Premio Nobel
Nana Rodríguez Romero – Colombia
En un país desangrado por la corrupción y la impunidad, (él más violento del mundo, decían los analistas internacionales) el mandatario de turno, orgulloso de su gestión, se autopostuló candidato al premio Nobel de la Paz.
El duelo
Juan Norberto Lerma –México
Al fin Marck estaba frente a su enemigo, el conde de Olson. Pero la realidad era distinta al sueño. Aquí, él era quien blandía el arma y con su dedo de fuego disparaba cañonazos desesperados, y el otro, asombrosamente no se detenía.
Vuelta al origen
Nélida Cañas – Argentina
Prisionera en su universo de resina una mariposa siente nostalgia de su cuna de hojas. Enseguida pliega sus alas en un mínimo capullo. Ahora es una crisálida entre los árboles y el viento.
La salida
Rubén García García – México
Caímos en el aburrimiento, pasamos del paroxismo al tedio. Las coincidencias del ayer ahora son contradicciones. El sexo es la puerta donde nos encontramos, pero, ¿hasta cuándo? Las pláticas en el café y el lenguaje de las manos en el parque han quedado lejos. Hoy tenemos el reproche, la pregunta, la ironía. Esperamos la noche y, sin hablar, nos reencontramos con el placer. Yo sueño con otra mujer, tú con otro hombre. Tendremos un espacio para reconsiderar, ya que, para fortuna de ambos, mañana llega tu marido.
El luchador
Paola Tena – México
El niño grande golpea con fuerza, pero el pequeño es más rápido. Ruedan por el suelo del patio del colegio, la tierra se adhiere a la sangre de sus heridas, los compañeros de clase animan a uno o a otro según los vaivenes de la pelea. El pequeño sabe cómo infligir daño, golpea una, dos, tres veces en el punto clave, y el otro queda tendido, inmóvil. El corro de niños se rompe en el momento en que la maestra acude presurosa y se abre paso a empujones.
Cuando crece, el pequeño sigue peleando porque no sabe hacer otra cosa. Aprende la técnica, gana en destreza, poco a poco se vuelve más ágil. Cada noche regresa con montones de billetes arrugados a casa, donde desde hace años ya nadie se alegra de verlo, y los deja sobre la mesa de la cocina sin guardarse ni uno para él. Engarza victorias una detrás de otra, pero el declive lo alcanza. En la que será su última pelea recibe un puñetazo certero en la mandíbula, nocaut que acabará con su vida instantes después de que piense con angustia en su hermano mayor, que lo espera encogido en la silla de ruedas, ajeno a todo desde aquella fatídica mañana de lucha cuando quedó tendido e inmóvil en el patio del colegio.