No podemos seguir en el caos. El mundo necesita de otra estética, más equitativa, con una agenda común de servicio, sobre todo de asistencia alimentaria, de ayuda a los refugiados y a los niños. Por tanto, es tiempo de unirse hacia un objetivo de menos armas y más alma. También de reunirse para hacerle frente a tantos relatos envenenados. Para desgracia nuestra, estamos retrocediendo en humanidad y esto es diabólico en un mundo globalizado. Precisamos cambiar con urgencia. Toda la humanidad está llamada a interrogarse, con el claro objetivo de traducir nuestros propios valores innatos, en respuestas concretas que nos encaminen hacia otras atmósferas más justas y sinceras. La fragmentación tampoco nos conduce a buen puerto. En consecuencia, es hora de construir puentes auténticos y de derribar muros inútiles, ayudándonos unos a otros. No hay otra manera de avanzar, sino es en familia, cimentando mansedumbre en lugar de barbarie y bravura.
La versión del alto desempleo y la desigualdad social, el enorme reto de reintegrarnos y comprendernos más, requiere menos enfrentamientos y más comprensión. Incitamos a otro orden más poético que poderoso, más de bienvenida unos a otros y no de tanto vasallaje, para poder hacer piña, con el fin de avanzar unidos y cooperantes. Cada ciudadano, habite donde habite, es un líder, ha de serlo, máxime en lo que concierne a la lucha por los derechos humanos y los valores fundamentales. Hay que olvidar rivalidades y sentirse ciudadano del mundo, más allá de las letras y de las buenas intenciones, con lo que esto conlleva de transformación, en un planeta que es de todos y de nadie en particular, lo que exige la responsabilidad de otros estilos de vida más solidarios, más proteccionistas, sin tantas migajas, pues la dignidad de la vida de cada ser humano, aún no figura en ningún plan de globalización. Todavía seguimos sembrando leyes injustas por doquier rincón de nuestra realidad, algunas verdaderamente deshumanizadoras, que nos coartan la libertad y nos aborregan, obstaculizando el diálogo en lugar de avivarlo.
Reivindico, por tanto, luchar con la palabra y no con el ordeno y mando. Ya está bien de privilegios. Pongamos en valor la valía ciudadana, sin exclusiones, y respetemos toda opinión, comenzando por considerar el esfuerzo de todo ser. Demandamos corregir los muchos desconciertos sembrados. No es casualidad que el periodo más largo de paz en la historia escrita en Europa haya comenzado con la formación de las Comunidades Europeas. ¡Pues hagamos comunidad!. Esto es un buen referente para mundializarnos, y ver que juntos podemos armonizar otro mundo más habitable. No caigamos en las estúpidas divisiones que no conducen jamás a buen puerto. Podemos estar unidos a pesar de que seamos diferentes. Es cuestión de cultivarse en conciencia, o en rectitud si quieren. Con este coherente espíritu de renovación, la Comisión de la Unión Europea acaba de proponer la creación de un Cuerpo Europeo de Solidaridad. Lo mismo han de hacer los otros continentes, ensamblarse y adherirse voluntariamente, para tejer otro orbe más fraterno. Está visto que si dialogar es un manjar saludable, escuchar no lo es menos, ya que también es el mejor remedio para luego responder serenamente.
Durante décadas, la inestabilidad y la guerra han devastado la República Centroafricana. Pero en la pequeña localidad de Bouar, en la zona oeste del país, el modelo de algunos excombatientes de entregar el armamento para dedicarse a trabajar en proyectos comunitarios, merece el mayor de los aplausos. De verdad, necesitamos modificar actitudes, para que todos los pueblos del mundo puedan ser ellos mismos, y así enhebrar otros ambientes más pacíficos. No hay otra manera de defenderse de los sembradores del terror, que hacernos apreciar como una auténtica sociedad democrática, plural, abierta y tolerante. De igual modo, se debería propiciar el cierre de los paraísos fiscales, que favorecen la corrupción, el soborno, el fraude en materia de impuestos y el lavado de dinero. La corrupción hoy puede ser exportada con mayor facilidad que en otro tiempo, pero también se puede combatir mejor, a través de una colaboración internacional más coordinada. Indudablemente, frente a una cultura de ilegalidad y miedo, hace falta promover un código ético intolerante con los comportamientos corruptos. Sin duda, más de uno de los humanos, solicitamos desesperadamente otras historias que nos hermanen, las apremiamos tanto como el comer, porque nos ayudan a vivir la vida con otro sentido, al menos con mayor conciencia de saber que existo para los demás, siendo un don nadie.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor