Pablo Emilio Obando Acosta
Tengo la certeza que mi amigo Arturo Prado Lima, periodista – escritor – poeta – historiador, escribió su texto Memorias de una Silla Vacía en Macondo. Tomó prestada la pluma o la vieja maquina de escribir de Gabriel García Márquez merced a la intervención del coronel Aureliano Buendía, que recordaría muchos años después su fusilamiento y posterior resurrección. Eran otros días, de aldeas y gitanos, de hielo y alquimia en que el hombre deambulaba por montes y selvas en busca de pueblos cruzados por trenes y estirpes.
No me queda duda, Arturo Prado Lima se transmuta en un onírico Melquiades para contarnos desde Móstoles sus sueños, delirios y quimeras que jamás lo abandonaron y, por el contrario, lo habitan en un batallar constante contra el olvido y la desmemoria.
Una silla vacía nos permite leer una historia entrelazada de verdades y deseos, narrada por un sobreviviente de anhelos que se resiste a una última batalla existencial. Entre ausencias y pactos se ha pretendido alcanzar una paz que se resiste a dejarse mimar, consentir y dibujar en un escenario que parece surgir de mundos oniricos y distopicos que nos permite entrever un tejido social hecho de palabras y utopías.
En las 275 páginas de Memorias de una Silla Vacía discurre el trasegar de una patria absurda y agonica que siembra semillas de esperanza en campos infértiles y pedregosos. Por momentos se oyen dos voces, dos narradores que se vuelven uno por la sencilla razón que es imposible enmascarar al verdadero protagonista que pretende dar un paso al costado para dejar que todas las voces fluyan libres en torno a un mismo relato.
Acaso Arturo Prado Lima nos revela la esencia de su ser, de ese militante de versos y patrias que se esconde y revela en cada palabra escrita con sangre y furia, de una mano que aprieta la pluma como único homenaje a la vida. Nos devela tácticas, estrategias, caminos, pensamientos, deseos y batallas sin terminar, que se libran en su pecho y en medio de un corazón doliente y palpitante.
Pero, indudablemente, no es Macondo. Ni se trata de querellas entre vecinos. Es la historia bien contada de Colombia entre protagonistas que surgen de su propio mundo, de sus recuerdos de montaña y selva. Arturo Prado Lima se transmuta en espacios y escenarios, forjando un mapa de indiscutible destino. Es presencia y ausencia, dolor y alegría, olvido y recuerdo, victoria y derrota.
Son también memorias, aventuras y sueños de un migrante de la palabra y la acción. Nos espeta duras palabras surcidas en el telar de la memoria para recrear una nueva patria que continuamente celebra un nuevo amanecer, olvidando que entre anocheceres también se surce esa frágil palabra PAZ.
Nos preguntamos quién es Arturo Prado Lima y no nos queda otra alternativa que reconocer que es un tejedor. Un predestinado por los muertos y las víctimas a ser el hilo de Ariadna en el cual nos busquemos en un intento desesperado de salir de un laberinto inexpugnable, plagado de minotauros y fantasmas.
Memorias de una Silla Vacía, como una brújula nos señala y marca un derrotero que nos lleva y conduce por senderos de esperanza, pero también de cruces y osarios con los cuales se ha marcado el camino de la PAZ en Colombia.
Como Aureliano Buendía, mira de frente al pelotón que le permitirá enfrentar sus dudas y temores para de alguna manera exorcizar sus demonios que devoran sus entrañas y lo consumen mientras sueña con esa patria, que lo arrojó al abismo de otros mundos sin que en sus manos se vea el bellocino de oro y púrpura.
Memorias de una Silla Vacía es un libro poético, histórico, periodístico y literario. De incunable lectura, de preciosismo narrativo y de envidiable manejo de la retórica y de la palabra. No puede leerse de corrido, requiere de espacios y de respiros por cuanto abre heridas que necesitan ser cerradas y curadas antes de continuar en un periplo de insondables pensamientos. Es un recordar permanente de todo aquello que somos y de cuanto pudimos ser. Es un dolor y un olvido que me mece en los tejidos suaves de nuestro ser. Recoge lágrimas y profundos desengaños, pero también esperanzas y certezas.
Un nuevo Macondo dentro de una ficción que se confunde con la metafísica de una realidad impuesta a punto de golpes y sangre. Es el retrato de él, de mi otro yo, de todos y de ninguno. Es una batalla con escenarios pintados por un pueblo que entre colores, olvidos y memorias se ajusta al vaivén de esa silla que nos retrata en la más clara expresión de patria o memoria.