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Ni extraterrestres ni piedras blandas: tallan monolito de tamaño real y muestran cómo trabajaron antiguos tiwanakotas

Desde hace cinco años, en un taller de paredes y techo de aluminio, un tesista de Arqueología viene construyendo una pieza lítica de tres metros de alto, únicamente con sus manos. Con base en el monolito Fraile, su fin es demostrar cómo hicieron sus monumentos los antiguos habitantes de este sitio.

Articulo publicado en La Región: https://www.laregion.bo/ni-extraterrestres-ni-piedras-blandas-tallan-monolito-de-tamano-real-y-muestran-como-trabajaron-antiguos-tiwanakotas/

Rocío Lloret Céspedes

El 24 de febrero, a las seis de la tarde, un rayo cayó en una esquina de la casita-taller de aluminio de Marcelo Fernández. En el mundo andino, el rayo es símbolo de poder y sabiduría. Cuentan los abuelos que, si te cae un rayo y sobrevives, tendrás las bondades de un vidente y podrás curar algunos males del cuerpo y del alma. En el caso de Marcelo, lo sucedido con el techo de su choza fue una señal más del beneplácito de los dioses andinos al trabajo que viene realizando desde hace cinco años: tallar un monolito de tamaño real, con base en el monolito Fraile, aquella pieza tres metros de alto, de piedra arenisca, que se encuentra en el interior del templete de Kalasasaya, en el sitio arqueológico de Tiwanaku.

Marcelo empezó a gestar esta idea en 2015, como tesis para obtener la licenciatura en Arqueología. Su propuesta era tallar un monolito con sus propias manos (arqueología experimental), recreando técnicas y conocimientos sobre piedra de los antiguos tiwanakotas; algo que ha sido superado con creces y que más bien proyecta a convertirse en un libro, por la serie de elementos que fue descubriendo en estos más de siete años de trabajo.

Desde entonces le dedica a la labor hasta doce horas al día, en un espacio que se convierte en sauna al mediodía, por el sol altiplánico, y en una bóveda de hielo, en las noches de invierno. “Estimo tenerlo listo para el bicentenario de Bolivia”, dice en alusión a 2025.

Hasta ahora, Marcelo únicamente ha utilizado percutores (piedras) de la zona, para demostrar que sí fue posible que los tiwanakotas hubieran hecho sus monumentos. Foto: Doly Leytón Arnez

En este lugar, donde la pieza de piedra se extiende como un cadáver gigante, hay carpas que Marcelo y talladores ocasionales que llegan a ayudarle utilizan para laborar hasta la madrugada. Hay piedras del tamaño de una pelota de tenis y otras más grandes, con las cuales van moldeando el material. Hay un monolito Fraile diminuto impreso en 3D como muestra, pero no hay cinceles, martillos, ni otros elementos, porque la idea es mostrar cómo trabajaron los tiwanakotas sus monumentos arquitectónicos y sus esculturas de piedra.

El traslado de una mole

Hacer un monolito solo con las manos puede parecer imposible, teniendo en cuenta que hay que hallar una sola pieza de piedra de tres o más toneladas, trasladarla al lugar donde será tallada y empezar a darle formas que hasta ahora no han sido del todo descifradas por expertos.

En base a dibujos de Felipe Guamán Poma de Ayala, cronista de ascendencia incaica, Marcelo diseñó sogas de hasta 13 centímetros de diámetro para lograr el primer cometido: jalar la piedra hasta el lugar de trabajo, en este caso, un espacio del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiwanaku. Previamente, pidió autorización a las autoridades del municipio de Guaqui, contiguo a Tiahuanacu, y se necesitaron cinco hombres para mover la mole de cuatro toneladas, que se han reducido a tres en todo este proceso.

El siguiente paso era saber ¿por dónde empezar? La Unesco prohíbe hacer réplicas del Patrimonio de la Humanidad, por lo que solo era posible elaborar una continuidad de una pieza, en este caso el monolito Fraile.

Con ayuda de percutores manuales (piedras), Marcelo se empezó a dar modos para reducir este lítico. Para ello probó con cuarcita, basalto, cuarzo, todas piedras que se encuentran en la zona, hasta llegar a las que necesitaba.Así, se decidió comenzar por la cabeza, el cuello y el pecho. Para ello se tomó medidas proporcionales sin intervención de ningún tipo de tecnología. Tras 16 meses de trabajo en mesa, la proporción de la nariz permitió saber cómo serían los ojos, la boca, la cabeza, el tórax, los pies.

“En el mundo griego y egipcio toman mucho la proporcionalidad del cuerpo humano como principal factor, pero en Tiwanaku, a veces los artefactos como la nariguera dan la proporcionalidad del resto”, asegura el tallador.

De a poco, aquella mole fue tomando forma, cambiando de volumen, midiendo la fuerza al dar los golpes. Y entonces se empezaron a revelar datos importantes, todos registrados y guardados en videos como evidencia.

Por ejemplo, las piezas de Puma Punku, el monumental complejo de la ciudad tiwanakota, tiene alturas son bastante prolongadas. Con el tallado manual del monolito de Marcelo, se demostró que era posible lograr 90 grados perfectos, lo cual explicaría cómo se logró hacer esos muros. Hasta ahora, estudiosos del tema hablaron de piedras blandas o rocas artificiales, para explicar la magnificencia de la estructura. Otros, sin pruebas contundentes, hablaron de extraterrestres, pero Fernández dice es que todo fue un trabajo conjunto o trabajo comunitario como se conoce a la prestación de servicios para la comunidad.

Rompiendo esquemas

Monolito Fraile en Tiwanaku, Bolivia. Foto: Doly Leytón

De comprobarse el planteamiento, se debatiría la hipótesis del prolífico arqueólogo boliviano Carlos Ponce Sanjinés, quien aseveraba que había especializaciones entre los tiwanakotas que construyeron los monumentos. “Nosotros no somos picapedreros ni hijos de artistas, nada. Yo lo que propongo es que esto fue fruto de un trabajo comunitario. Por ejemplo, bajar esta roca fue terrible. Lo intenté cuatro veces. La primera voló con dinamita; la segunda, fue desechada por una rajadura; la tercera estaba un kilómetro adentro, sin camino ni sendero. La cuarta, a 600 metros, encima de un río, si caía, ¿cómo la íbamos a recuperar?”, argumenta.

Todos estos años enfocado en la labor, le costaron dolencias graves en la espalda, entre otros males. Hubo momentos en los que el escultor tuvo que dejar la tarea a su ayudante más cercano, Ismael Quispe (22), quien ahora estudia Arqueología. Él mismo se malogró los dedos, pero como su mentor, ha tomado esto como un reto y como una fuente incansable de nueva información.

Por ejemplo, es posible que el monolito Fraile tenga un lado femenino y uno masculino. Esto se ha visto a detalle a la hora de trabajar en la piedra. “Este tiene mucha circularidad, en cambio el (monolito) Ponce es más rectangular”, explica Fernández.

La banda ventral es más abultada que la derecha, y eso podría revelar un embarazo. En la reconstrucción de los jaguares o félidos, se detectó que los destrozos de la pieza original pudieron ser ocasionados por los mismos tiwanakotas. Esto porque la pieza fue hallada semienterrada en 1887.

Respecto a la tableta o posible keru (vasija de cerámica) que lleva el monolito Fraile, se piensa que podría contener Adadenanthera colubrina, un psicoadictivo que se inhalaba como planta sagrada. Esto se deduce por la nariz dilatada, al igual que los ojos.

Respecto al cráneo, tiene una formación anular, algo que expertos denominan “malformación”, pero con lo que Fernández no está de acuerdo. Una vez que toque darle forma al pantalón —asegura— se tendrá que delegar otra tesis, porque hay partes que no se pudo recuperar.

Un mundo desconocido

De a poco la piedra va tomando forma, en un trabajo continuo que lleva a Ismael (izqu.) y su mentor a quedarse durante horas en el taller. Foto: Doly Leytón Arnez

La motivación de Marcelo ahora es mística. La tesis que planteó fue superada con creces, pero el trabajo continúa, porque ve necesario trabajar en piezas similares a los actuales monumentos y monolitos para preservar los originales. Para ello es necesaria la intervención del Gobierno, ya que hasta ahora toda la inversión económica ha corrido por cuenta del tesista.

“Aquí adentro no se lo puede acabar, sería bueno terminarlo cerca del Kalasasaya, para que no haya tanto desmoche a la hora del traslado”, asegura.

Hasta ahora, en todo el proceso intervinieron entre 20 a 24 personas de forma esporádica. Para Marcelo, el tema de la resistencia incluso incluye cambiar de dieta alimenticia para soportar las horas de trabajo, lo mismo cambiar ciertos hábitos, y entender el mundo andino, lleno de enigmas.

“Cada día, antes de empezar, se challa, se pone alcohol, se pide permiso. A veces yo me quedaba solo y a las cinco de la mañana escuchaba a una mujer llorar. Lo del rayo también fue algo muy extraño”, cuenta.

Alrededor de la casita-taller se ven los cerros o achachilas como denominan los pueblos andinos a estos guardianes. En medio de la puna, monumentos de piedra, ciudades enteras, monolitos con formas que hasta hoy esperan ser descifrados del todo. Pese a que todo esto es Patrimonio Cultural de la Humanidad, los trabajos de preservación de las piezas no son los esperados, de hecho, muchas piezas sufrieron deterioros irreversibles. “Tiwanaku está al nivel de Egipto y no se le da la importancia. Tal vez mi próximo paso sería (hacer) una Puerta del Sol, ¿o para quién estará destinada?”.

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