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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXXIX

Causa probable

María Antonieta Barrientos – Chile

Comentan en el edificio que el difunto protagonista de este cuento, mientras esperaba que se vendiera alguno de sus libros, sólo bebía un vaso y otro más. Lo saben porque fue la cuenta de agua que más subió en el mes.

Como despedida

Karla Gabriela Barajas Ramos – México

Nos regaló flores de la Antártida, jacarandas en enero, nieve en áfrica. Luego nos inundó con la sensación de no poder evitar nuestra extinción.

Raíz Dickinson

Esther Andradi – Argentina

La guerra, otra vez la guerra.

Cuántas van, y siempre el mismo esquema.

Un país invade, otro que se defiende, soldados y coroneles por la patria, mujeres que huyen, niños que lloran, bombas que estallan, escombros por donde mires, dolor sin límites.

La muerte está de cosecha.

Y yo me hundo en el Herbario de Emily.

Crece vida, crece.

Inamovible

Fabiola Morales Gasca – México

La sala es amplia. Hay café y galletas. Gente que llega, saluda y platica. La sala se llena, se vacía. Sobre el reloj que reina la gris pared, los minutos pasan rápido menos para el hombre de en medio. El tiempo ya es inamovible. Sobre su féretro, yace en una red suspendido en el tiempo.

El armario

Paola Tena – México

     De niños, mis primos y yo nos retábamos a ver quién aguantaba más tiempo dentro del ropero de la tía Eulogia sin desesperarse, en la oscuridad, con el cerrojo echado. Invariablemente ganaba Édgar, el hijo de mi tía. Era capaz de permanecer ahí por horas. Luego se le fue haciendo costumbre a tal punto que con el paso de los años se quedó a vivir dentro.

     Mi tía Eulogia se moría de la preocupación. Tras mucho suplicar, conciliar y amenazar en vano, se resignó a que le había tocado un hijo medio loco. Cada mañana dejaba una muda limpia y un plato de comida frente a las puertas del ropero, abría el cerrojo y salía de la habitación. Entraba media hora después a recoger la ropa sucia y los platos vacíos. Nadie volvió a ver a Édgar.

    Cuando tía murió supimos que tenía la llave en una cadena alrededor del cuello. Vendimos su casa con todos los muebles, incluso el armario, que nunca nos atrevimos a abrir.

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