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Naturaleza y silencio en la poesía de Raúl Otero Reiche

Iván Jesús Castro Aruzamen

I

El poeta cruceño Raúl Otero Reiche (1906-1976) es sin duda a pesar del paso del tiempo el poeta de la naturaleza y el silencio por antonomasia. Las notas que siguen en este trabajo buscan ser un intento de aproximación a la obra poética del autor de Canto del hombre de la selva. Dos elementos que están estrechamente vinculados marcan una continuidad en su obra: La naturaleza y el silencio. Esta continuidad en su poética está presente en la forma y contenido, a veces con leves variaciones de estilo y el tono.

Asimismo, mi lectura representa el retorno de un lector a un conjunto literario (poesía) gracias a esos inexplicables acontecimientos de la existencia humana. Un autor y su obra, llegan al lector de forma extraña. Unas veces por curiosidad y otras, simplemente, el texto cae en las manos adecuadas como agua de lluvia que refresca la tierra. El teólogo chiquitano, Roberto Tomichá, sacerdote franciscano conventual, en una de esas nuestras charlas, me comentó que estaba realizando una investigación acerca de la música cruceña y, de paso nombró la obra de Otero Reiche. Ese fue el comienzo de mi interés por el trabajo del poeta cruceño de la primera mitad del siglo XX. A Otero Reiche junto a otros aedas nacionales, se les denomina “poetas de referencia nacidos en los primeros años del siglo XX” (Chávez, 2014, p. 59). Y como menciona Julio de la Vega, Otero es “otro definidor de flora y fauna, descubridor o redescubridor de ellas, uno que da nombre o recuerda un nombre […] Asienta a su alrededor el universo que pisa, como si tratara de universo o planeta nuevos para él y para todos.  […] (A)l describir lo que descubre, define la personalidad de la selva regional” (De la Vega, 1988, p. 10.).

II

En el mito de la creación guaraní se dice que el Padre Ñamandú, una vez concebida su futura morada terrenal, también: “Creó una palmera en el futuro centro de la tierra;/ creó otra en la morada de Karaí (= Oriente);/ creó una palmera eterna en la morada de Tupã (= Poniente);/ en el origen de los vientos buenos (= N. y NE.) creó una palmera eterna;/ en los orígenes del tiempo-espacio primigenio (= S.) creó una palmera eterna;/ cinco palmeras eternas creó: a las palmeras eternas está asegurada (= atada) la morada terrenal” (Bareiro, 1980, p. 16). Esas palmeras eternas desde el origen de la creación permanecen en el paisaje cruceño como testigos del paso del tiempo y el silencio.

El universo simbólico y los elementos que lo conforman, conviven en una armonía cósmica en la poesía de Otero Reiche, y se hacen evidentes en la relación hombre/naturaleza/silencio. Esta triada hace a la parte constitutiva de las culturas amazónicas. Lo menciona el mito de la creación guaraní y de otros pueblos.

Para rastrear la presencia de la naturaleza y el silencio en la obra de Otero Reiche, me apoyo en la imaginación estética de Gastón Bachellard expuesta brillantemente en su libro El aire y los sueños. Ensayo sobre la imaginación del movimiento (Cf. Bachellard, 1958). El filósofo francés menciona que existen una familia de poetas denominados del “aire” como Shelley, F. Nietzsche, Rilke. Para el filósofo baralbins el poema es esencialmente “aspiración a imágenes nuevas”. Pues la movilidad de la imaginación en Bachellard tiene una verticalidad con una doble direccionalidad: ascendente y descendente. Lo ascensional está matizado por metáforas de altura, de elevación, de profundidad, de rebajamiento, de caída, es decir “metáforas axiomáticas”. Así entre los poetas del aire y en consecuencia de la verticalidad se puede advertir dos tipos: los de propensión ascendente y descendente. En esta psicología ascensional, Bachellard tematiza aspectos como el sueño del vuelo, las poéticas de las alas, el complejo de las alturas, el cielo azul, el viento, las constelaciones, las nubes, la nebulosa, el árbol… ¿Cuál de estos aspectos tematizados están presentes con mayor intensidad en la obra de Otero Reiche? Las nubes, el cielo azul, el árbol y sobre todo el viento. Estas pautas, sin seguir al pie de la letra a Bachellard, nos indican que nuestro poeta cruceño es un poeta del aire, un poeta ascensional y un poeta de la naturaleza y el silencio, según nuestra hipótesis.

III

Cuando miramos a la naturaleza como esa sabia magíster vitae y la casa común de todos, en su narrativa podremos leer cómo esta es un llamado, un símbolo, una invitación a trascender nuestra existencia y el modo en que debemos comportarnos con ella. Pero si reducimos nuestra concepción de la naturaleza a pura mercancía y la vemos como una fuente inagotable de extractivismo, nuestra relación se fractura, se deteriora al punto de ser solo un objeto de nuestro deseo de codicia insaciable. Desde el siglo XVIII esa ha sido la lógica imperante en el mundo porque la relación dialéctica sujeto/objeto no permite un diálogo dialogal (Raimon Pannikar).

Otero Reiche en el poema “Me he de quejar a Dios”, de su libro Poemas de sangre y lejanía (1934), dice: “las ramas se quebraban en el viento/ como brazos de enormes esqueletos”. Y más adelante en el poema “Viento del sur”, anota: “Este viento libérrimo,/ este salvaje áspero e hirsuto,/desnudo como el rio, corriendo/ sin muslos y sin pies,/ sin la figura del cuadrúpedo,/ ni del gusano ni del hombre”. En “Raza y tierra guaraní”, asocia el ser guaraní a elementos naturales, el sol y el viento: “Vino del Amazonas, sol y viento,/ trashumó desde el alba y el albur,/ como trasmigra un rio turbulento/ la raza de la América del sur”. Y en el poema “Trasbordo en el espejo” de su libro Soledad iluminada (1972), aparece el viento, elemento ascensional, como esa melodía interminable de la planicie. “La dulce canción del viento/ no pasa nunca, se queda/ cautiva en mi pensamiento”.

En el poema “Guayacan” de su libro Flores para deshojar (1937), construye el poeta cruceño una imagen ascensional extraordinaria; pues todo lo que representa la selva como símbolo de vida y su riqueza espiritual, es vehiculizada para que los hombres la descubran, por el viento. Para el poeta, oír al viento es asir la naturaleza en todo su esplendor: “Todo el aroma del bosque/ circula por los cristales/ interiores de su tronco/ que agrietan/ los musicales/ murmullos del viento ronco”. Pero también el viento es un intérprete y mensajero de lo sagrado. Así en el poema “Loor a la Virgen morena de los llanos” del libro La milagrosa Virgen de Cotoca (1966), dice: “Ya salvaste los nidos/ susurraban los vientos y los ríos/ en el silvestre verbo amanecido”. “Pero era voz extraña/ nunca oída,/ profunda resonancia sideral”.

Y en el texto Ayúdenme a recordar (inédito), el poema “A la fiesta”, habla del viento como un testigo inmutable del paso del tiempo, por tanto, naturaleza y tiempo son dimensiones constitutivas del cosmos. Nuestro poeta escribe: “Viento del sur: un cielo raso/ proyectado en la curva del espejo;/ corre la triste llama de un ocaso/ invernal prolongada en su reflejo”. “Se oye llegar el tiempo paso a paso”. En otro texto La voz de la querencia (inédito) en el poema “El hombre y el paisaje”, el ser humano al formar parte del cosmos, no puede estar separado de su entorno natural, pues la separación hombre/naturaleza, acaecida drásticamente en la modernidad, supuso una escisión y quiebre del ser del hombre, y que hasta hoy acarrea consecuencias irreparables para la naturaleza, porque la naturaleza se transformó en objeto a ser conquistado y dominado. Escuchemos a nuestro poeta cantar la unidad indisoluble del ser humano a su entorno natural: “Eres la pura idea/ y eres la fuerza pura/ de aquella raza indómita que insurge de la selva”. “Despierta en rio/ en árbol, ventarrón de música./ Retuerce las raíces sonoras de tus nervios/ en insípidos macollos de cuerdas vegetales”.

IV

Clarice Lispector escribió en Onde Estivestes de Noite (Dónde estuviste anoche), libro de relatos publicado en 1974: “Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado […] Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. […] Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. […] Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice” (Lispector, 1978, p. 48). Este silencio que se escucha, pero de quien no se puede decir, sino solo que es silencio; y el viento esa voz que corre desenfrenadamente por las llanuras orientales peinando inefablemente las palmeras, nos habla del silencio tropical en un lenguaje inteligible.

El poeta en Fundación de la llanura (1969) en el poema “Los conquistadores de la selva”, escribe: “Aquí las tempestades del silencio,/ las raíces de sangre del perfume,/ las húmedas cortezas de la brisa,/ el pavo real de oro/ lleva una cuenta azul de los luceros”. Esta metáfora axiomática de movimiento, en los elementos tempestad y silencio, habla de un silencio que en la llanura tiene su voz, un sonido y lenguaje propio. Contrariamente a la idea de que el silencio es un estado de quietud, mudo. Pues para Otero Reiche el silencio es un camino o varios caminos por los cuales el ser humano puede transitar para consubstanciarse con la naturaleza: “La selva es una virgen que no se entrega nunca,/ tendremos que arrancarle por fuerza la palabra”. “Por los caminos del silencio comienzan a llegar los sembradores/ de estrellas de oro y plata”.

Pero asimismo en el silencio que se oye, pero del que no es posible decir nada una vez conocido, el diálogo no necesita de palabras; así lo manifestó el poeta en el texto “Construcción de Santa Cruz de la Sierra” cuando nos dice: “Se cumplía la infancia del color de los árboles/ se cumplía el silencio de la luz en la estrella, […]/ no era raro el diálogo sin palabras inútiles”. En este sentido entonces podemos catalogar a las acciones como el lenguaje del silencio. En Los montoneros del Oriente (1967) en el poema “Cañoto”, expresa esta idea, por ejemplo, cuando los pueblos despiertan a la idea de libertad o justicia, lo hacen en silencio, porque el silencio es movimiento, simbolizado en el fuego. Dice el poeta: “Es que el pueblo despierta en el silencio/ profundo de la noche, se incorpora,/ se yergue, adquiere cuerpo de montaña,/ profundidad de sombra, voz de fuego”. Esta percepción de la estrecha relación del hombre con la naturaleza, lo expresa en profundidad el texto “Poema de la bienvenida” del libro Florilegio escolar (1967): “Yo vengo de la selva/ como viniera un árbol/ cargado de perfume/ y abriendo con sus raíces el cauce de algún rio”. […] “Descansé en silencio/ para formar un lago de diamantes;/ por eso fingen trémulas/ y frágiles barquillas de nubes”.

V

En Otero Reiche, poeta del aire, la verticalidad ascendente se expresa en los dos aspectos centrales de su poesía: la naturaleza y el silencio; la primera simbolizada en el viento, los árboles, las nubes y el segundo, en el lenguaje sin palabras inútiles. Ahora bien, el origen de tales elementos carece de respuesta, a pesar de más de veinte siglos de pensamiento. En el poema “América” del libro América y otros poemas (1975), así lo expresa nuestro poeta: “las planicies roncas de vientos ancestrales/ que aullaban en las grietas azules de los lagos/ y se vestían de algas, de líquenes y perlas. […] Nadie ha sabido cómo nacieron estas selvas/ del verde cataclismo de todos los cristales,/ de todos los silencios, de todos los perfumes,/ del agua y la brisa,/ del cielo y de la tierra”.

En el libro La voz de la querencia (inédito) el poema “Rumbeando el porvenir”, canta acerca del final del ser humano después de la muerte en el seno de la tierra, la naturaleza, en el hacerse uno con ella, y será el viento esa voz del silencio quien abra un espacio para el descenso definitivo de la existencia humana particular de todo ente y su subjetividad, para alcanzar la armonía absoluta. Dice nuestro poeta al respecto: “Después del gran silencio. En la llanura/ blanqueada por la luna, adormecida/ por el responso de una despedida,/ oír al viento cavar mi sepultura”.

Termina el poeta exaltando la salvación del hombre en su reposo con y en la naturaleza. En este sentido, no puede ser más concomitante la idea de que el paraíso perdido para el ser humano y al que busca desesperadamente regresar, es la relación armónica con la naturaleza, en suma con el cosmos, que fue fracturada por la separación dialéctica hombre/naturaleza. Así en el poema “El camba” texto del libro Adiós amable ciudad vieja (1973), sentencia Otero Reiche: “Y el bosque fue única posible salvación”. “El camba es la conciencia postrera del paisaje/ y hasta un remordimiento de la naturaleza”. “su estera/ recogida en el hombro y en tarí el avío/ del viento, de las nubes, del sol y la pradera”.

Raúl Otero Reiche, es el poeta de la naturaleza y el silencio, pues su psicología del movimiento y ascensional está reflejada en la simbología del viento, las nubes, los árboles y ese silencio incomunicable de la selva y su canto manifestado en el viento. A pesar de las heridas que va asestando el desarrollismo en las tierras del oriente boliviano, en la Amazonía y sus pueblos, todavía es posible oír el silencio del viento en sus llanuras.

Bibliografía consultada

Bachellard, G. (1993). El aire y los sueños. Ensayo sobre la imaginación del movimiento. FCE.

Bareiro, R. (1980). Literatura guaraní del Paraguay. Biblioteca Ayacucho.

Berardi, F. (2020). Respiraré caos y poesía. Prometeo Libros.

Chávez, G. (2017). Un rio que crece. A manera de introducción. En Chávez, G (edit). Un rio que crece. 60 años en la literatura boliviana -1957-2017- (pp. 9-17). ASOBAN.

De la Vega, J. (1988). “Introducción”. En Otero Reiche, R. (1988). Cantos del hombre de la selva. Antología poética (pp. 7-24). Casa de la cultura “Raúl Otero Reiche”.

Juarroz, R. (2000). Realidad y poesía. Pretextos.

Lispector, C. (1978). Silencio. Grijalbo. (Trad. Peri Rossi, C.).

Otero Reiche, R. (1988). Cantos del hombre de la selva. Antología poética. Casa de la cultura “Raúl Otero Reiche”.

Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo, filósofo, escritor y poeta

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