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Microrrelatos – Colección de literatura breve CXLIX

El sueño del águila

Manuela Vicente Fernández – España

Soñó que era un águila acuática que descendía hasta el limbo de los sueños para rescatar los deseos perdidos y otorgar segundas oportunidades a los soñantes. Con su pico hurgaba en los deseos más recónditos de las almas y reciclaba anhelos no correspondidos; encajaba flechas en corazones compatibles; volcaba maternidades frustradas en lienzos creativos; reorientaba instintos y armonizaba chacras. Soñó que las almas eran ligeras como plumas que se iban adhiriendo a su cuerpo hasta formar un sueño gigante hecho de las más variadas formas y colores imaginables. Soñó que se soñaba a sí mismo y emergía de la nada.

Del otro lado

Maritza Iriarte – Perú

El hombre acostumbra dar largos paseos por el malecón para observar esa línea vasta e inalcanzable del horizonte, al atardecer. Sin querer, saca un pañuelo del bolsillo con olor a madre, a nostalgia por los rostros familiares que aún lo esperan del otro lado, a pesar de los años. Se sacude ese instante de melancolía, mientras reanuda el camino de regreso a la plazuela. Al llegar, se detiene junto al farol, afina las cuerdas del charango y canta por unas monedas que no le alcanzan para volver.

Cacería de almas

Nana Rodríguez Romero – Colombia

Los hombres de Célebes ponen anzuelos en los orificios del cuerpo de los moribundos para que el alma no pueda escapar por ellos.

He regado anzuelos por todo el mundo, pero tu alma transmigra por los aires; quiero abrir un agujero sobre mi pecho y volar en las noches estrelladas en busca de ti: mariposa de luz.

Benévolo camuflaje

Chris Morales – México

El humor que despedía su cuerpo atraía a todas las mujeres que por eso cargaba atomizadores con agua residual para rociarse en cuanto una se acercara. Prefería parecer mendigo que aniquilar las relaciones amorosas de su entorno.

Los descamisados

Rubén García García – México

 Caminan, haciendo alharaca una docena de hombres. Van rumbo al río, a bañarse con la corriente fría de la montaña. Encuerados reciben el masaje del agua y con las manos entrelazadas en la nuca se pierden al descubrir el tablero brillante del cielo.

Los hombres descamisados regresan. Platican de mujeres y algunos se embroman tocándose las nalgas. En la oscuridad se oyen chillidos, aleteos y uno que otro ruido que se confunde con carcajada. Por un momento dejan la charla y beben dejando en el viento el dulce sabor de la caña.  Regresan al pueblo, a la choza, a entibiarse las caderas con las caderas de la amada. Nadie piensa, que mañana el sol inclemente, de la hacienda, les barbechará la espalda.

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