Hace diez años, en 2014, Álvaro García Linera publicó un libro breve titulado Identidad boliviana: Nación, mestizaje y plurinacionalidad (Vicepresidencia del Estado), que se distribuyó gratuitamente y de manera masiva junto con la edición dominical de un periódico paceño de circulación nacional. La mentada publicación, más o menos como lo que había sido la Creación de la pedagogía nacional (1910) de Franz Tamayo frente a Pueblo enfermo (1909) de Alcides Arguedas, era una suerte de respuesta a un libro que Carlos Mesa había publicado un año antes, en 2013, bajo el sello de la editorial Gisbert: La sirena y el charango: Ensayo sobre el mestizaje. A pesar de que ambas publicaciones contienen reflexiones relevantes sobre la identidad boliviana y el mestizaje como categoría política y social, no recibieron la atención que —considero yo— merecían; se publicaron algunas reseñas académicas aisladas y algunos comentarios en periódicos, pero estoy seguro de que un boliviano medio de la actualidad ignora por completo tales libros. Por ello, hace un par de años decidí escribir mi tesis de maestría en Teoría Crítica sobre tal confrontación intelectual (un trabajo que espero en un tiempo pueda ver la luz en forma de libro).
¿Pensar Bolivia como una comunidad mestiza o como una nación de naciones? Es la pregunta general a la que los autores intentan darle una respuesta. El debate surge, como no podía ser de otra manera, de las posiciones políticas desde las que cada uno de ellos entienden Bolivia, ya que Mesa y García Linera, además de ser intelectuales, son políticos (lo cual es más perjudicial que provechoso a la hora de elaborar un trabajo intelectual de reflexión profunda). Pero una de las cosas más interesantes es que la aparición de La sirena y el charango e Identidad boliviana, al comenzar la segunda década del siglo XXI, es una prueba de que el boliviano medio, en la era de la inteligencia artificial y los robots, sigue conviviendo y tratando de reconciliarse con los fantasmas sobre su pasado prehispánico y colonial y, por ende, sobre su identidad (¿frustrada?, ¿nebulosa?); también es una prueba de que ciertas preguntas fundamentales como qué (o quién) es Bolivia o cómo se debería organizar este país a todas luces conflictivo y beligerante, siguen siendo parte de nuestras obsesiones o crisis psicológicas colectivas. (Algo así sucede hasta el presente en otros países latinoamericanos como México o Perú, con historias traumatizantes y violentas.)
Obviamente trazar en dos palabras las posiciones de cada uno de los autores será algo simplista y, por tanto, injusto, pero incluso corriendo ese riesgo me atrevería a decir que básicamente Mesa propone la construcción de un Estado mestizo bajo las líneas de la democracia liberal-republicana, mientras que García Linera defiende un Estado nacional-popular descolonizador y plurinacional. Ambos apuntan a la inclusión, pero desde diferentes paradigmas; ambos defienden la democracia, pero entendida desde muy distintas perspectivas. Esa confrontación (la de “todos debemos ser iguales en la realidad y también lo deberíamos ser ante la ley” frente a la de “como el pasado fue injusto y hay todavía desigualdades, hay que introducir cuotas políticas”) no es novedosa, ya que se la puede rastrear y hallar en un montón de pensadores de otros países, ya sean liberales o “de derecha”, o “progresistas” o decoloniales. Estas son, pues, las grandes visiones que hoy por hoy están en tensión en gran parte del mundo político y académico.
Debo anotar que hay varios pasajes tanto de La sirena y el charango como de Identidad boliviana que son mucho más grandilocuentes que analíticos o que caen en la retórica política y que, por eso mismo, no resisten un ejercicio de fría racionalidad o sencillamente de sentido común guiado por una razón crítica. Sin embargo, también esos fragmentos son merecedores de análisis y examen, ya que con ellos puede hacerse un estudio comparativo sobre los prejuicios políticos que contienen las que hoy —¿o siempre? — constituyen las dos principales corrientes enfrentadas en la arena política y social boliviana: la liberal-conservadora y la nacional-popular.
Pese a la carga política que hay en estas dos obras de reflexión sociológica, celebro su existencia y la relación de réplica que una tiene respecto a la otra. Hasta hace unas décadas, el estamento político estaba constituido por personas relativamente solventes para el debate ideológico e incluso para la reflexión académica. Pero hoy la conformación social de aquel hace que el pensamiento sea un elemento casi desconocido en sus ambientes. Por ello, además de por la pertinencia del tema que ponen en el tapete, y más allá de que Mesa o García Linera nos gusten o no como políticos o como intelectuales, estas obras enriquecen el acervo sociológico boliviano y deberían ser más leídas y criticadas.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social