve Benedetti es altamente violenta, discriminadora, con un sistema de control eficaz y autoritario, mucha guardia armada en las calles; pero a la vez es un momento de alta tecnología en la vida diaria. Se incentiva la productividad y el consumo a toda costa, y se cuida a sus trabajadores para que no disminuyan su rendimiento, pero manteniéndolos en el límite de la sobrevivencia.
Me detengo en dos historias. Un día Sebastián, un jubilado, toca la puerta del diminuto departamento de Beto. Le informa que las autoridades le han designado ese lugar para vivir sus últimos días; es acogido por lástima. Al saberse una sobra incómoda que no encaja en ningún lado, decide acudir a una empresa que lo acompañe y asista en su suicidio. Se llama Sweet Travel Eutanasia LTD. El negocio es redondo: le hacen un estudio físico, ven qué órganos todavía pueden ser reciclados, y, según el caso, le ofrecen paquetes para una u otra manera de desaparecer. No les cuento el final.
En otra historia, Beto luego de despertarse en la madrugada, se conecta a un aparato “bioprogramador” que analiza sus funciones y necesidades. La máquina le dice su agenda: si tiene que ir al baño, cuánto debe comer, cuánto caminar, cuánto beber. Pero en el informe salta que su “tensión erótica” está alta, y le recomienda ir al centro a una “descarga erótica” con una prostituta -que es un robot- que le garantice un orgasmo seguro.
“Mierda, estoy cansado de tanta deshumanización”, dice Beto, y sale a la calle a satisfacer su deseo, pero en vez de acudir al androide perfecto que le asegure quedar satisfecho, entra a un bar, y se encuentra con una mujer a la que también fue su bioprogramador matinal, quien le indicó que necesitaba descarga sexual. No les cuento cómo acaba, pero es un final sorprendente.
Altuna retoma lo mejor de la caricatura argentina con la creatividad catalana y logra una novela gráfica especialmente inteligente. Es una crítica a la sociedad agresiva, sexualizada, controlada tanto por la violencia física como a través de la tecnología, que mantiene sometida a su población con dos objetivos: producir y consumir. Todo desde el lápiz y el papel; la crítica desde la gráfica. Simplemente, fabuloso.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM y miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.