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Leer o hacer dinero… esa es la cuestión

Hace una semana dije que en el mundo de hoy es la educación, más que la economía, el indicador más certero de la riqueza de las sociedades. Unos días después, un economista —uno de aquellos que piensan que el capitalismo es la panacea para resolver todas las dificultades del mundo— me cuestionó por qué pensaba eso… En este breve texto trataré de responder adecuada y sintéticamente.

Reafirmo creer que estamos en una época en la que los cerebros cultos valen más que los talentos para multiplicar los billetes. Y este —el de la educación o la economía— no es un falso dilema, dado que algunos creen que la riqueza material lo es absolutamente todo. Pero, ahora que lo pienso mejor, no digo ya que “en el mundo de hoy” la educación vale más que la economía, sino que la educación siempre ha sido más importante que la habilidad para hacer circular dinero e incrementar la economía. Se puede demostrar esto con datos de un hecho histórico concreto.

En el siglo XVI, España era el imperio más poderoso de la tierra; tenía amplios dominios y obtenía ingentes riquezas de sus colonias americanas. Sin embargo, su poderío económico y político se fue agrietando paulatinamente porque España nunca fue una potencia cultural, científica y educativa… Hacia el norte europeo, el Imperio español poseía una colonia pantanosa, pequeña y sin recursos naturales, llamada Holanda. Y en aquel siglo, el mundo comenzaba a experimentar un fenómeno nuevo, un fenómeno que, junto con brechas de desigualdad, ha significado también beneficios para el desarrollo de la humanidad: el capitalismo.

En 1568, los holandeses (protestantes en su mayoría) se rebelaron contra el amo español y católico, y se independizaron. En poco tiempo el nuevo estado comenzó a prosperar y el puerto de Ámsterdam se convirtió en la meca del capitalismo, desplazando a los de Sevilla y Cádiz y dejando, por ende, atrás al decadente imperio de los reyes católicos. ¿Por qué se produjo este fenómeno? Para el historiador Harari, hay dos factores: 1) los holandeses eran más escrupulosos en el pago de los préstamos y 2) el sistema judicial holandés era probo e independiente, a diferencia del español, que era corrupto y estaba a merced de las élites clericales y políticas. Entonces los inversionistas (son estos los que históricamente, además de los gobiernos, han financiado investigaciones científicas y obras de arte) comenzaron a huir hacia nuevos horizontes, donde hubiera defensa de los derechos privados y aires de libertad.

Ahora bien, lo interesante está recién aquí: lo que hay detrás de los factores 1 y 2 es educación, una formación cultural amiga del debate, ilustración y un espíritu racional… Si los tribunales de Madrid subordinados al rey son análogos a los tribunales bolivianos sumisos al régimen de turno, los tribunales de Holanda, respetuosos de la norma e independientes de influencias políticas o presión mediática, son equiparables a los de cualquier país desarrollado de hoy (como Suiza, Japón, Luxemburgo o Chile, países sin muchos recursos naturales, pero educados). De igual manera, si los irresponsables españoles que no pagaban los créditos a tiempo son lo mismo que los taimados deudores que hoy no pagan los préstamos contraídos, los escrupulosos holandeses que pagaban las deudas a tiempo son lo mismo que un noruego o un finlandés que paga siempre a tiempo.

Lo que hay que entender es que España fue perdiendo su imperio —y corrompiendo la moral pública de sus colonias americanas— por su espíritu autoritario y reacio al debate (en otras palabras, incivilizado). Sus riquezas materiales no pudieron hacer nada frente a su indigencia educativa y crítica. Entonces la fuga de capitales y cerebros fue inminente: ellos sabían que podrían vivir mejor allí donde se respetase la ley y, por tanto, hubiera la seguridad de que, si se tenía un pleito con un mercader o un banquero, la justicia fallaría probamente; sabían que tendrían una atmósfera de libertad para pensar y escribir obras literarias y científicas sin ser perseguidos o muertos a manos de la intolerancia. Dicho todo lo cual, se tiene que la educación y el debate, como aquellos de la Holanda de hace 400 años, son más importantes que la posesión de millones de dólares, como los tuvo Bolivia durante varios años… ¿Hay, entonces, alguna duda de que el dinero y el crecimiento económico sirven para bien poca cosa en las sociedades donde las mentalidades son premodernas?

La educación previene uno de los mayores males de la historia: la corrupción. Alguna vez el filósofo Escohotado dijo que las sociedades más ricas no son las que cuentan con más recursos naturales ni las que tienen mayores índices de capitales, sino aquellas cuyos miembros no hurtan ni se sirven de los privilegios del poder. Son ellas las que están más próximas al ideal de la felicidad. Ergo, respondiendo al amigo economista que me hizo la crítica, puedo decirle que mantengo mi posición: el nivel educativo es más importante que las cifras económicas. Dinamismo económico supone crecimiento. En cambio, educación y cultura más dinamismo económico suponen desarrollo integral.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

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