Maurizio Bagatin
Puesto como un marcador de libro está el boleto que hace de recibo de entrada al Museo de la memoria de Ayacucho. El libro donde lo encontré es Señores e indios del inmenso José María Arguedas.
Cuando entré en este museo me encontré con mujeres que tenían la fuerza de contar sus tremendas experiencias, la violencia de una época terrible en el Perú, un momento histórico indeleble para ellas y para miles de peruanos. Empecé a mirar fotos, leer recorte de periódicos que las acompañaban, intenté reconstruir una línea de tiempo de la historia de este país, algo de literatura, algunas películas que vi, Atahualpa y Pizarro en Cajamarca, algunos cronistas que tuve la suerte de leer, los viajes que hice por el país. Pero fueron siempre las palabras de estas mujeres en ensordecer mis recuerdos, en enceguecer mi memoria. Cicatrices apenas cerradas y la sonrisa que su esperanza va buscando en quien las escuchen. La fuerza de una memoria oral viva, desprendida de la desesperación, pero vigile con el tiempo que transcurre y no borra. “Para que no se repita” está escrito en el boleto, es el mensaje de la ANFASEP (Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados y Desaparecidos del Perú).
Marcela nos va contando su experiencia de aquellos años. En Quispillacta hubo mucha violencia, el miedo hizo escapar sus pobladores, el sendero de la violencia parecía sin fin. Las mujeres tuvieron mucha fuerza, mucha valentía y buscaron una luz para salir de la violencia. La vieron en la educación, en una educación que podía devolverle a su tierra junto a la ciencia, toda la sabiduría ancestral, y así lo hicieron. Se fueron a las ciudades, ahí estudiaron y a su pueblo volvieron.
Marcela sigue narrando, el encuentro con la academia, las dificultades que tuvieron con el idioma de los conquistadores y la firme voluntad de regresar. Su memoria le hablaba, su conciencia las guiaba…de aquí salieron los bandoleros más audaces del Ande peruano, con apellidos españoles, con espuelas de plata y aperos chapeados, insuperables creadores de waynos, y guitarras sin igual. Aquí reinaron los montoneros durante los tiempos de la anarquía y de las guerras civiles…nunca quisieron erigir un pueblo donde nadie puede entrar, aquel Manayaykuna que podía volverse en cárcel para todo un pueblo. Intentaron construir otra realidad, la realidad de la crianza, del agua, del suelo, de las semillas, a todos estos seres los siguen cultivando, días tras días.
Marcela sonríe en quechua, diría la escritora Dora Sales, y de su sonrisa salen todos los argumentos de su vivencia en su tierra, la fuerza extirpadora del Estado sobre un pueblo, los derechos que necesita también de deberes, el cariño que busca el respeto y la memoria que, como el agua, el suelo y las semillas, necesita ella también ser criada.
Nos deja con su misma sonrisa y casi con las mismas palabras de José María Arguedas: “Perú es un país que se moderniza desesperadamente y que, por eso, cambia en la superficie más que en la médula”.