Bio data esencial
Ana María Intili – Perú
Desde niño me llaman el cojo de Le Panto, simplemente porque me falta una pierna. No puede negarse que es un nombre histórico y distinguido para todo niño que se precie. Cuando fui al colegio me sentí importante. Me llamaban el Sin Cabeza, pues también nací sin ella. Lo que me molestó fue cuando mis compañeros de secundaria me apodaron el De Capitado. ¡¡Tamaña insolencia!! Me privaré de la Universidad para no exponerme. De lo que no me privaré es de postular a la Asamblea General. Allí me veré normal.
Insecticida
Juan Carlos Gallegos – México
No hay tragedia pequeña, dice la hormiga sobreviviente al holocausto en el jardín.
La Mujer De Fuego
Maribel García Morales – Colombia
De ardiente mirada y calcinante abrazo, su esencia ígnea surgía con frenesí en la transgresión de las fronteras emocionales. En su divagar frecuentaba tórridas regiones del subconsciente, indagando el sentido de la existencia. Depósito en Juana de Arco toda su admiración. Guardaba con cariño un pequeño dragón. Pasaba extensos lapsos observando los relámpagos y las estrellas. Chimeneas y fogatas la mantenían candente. Su perdición se originó en el amor pasional que entregó a un núbil pescador, quién la poseyó con sus caricias de hielo.
Sujeto desconocido
Yurema Gonzales Herrera – España
Extirpé de raíz mis deseos más primitivos: rebosaban la línea pintada alrededor de tu cuerpo en el suelo. Me hice un disfraz de persona decente con ellos, los cosí con el hilo azul de tu mirada, fría, inerte.
Crónicas del encierro I
Daniel Frini – Argentina
¿Ya habrá pasado? ¿Habrá terminado? ¿Podré salir de esta reclusión? Extraño el sol, el viento que me acaricie, el frío de las mañanas, el canto de los pájaros. Aquí, encerrada, todo es monótono, triste, silencioso, oprimente, oscuro. ¿Vendrán por mí? ¿Me liberarán? ¿Vendrán a sacarme estos grilletes, a quitar los ladrillos con los que me emparedaron hace ya tantos años, porque dijeron que era una bruja?
Multiuso
Teresa Constanza Rodríguez Roca – Bolivia
Un dedal, sacrificado sombrerito protector de falangetas, a quien no le consolaba ni el sonido agradable que producían sus hoyuelos al paso de una uña, decidió cambiar su destino humillante de empuja-culo y mudarse al país de los liliputienses; urgidos, como estaban ellos, de vasos atractivos e instrumentos musicales novedosos.