Hace unos meses, en un foro virtual, un conocedor de la política estadounidense comentó que la candidatura de Jeanine Áñez fue también alentada por Mauricio Claver-Carone, actual presidente del BID y antes asesor de Trump. Paradojas de la vida, hoy Biden quisiera cortarle la cabeza (en Estados Unidos esa es una metáfora; en Bolivia también, todavía) a Claver-Carone en el BID, aunque no es fácil. Biden es poderoso, pero no puede tomar el BID con fiscales o jueces.
Si aquel conocedor tiene razón, Áñez fue entonces tentada también por ese enviado del norte. Un amigo más franco le habría hecho notar que ya en septiembre de 2001 la atención de Estados Unidos, grosso modo, se mudó de continente. En noviembre de 2002, Bush rehusó apoyo económico a Bolivia y en 2003 Sánchez de Lozada cayó.
El desvelo estadounidense no dio así un giro por Bolivia, aunque lo prometiera Claver-Carone. Pese a su retórica, a Trump le bastó, por ejemplo, con no incendiar el embrollo venezolano. Y como muestra de las prioridades de los últimos lustros, la ayuda de Estados Unidos a Colombia alcanzó al 0,5% de la destinada a Afganistán, según se señalaba hace días en una entrevista al expresidente del BID, Luis Alberto Moreno.
Ni los europeos pueden confiar del todo en sus aliados atlánticos. Lean entre líneas las declaraciones y el artículo de Josep Borrell, “canciller” de la UE, acerca de los desafíos europeos por Afganistán y Estados Unidos, país proclive a tomar grandes decisiones solo.
Según The Economist, Macron dispuso la evacuación francesa de Kabul hace meses, atrayendo dardos por atizar el ánimo de derrota. Los críticos de Macron luego se desayunaron con la decisión de Biden. Alemanes y británicos no quedaron felices porque Macron tuvo nomás razón. No era paradita gala ni ganas de remedar a De Gaulle o a Jacques Chirac contra Bush (hijo).
En cuanto al tercer mundo, desde los años 70 hay una corriente en Washington que asume que hay países que toman el tren de la igualdad a costa de la libertad. Y a la Casa Blanca no le toca desviar ese itinerario, alegan. Esa corriente influye ahora en un Partido Demócrata corrido a la izquierda. China denomina a esa ala demócrata, con desdén, la “izquierda blanca”, por su repertorio de lecciones morales y su petulancia embozada.
El vacío geopolítico en el subcontinente se va llenando, empero. En las negociaciones en México entre Maduro y sus opositores, Rusia es el patrocinador abierto de Nicolasito. Y en Caracas, como anota el periódico bogotano El Tiempo, los mercados tienen productos, como fideos de origen iraní. Los ayatolas entregan tallarines, pero piden pago anticipado. Los venezolanos no tienen dólares, pero sí oro para pagar.
Y no sé por qué asocio esa modalidad de pago en tiempos de estrechez de reservas internacionales, con nuestros proyectos de comprar oro de los cooperativistas. Quizá me equivoco porque, hasta hace poco, se decía que el ministro de Economía boliviano iba a dar consejos a Caracas, no a recibirlos. Pero los vientos cambian; en una de esas en un par de años probaremos cómo saben los riggatoni en Teherán.
Estados Unidos ha salido alaquete de Afganistán porque su nuevo torneo se juega en el sureste asiático -y en lo que ocurra con China en Taiwán-, no en Sudamérica. Ahora, en el mundo anglo le llaman a Afganistán un backwater (“lugar apartado”), sin peso geopolítico. No conjeturemos cómo llaman los anglos a los que ya no exportan tejidos ni derivados de la coca a Estados Unidos.
Al final, nuestra suerte nos incumbe a nosotros. Y un tantito a los vecinos y a otros pocos, pero estos se contentan con que aquí no haya (muchos) líos y un gallo dirija el corral, pena si lo hace con brusquedad.
A propósito, hace años un diplomático en La Paz argüía que el interés primordial del mundo aquí era evitar el caos para que no aloje ni irradie males más graves. Otro observador externo más concreto, en cambio, explicaba que de Bolivia interesaban la cocaína, el litio y el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando estábamos en él, pero ya no estamos.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado