Sobre el odio a las “minorías” escribe ArjunAppadurai, sobre ese odio “a vastas regiones y modos de vida como si estuviesen fuera de lo tolerable” porque se consideran “perniciosos y fuera del círculo de la humanidad”. Habla de las identidades predatorias que sienten ira por la presencia de “otra”. Identidades predatorias que sienten una “angustia” y una frustración ante la evidencia de que no son culturas puras, de que allí está ese grupo más débil y distinto recordándoselo, lo que les provoca furia y puede llevarles a cometer atrocidades.
¿Qué hace esta gente colla aquí?, con sus construcciones estilo alteño, con su música, su ropa gruesa, su distanciamiento con el baño, sus maneras hoscas como el altiplano, con su regateo en el comercio… ensuciando mi paisaje. ¿Qué hace esta gente camba aquí? Expansiva, irrespetuosa y de lengua fácil, ruidosa, concupiscente y básica como la selva… Son algunas de las estigmatizaciones conocidas entre poblaciones de dos regiones de Bolivia que, entrelazadas con una lucha de clases muy racializada, hoy se han trasladado al campo político y de lucha por el poder.
Hace unos días, celebrando el aniversario de la ciudad oriental de Santa Cruz, se produjeron actos que han generado una crisis política. Se descolgó la bandera indígena wiphala que había sido izada; el blanco Prefecto impidió que hiciera uso de la palabra el indígena Vicepresidente del Estado que ejercía de Presidente y que asistía al acto; éste y su comitiva tuvo que salir del lugar ante actitudes de agresividad de la gente; el también blanco presidente cívico cruceño dijo que no era carnaval para que estuviera allí gente disfrazada, refiriéndose a indígenas collas y no a los cambas que iban también en traje típico; un dirigente indígena de occidente fue azotado y echado del lugar por otro de oriente en un ambiente de franca hostilidad promovida desde las autoridades de la región.
Lejos de calmar los ánimos, éstos han sido exacerbados como arma de lucha política. El racismo, ese odio al otro por su origen, su fenotipo, cultura y lengua y sus representaciones simbólicas, como es la wiphala, se ha convertido en un instrumento para la toma del poder político. En este camino no se están valorando los riesgos del racismo, los riesgos de excitar el odio al punto de que se considere al “otro” como no humano y que no merece consideración ni empatía alguna.
Algo así pasa con las mujeres cuando son odiadas por los hombres y finalmente las matan. En el proceso hubo una deshumanización, un desprecio creciente y una violencia cada vez mayor, al punto de que los feminicidios inclusive van cargados de saña y sadismo.
En Bolivia hay una clase social blanqueada que tradicionalmente ha estado en el poder político y en los últimos 15 años se ha visto fuera de él ante la presencia indígena que ha tomado espacios antes prohibidos, como el de la riqueza. Paralelamente, hay una pugna entre oriente y occidente donde también se producen choques de tipo racial y de clase. Es un panorama complejo que lleva a situaciones contradictorias, como que indígenas de oriente reclamen por la presencia de poblaciones de occidente en su territorio y no por la presencia de terratenientes blancos porque se les considera de la zona (aunque vengan de familias europeas llegadas hace pocas generaciones).
Si bien el debate y la confrontación política son normales y necesarios como parte de la democracia, es vital para la sociedad que estas diferencias no vengan cargadas del odio del racismo, no puede haber mensajeros de este odio.
En un panorama en que pueden producirse enfrentamientos que pongan en riesgo la democracia, las dirigencias políticas tienen una responsabilidad. No puede haber dirigentes bravucones que tengan el racismo como bandera de lucha, no puede haber dirigencia política que calle ante esos hechos y expresiones porque conviene, ya que en realidad a nadie le conviene. Una sociedad que se dice no racista y no excluyente no lo puede permitir, ni avalar.
Drina Ergueta es periodista