Me considero una persona relativamente optimista. Cuando en la vida sobreviene algún inconveniente, o incluso una tragedia, pienso que lo mejor es sacar fuerzas de donde ya no existen para levantarse, sacudirse el polvo y seguir hacia adelante, sin siquiera intentar ver el pasado (a no ser que este ejercicio sirva para aprender para lo consiguiente). La autoflagelación me parece de lo más paralizante y funesto que alguien puede hacer. Como dice Huxley al inicio de Un mundo feliz, «el remordimiento, y en ello coinciden todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes llevar a cabo una morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse».
Todo eso en cuanto a la vida práctica y sus contingencias. Pero en cuanto a la vida cultural y del arte, soy de aquellas personas que prefieren ver hacia el atrás, hacia ese pretérito esplendoroso que hoy no es más, pero que podría ser nuevamente si lo revalorizamos, recuperamos y entendemos nuevamente, como sucedió en el Renacimiento.
Hace unas semanas, Página Siete realizó una encuesta a diez escritores nacionales preguntando qué recomendaban comprar y leer en la XXVI Feria Internacional del Libro de La Paz. La abrumadora mayoría respondió sugiriendo libros nuevos y novedades literarias en general. Se recomendaron, por ejemplo, libros de cómics, microcuentos y trabajos de poesía de jóvenes, así como literatura infantil y los nuevos libros de novela y crónica de los autores nacionales que están dando que hablar en el mundo literario de hoy. Recomendaciones todas ellas loables.
Este servidor, sin embargo, fue el único que dio una respuesta azas diferente a la de los demás (y probablemente incómoda y hasta quizás arrogante para muchos). Recomendé comprar y leer a cuatro nombres que pienso que todavía pueden dar mucho a las jóvenes generaciones que quieren comprender el pensamiento, la idiosincrasia y la cultura bolivianos: Tamayo, Arguedas, Céspedes y Diez de Medina. Obviamente, para mí hay muchos otros nombres más que podría haber mencionado, pero creo que ellos cuatro, histórica y literariamente hablando, son algunos de los clásicos fundamentales para la comprensión de nuestra cultura como sociedad y estirpe, incluso en este moderno siglo XXI.
¿Por qué un joven de la actualidad debería conocerlos? Porque en Tamayo hallará la poesía más excelsa salida de la pluma de un boliviano, y probablemente una de las mayores poesías de América. En Arguedas, la inconformidad ensayística e historiográfica que debería albergar todo espíritu crítico y que apunte a la moral catoniana para la construcción de un país mejor. En Céspedes, una prosa histórica límpida y ágil que, aunque peque de sesgos políticos, le hará comprender el quid de la nacionalidad, fruto de la guerra con el Paraguay. En Diez de Medina, una cultura humanística que, tal cual está aplicada a su literatura clásica y romántica (una literatura, a su vez, tan vernácula e india), no tiene por qué estar reñida con nosotros.
Mirar hacia atrás en asuntos literarios y culturales tiene desventajas, pues nos arrebata el tiempo que podríamos emplear en conocer las voces de lo nuevo y lo actual, pero al mismo tiempo es una garantía para conocer lo mejor de lo mejor de otrora. Una vez vi una entrevista de Arturo Pérez-Reverte, novelista español que posee más de 30 mil volúmenes en su biblioteca personal, en la que decía que muchos escritores de la actualidad pecan de no revisar las raíces más nobles, excelsas y profundas de las letras universales, únicas e impares porque jamás hasta hoy fueron superadas ni en calidad formal ni en trascendencia conceptual. Y es que cuando se lee a un autor actual, uno se da cuenta de si se nutrió y bebió de los grandes maestros que sentaron las bases de la belleza artística y cultural, una belleza que, según Winckelmann, pese a que debe ser original en cada ser, al mismo tiempo se transmite, como en cadena, de creador en creador. Nadie comienza de cero. Debe haber una base clásica.
No importa que se desee o no ensayar nuevas formas, conceptos diferentes a los de ayer o romper cánones artísticos, pues todos tenemos el derecho de escribir o crear como queramos, pero todo creador de vanguardia debería tener consciencia de las bases supremas del pasado y conocer el arquetipo clásico, pues su evidencia es inmanente en la escala de representaciones estéticas universales. Así que en ésta y las demás ferias del libro, aparte de comprar las novedades, no estará por demás pensar en adquirir también un Homero, un Montaigne, un Plutarco o un Schopenhauer.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario