Alex A. Chamán Portugal
En el siglo XXI, la migración forzada se ha convertido en un drama global que atraviesa fronteras, políticas y discursos. Lejos de ser un fenómeno espontáneo, responde a una crisis estructural del modo de producción capitalista y su expresión neoliberal, en que millones de personas son expulsadas de sus países de origen por causas estructurales como la pobreza, la negación de oportunidades, la conculcación de derechos y libertades, la violencia y el desmesurado saqueo de sus recursos. Mientras tanto, las grandes potencias capitalistas e imperialistas, en lugar de asumir su responsabilidad histórica, criminalizan a los migrantes, convirtiéndolos en chivos expiatorios de sus propios fracasos económicos y políticos inherentes al oprobioso sistema económico, social y político.

El capitalismo y su manifestación neoliberal como fábrica de migrantes
El sistema capitalista, en su fase imperialista, ha intensificado la explotación de los pueblos del mundo. Grandes corporaciones o empresas transnacionales y potencias económicas como Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto perversas políticas neoliberales no solo a sus propios pueblos, sino también a los pueblos de las naciones oprimidas destruyendo así economías locales, ahondando la explotación y opresión, así como precarizando las condiciones materiales de existencia. En consecuencia, obligando a millones de seres humanos a huir en busca de sobrevivencia y oportunidades que se les niega en sus países de origen. En América Latina, la injerencia del imperialismo estadounidense ha sido funesta para la desestabilización y acrecentamiento de sus crisis económicas y sociales, provocando éxodos masivos de sus poblaciones con efectos devastadores no solo para sus sociedades, sino también para la desintegración de millones de familias enteras. Lo mismo ocurre en Medio Oriente y África en que puede agregarse que las intervenciones políticas y militares han sembrado el caos y la miseria.
Mientras los migrantes son forzados a abandonar sus países y hogares, el decadente capitalismo global los necesita como mano de obra barata, dispuesta a aceptar trabajos precarios en condiciones de explotación extrema. Paradójicamente, las clases sociales dominantes y expoliadoras de los mismos países que generan las crisis migratorias son los que instrumentalizando los Estados y sus instituciones proceden a erigir muros y militarizar fronteras para impedir la llegada de aquellos que huyen de la espantosa miseria y vulneración de sus derechos y libertades.
Estados Unidos y la maquinaria de represión contra los migrantes
El gobierno de Donald Trump, quien representa al imperialismo estadounidense en franca descomposición, propugna por consolidar el establishment y llevar a su máxima expresión una política migratoria de persecución y brutalidad, pero esta perniciosa estrategia no nació con él ni terminará con su salida de su segundo Gobierno. La separación de familias centroamericanas en la frontera con México, los campos de detención-concentración inhumanos y las deportaciones masivas fueron apenas la punta del iceberg de una política imperialista de control migratorio que persiste hasta hoy.
Trump, en su primer Gobierno, utilizó la figura del migrante como un enemigo interno, apelando a la xenofobia y al nacionalismo extremo para consolidar su base electoral. Sin embargo, el Gobierno de Joe Biden ha mantenido la misma línea de criminalización, con un incremento en las expulsiones y una mayor militarización en la frontera sur. Estados Unidos no solo persigue a los migrantes dentro de su territorio, sino que impone ignominiosos acuerdos a países para que actúen como barreras de contención, convirtiéndolos en cómplices de su política represiva.

Europa, el otro rostro de la hipocresía migratoria
El viejo continente, cuna de los derechos humanos en el discurso, ha replicado el modelo estadounidense de criminalización de los migrantes. Italia, Francia y España han endurecido sus políticas migratorias, permitiendo que miles de refugiados mueran en el Mediterráneo mientras refuerzan sus fronteras con tecnología militar. En lugar de acoger a las víctimas de las guerras que ellos mismos han promovido, los gobiernos europeos financian acuerdos con países del norte de África para bloquear la llegada de migrantes, sin importar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que estos sufren en el trayecto.
Los derechos de los migrantes, entre la indiferencia y la resistencia
El derecho al asilo, a la reunificación familiar, al trabajo y a la dignidad son violados sistemática y alevosamente por los gobiernos que dicen defender la democracia. Organismos como la ONU y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han denunciado estas políticas, no obstante, sus acciones han sido insuficientes frente a la maquinaria represiva de los Estados. En este escenario, la organización y resistencia migrante ha emergido como una fuerza de lucha y organización. Movimientos sociales, redes de apoyo y comunidades migrantes han enfrentado la persecución estatal con solidaridad, dignidad, y, por supuesto, luchas y resistencias.
Hoy, la lucha por los derechos de los migrantes es también una lucha de clases, una batalla contra el capitalismo, el imperialismo y el fascismo moderno. La verdadera solución a la crisis migratoria no está en más muros ni en más deportaciones, sino en desmontar el sistema vigente que genera desigualdades, injusticias, explotación, opresión, ecocidio, guerras injustas y expulsión forzada de millones de seres humanos.
Es momento de restituir derechos y libertades a los migrantes, por un mundo que, aunque dividido por fronteras impuestas, les pertenece tanto como a cualquier otro ser humano.