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Mi efímero paso por la Academia Diplomática

El 14 de febrero de 2024 se publicó en el Facebook de la Academia Diplomática Plurinacional (como se llama ahora la institución que depende del Ministerio de Relaciones Exteriores que se dedica a la formación de nuevos diplomáticos bolivianos) la convocatoria oficial para postular a la maestría en Relaciones Internacionales y Diplomacia. Había estado intentando ingresar en ella desde 2017, pero durante los años siguientes su convocatoria había quedado en suspenso por el desorden institucional que fue el sello de los gobiernos de Evo Morales y Jeanine Áñez (y de muchos más en realidad). Por tanto, no dudé un instante en alistar mis papeles para colgarlos en la respectiva plataforma virtual y, así, postular. Mejor dicho: sí dudé un poco… Creí que mis convicciones ideológicas y mi pública oposición al MAS no serían precisamente agradables para el comité evaluador. Además, creí que habría un cierto conflicto ético en mí mismo, pues no sabía si mis aspiraciones académicas diplomáticas y los profesores con quienes eventualmente me formaría, podrían habitar una misma aula. Con todo, decidí no dejar pasar la oportunidad que había esperado tanto tiempo.

Mis papeles fueron aprobados y pasé a la siguiente fase, que fue un examen teórico —con preguntas de historia, economía general y comercio internacional, algunas difíciles y otras ideologizadas— que aprobé con holgura. También aprobé holgadamente la etapa siguiente, que fue un examen ensayístico. Y finalmente llegó la entrevista, que sería, como dirían los gringos, face to face, en los predios de la Academia, que están en la avenida Arce de la ciudad de La Paz. Fui bien estudiado, pero, la verdad, ya un tanto desanimado. Y mi desánimo no resultó infundado: cuando me recibieron en la sala de entrevistas, sentí una ligera hostilidad. Durante unos 15 minutos me preguntaron cuestiones ideologizadas y, para mí al menos, harto baladíes, a las cuales, debo decirlo con franqueza, y como creo que en la vida hay que ser manso, pero no menso, respondí retóricamente, a veces saliendo por la tangente, diciendo ni sí ni no, sino todo lo contrario, con la finalidad de ser diplomático y académico en mis respuestas, pero sin traicionar mis convicciones o, como se dice vulgarmente, sin “venderme” a un régimen que creía (y todavía creo) infausto.

La respuesta final de mi postulación la supe unas seis semanas después del lanzamiento de la convocatoria, el 28 de marzo. La verdad de la milanesa fue decepcionante y frustrante, aunque no imprevisible: no había sido admitido en el posgrado. No culpé tanto a la Academia cuanto a mí mismo, por aquella candidez mía que muchas veces me lleva a creer que del olmo caerán peras y no sámara.

Escribo esto porque hace unas semanas fui invitado a una reunión de diplomáticos de carrera que fueron retirados de sus puestos laborales por razones de ideología política. La reunión se hizo en uno de los auditorios de la UCB y en ella se expusieron temas sobre globalización, política exterior boliviana e institucionalización del Ministerio de Relaciones Exteriores y respeto del escalafón diplomático.

No es ningún secreto que durante los 20 años del MAS el Ministerio de Relaciones Exteriores se volvió algo más parecido a una agencia de empleos para los afines del partido azul, que a una institución que gestiona, reflexiona y dirige la política exterior y las relaciones internacionales de Bolivia con seriedad y patriotismo. Tampoco lo es que durante el denostado “neoliberalismo” el escalafón diplomático sí se respetó y que las embajadas y consulados que Bolivia tiene en el mundo estaban ocupados por personas mucho más capaces y especializadas (diplomáticos de carrera o intelectuales de renombre) que los actuales funcionarios que hoy trabajan en el servicio exterior. Para no ir muy lejos, hay que recordar que Celinda Sosa Lunda, jefa de la diplomacia boliviana, es una sindicalista ignorante en temas consulares y de relaciones internacionales y diplomacia.

No pienso que la Cancillería boliviana fuera antes el dechado de la profesionalidad y la probidad, ya que la historia de la diplomacia boliviana da cuenta de que siempre corrompieron el servicio exterior boliviano los favores políticos, el nepotismo, la “política” (en el peor sentido de esta tan mal utilizada palabra) o la mediocridad. Pero sin duda el nivel era superior en todo sentido. Se debe mirar con nostalgia aquellas épocas, para tratar de retornar a ellas o siquiera a algo de lo que fueron.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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