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Noche de insomnio

Márcia Batista Ramos

La noche tiene su propia voz… y no se calla.

Lapsus mentales

Me olvidé de comprar (…) cuando fui al supermercado. Siempre culpo al stress por los olvidos, ya que la vida no es más como antes. La verdad, la vida nunca fue como antes. Sencillamente, porque antes era antes. No recuerdo quién nos enseñó que antes era mejor. Son tantos los discursos tatuados en la memoria, que, ya nadie mira la letra chica para saber quién firma. Por lo menos, yo no miro la letra chica. Tal vez, para no olvidar, yo debería escribir en el espejo de mi cuarto. Podría ser una solución y después, borraría todo con un trapo mojado…

Los días de lluvia

Me gustaba observar las gotas de lluvia que caían y al tocar cualquier cosa ya no eran más gotas, se transformaban en una marca mojada, agua corriendo por el vidrio, un charco de agua o barro. En un instante la gota de lluvia se transformaba en otra cosa y era tan fugaz su existencia vertiginosa… Venía de una nube en las alturas y caía mojando el mundo y dejando de ser.

Dejar de ser lo que se fue, en el instante exacto de la caída: ¡es tan humano!

Dejar de ser lo que se fue, en el instante exacto de la caída: es ser gota de lluvia que, desde las alturas, baja a dar su beso frío, tan húmedo y necesario… Dejando de ser gota de lluvia, para llamarse agua.

Las alas de murciélago

Empecé a hacer ejercicios, para tratar de evitar las alitas de murciélago. Debería haber pensado antes en hacer algo para contrarrestar la redondez de los brazos… ¡Ah! Pensé en mis brazos después de ver la foto de (…) con los brazos inflados, flemosos y lleno de celulitis… Parece que va a empezar a gotear la celulitis por la piel. Me asusté. Empecé a hacer muchos ejercicios, hoy fue el primer día.

La rutina nace muerta

La rutina nace muerta, porque, por más que se pueda hacer todo exactamente igual, siempre habrá algo diferente en cada día: un vientecito frío que hace estornudar o que obliga a abrir el armario y buscar el abrigo que espera en su solemne mutismo, empero, el abrigo sorprende una vez puesto, al colocar las manos en el bolsillo uno encuentra el caramelo del año pasado, algún papelito que recuerda algo, o unas moneditas que arrancan un boceto de sonrisa matando la rutina.

Otras veces, olvidamos el paraguas y las gotitas de lluvia aparecen de arriba para recordar la voz de Wislawa Szymborska diciendo: “nunca más repasaremos ningún verano o invierno”.

La rutina insiste, pero no logra existir, siempre es un intento vano, digo que nace muerta, porque “existe un no sé qué” que hace que el hoy, sea diferente y sorprendente cada día.

El silencio

Cuando yo era niña descubrí el silencio como siendo ese espacio limpio y ordenado donde se puede hacer cosas con buenos modales y de manera delicada. El silencio era el corredor que distribuía los dormitorios silenciosos y el baño familiar, del resto de la casa silenciosa. Por una puerta en un extremo del corredor se llegaba a la sala silenciosa, meticulosamente, ordenada… Siempre había algo delicioso guardado en el aparador. Al otro extremo del corredor estaba la puerta que daba a la cocina donde los olores aguzaban el paladar y el agua corriendo desde el grifo del lava platos rompía el silencio de aquellos días.

El silencio era tan familiar, que aún hoy, lo conservo como una preciada herencia, un retrato de familia o un bien estimado que me acompaña en mi vida peregrina.

Los mares

Los mares Negro, de Bósforo o Muerto, son más silenciosos que el río arrastrando piedras, que bordea esa noche de insomnio. Los mares son serenos y suavemente, entregan a la playa algún niño (Elián) que naufragó en la travesía.

La hija de Víctor Hugo

Se llamaba Adele y se enamoró de un hombre que no la quería.  Le escribía cartas y enloqueció, suplicando por su amor. Un día se encontraron en la calle. Él la miró. Ella, no lo reconoció, porque había dejado de ser él: se había convertido en un símbolo sin rostro de su pasión y locura.  Caio Fernando de Abreu dijo que: “-Ya no era él: amaba a alguien que ya no existía, objetivamente. Solo existía dentro de ella. Adele murió en el manicomio, escribiéndole cartas (a él: «Es para ti, para ti escribo”) en un idioma que, hasta el día de hoy, nadie ha podido descifrar.”

Las hierbas

La humedad de la noche, hace retoñar a las hierbas y las deja más verdes para recibir la mañana.

Los rompe-cabezas de la noche

Las noches siempre llegan sucediendo al día, con muchas palabras que no se callan en la mente y que insisten en preguntar: “¿Por qué no dijiste si podías decirlo?” “¿Por qué lo dijiste?” “¿Dirás si se presenta otra oportunidad?” y su retahíla es interminable…

Son tantas las preguntas, que se multiplican como hongos en las noches y se van y vuelven, como un columpio vacío movido por el viento, antes que empiece la lluvia.

Cierro los ojos y las palabras hablan fuerte y si quiero escuchar la noche, ellas se agitan como el océano llegando a la playa. Entonces, abro los ojos en la oscuridad y las palabras están ahí, fosforescentes, ocupando la habitación, goteando una a una, armando el rompe – cabeza.

Lo único que sé

¡Son tan raros los rompe-cabezas de la noche, que nunca terminan de armarse, porque siempre llega el día!

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