Una de las más provechosas lecciones que pudimos aprender de la experiencia del régimen de los 14 años es que las opciones políticas a las que confiamos el mando del país no deben estar definidas por o construidas alrededor de una persona. Pero ciertamente eso no ha ocurrido.
Entiendo que se trata de un deseo mucho más ambicioso de lo que parece, porque contrariamente a cuánto se dice y repite con demasiada frecuencia, el caudillismo no es sólo un problema boliviano, latinoamericano o del llamado Tercer Mundo.
Las dos principales potencias económicas del mundo, Estados Unidos y China, están comandadas por caudillos y, si sumamos una tercera ahora, desde el punto de vista militar, Rusia, sólo empeoramos. Europa no representa mayor alivio porque una gran mayoría de los países de la Unión exhiben una firme tendencia a favorecer opciones políticas, a cuya cabeza se encuentran caudillos con todas las credenciales, muy parecidos en sus reflejos de retener y proyectarse en el poder hasta que les alcancen las fuerzas.
Cuando revisamos la papeleta de las inminentes elecciones bolivianas se verifica, por el comportamiento de los candidatos presidenciales y la campaña con que se los promocionan, que prácticamente, sin excepciones, están empeñados en convencer que sin éste o aquel personaje no podríamos vivir, funcionar, recuperarnos, enfrentar el presente o el futuro.
La inclusión de la Presidenta interina en esa papeleta, hasta el día en que no tuvo otra que reconocer cuán desastroso fue hacerse candidata, deja claro que el caudillismo no tiene preferencias de sexo, ideología o de cualquier otro género.
El basamento de esa candidatura no es otro que la gran propensión a buscar dirigentes salvadores, o ¿cómo se explica, desde el punto de vista de las necesidades del país, el lanzamiento de esa candidatura? ¿Qué contribución particular, qué propuesta, qué ideas propias o del grupo que congregó portaba o garantizaba esa presunta alternativa?
Continúa tan pujante el caudillismo en nuestro medio que dio espacio para intentar una aventura basada en el puro intento de seducir al electorado con sólo imágenes y sugerencias, con promesas ni siquiera musitadas. Y, reconozcámoslo, tuvo chance para conseguir su propósito.
Lo anterior no significa negar que existen entre los candidatos sobrevivientes diferencias muy marcadas. Representan visiones, formas de actuar muy distintas entre sí y, en consecuencia, la manera en que transcurrirá la vida del país durante el tiempo que puedan sostener sus gobiernos diferirá marcadamente y tendrá secuelas muy diversas.
En lo que coinciden todos, de la manera más inconsciente, que es también la más veraz, es en empeñarse en aparentar ser tan especiales que resultan sobrehumanos.
Aquí también existen distinciones, porque el mesianismo alcanza sus límites máximos en personajes como el expresidente prófugo, que pide votos para regresar, exculparse y mover los hilos detrás del trono; o en el que candidatea por primera vez atribuyéndose vinculaciones con lo divino, con las que podría ejecutar un proyecto económico muy parecido al de su archienemigo político, al que, sin embargo, presenta como encarnación satánica.
Si estamos tan predispuestos a caer bajo los hechizos caudillistas con tanta facilidad, volviendo a cerrar los ojos ante las fallas, torpezas e inclusive crímenes que cometen a quienes encomendamos el control de nuestra sociedad, es porque ese es el camino más fácil para encontrar certezas y evadir las responsabilidades que nos tocan como ciudadanas y ciudadanos atentos y comprometidos.
Pero hacerlo supone ignorar que atravesando una situación tan difícil y desafiante, en todos los órdenes, que si continuamos delegando decisiones fundamentales, cualquier jefe o caudillo que escojamos para imponer su voluntad y manipularnos, caerá como un triste pelele de los acontecimientos, arrastrándonos violentamente en su caída hacia nuevas decepciones sin retorno.
Es tiempo de asumir que la única forma de sobrevivir y salir adelante es con el esfuerzo conjunto, con solidaridad y decisión colectiva; ninguna tarea significativa podrá alcanzarse sin nuestra permanente y vigilante participación.
Roger Cortez es director del Instituto Alternativo.