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Marilyn Monroe, el mito que destruyó a Norma Jeane

¿Quién era realmente? ¿Una diosa del sexo? ¿Un mito de celuloide? ¿Una actriz infravalorada? ¿O, sobre todo, una criatura insegura y desdichada?

¿Norma Jeane o Marilyn Monroe? ¿Quién era realmente esa mujer que murió en extrañas circunstancias en 12305 Fifth Helena, California, Los Ángeles, la madrugada del 5 de agosto de 1962 o quizás la noche del 4, víctima de un cóctel letal de barbitúricos? ¿Una diosa del sexo? ¿Un mito de celuloide? ¿Una actriz infravalorada? ¿O, sobre todo, una criatura insegura, neurótica y desdichada que solo vivió 36 años?

Marilyn era todas esas cosas a la vez y también albergaba un lado oscuro. Podía ser manipuladora, astuta y cruel. Sus defectos no procedían de la malicia, sino de sus experiencias traumáticas en la infancia y adolescencia. No conoció a su padre y su madre, Gladys, apenas se ocupó de ella. Inestable, desdichada y promiscua, confió el cuidado de su hija a sucesivos hogares de acogida y, finalmente, a su amiga Grace Goddard, que también se ocupaba de protegerla de sus tendencias autodestructivas.

Gladys sobrevivió a Marilyn. Aunque apenas se relacionaron, la actriz se preocupó de cubrir sus necesidades y nunca dejó enviarle cheques e interesarse por su salud. Marilyn siempre llevaba encima un papel con una única palabra que parecía un grito desgarrador: ¡Madre! Desconocía lo que significaba ser atendida por una madre afectuosa y no llegó a engendrar ningún hijo. Ni siquiera fue madre en la pantalla. En la vida real, sufrió varios abortos espontáneos y algunos provocados.

Gladys falleció en 1984. En su vejez, disfrutó de los cuidados de Berniece Baker Miracle, hermanastra de Marilyn. Gladys ocultó la existencia de Berniece hasta que Norma Jeane cumplió dieciocho años, lo cual no impidió que las hermanas se hicieran buenas amigas.

Marilyn Monroe en una fotografía publicada en la revista ‘Modern Screen’ en 1953. Foto: Wikimedia Commons

Gladys y Grace llevaban a menudo al cine a Norma Jeane. Gladys incluso trabajó durante un tiempo para la industria como cortadora de negativos. Era la época dorada de Hollywood, cuando ser una estrella significaba ingresar en una especie de olimpo que abría las puertas de la inmortalidad.

Se dice que en esos años Norma Jeane comenzó a acariciar el sueño de ser una nueva Jean Harlow. Sin embargo, su realidad cotidiana no podía estar más alejada del glamur de los astros cinematográficos. Con su madre ingresada en un hospital de salud mental por un brote psicótico, Erwin, el marido de Grace, intentó abusar sexualmente de ella.

Grace atajó el problema internándola en un orfanato, pero Norma no se adaptó a la institución y al año se la llevó de nuevo a su hogar, pensando que podría controlar la lujuria de Erwin. No fue así. Norma Jeane sufrió nuevos abusos y Grace decidió probar suerte con familias de acogida.

Harta de esa vida itinerante y sujeta a grandes incertidumbres, Norma Jeane se casó con James Dougherty poco después de cumplir dieciséis años. El matrimonio no funcionó. James solo deseaba una tranquila vida hogareña en una de esas casas con un pequeño jardín y una valla blanca, y Norma continuaba soñando con ser una estrella. Finalmente, la pareja se separó y la futura actriz se marchó a Hollywood.

Marilyn Monroe en ‘La tentación vive arriba’ (1955). Foto: Europa Press

Los inicios en la industria no fueron sencillos. Al principio, solo surgían pequeños trabajos como modelo o chica de calendario. Circulan rumores sobre que ejerció ocasionalmente la prostitución y que se abrió paso en el sistema de estudios ofreciendo su cuerpo a agentes con pocos escrúpulos.

Protegida y amante de Johnny Hyde, el vicepresidente de William Morris Agency, treinta años mayor que ella y con escaso atractivo físico, se sometió a una cirugía plástica para corregir algunas imperfecciones y su rostro adquirió el aspecto definitivo que la consagraría como icono sexual.

Con el pelo alisado y teñido de rubio platino, Norma Jeane se convirtió en Marilyn Monroe. Hyde le consiguió pequeños papeles en dos películas que enseguida se convirtieron en clásicos: Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz) y La jungla de asfalto (John Huston). En ambos casos, Marilyn interpreta a jóvenes de escasas luces con amantes poderosos y más viejos.

La estrella ascendente había engullido a Norma Jeane, borrando la línea que separaba la realidad de la ficción. A partir de ahora, la joven tímida, socialmente torpe y con tendencia a tartamudear, desaparecería bajo el resplandor de un mito que sigue cautivando a millones de personas. Sus miedos y vacilaciones se confundirían con simple estupidez.

Marilyn era la mujer con la que soñaban la mayoría de los hombres: una bomba sexual que solo abría la boca para gemir o asentir, la acompañante sumisa y boba que suscitaba admiración y envidia, un bonito objeto que se exhibía con orgullo y que se presuponía hueco por dentro. Sin embargo, Norma Jeane era una mujer real que se apenó mucho cuando Hyde murió prematuramente de un infarto. Para ella, no había sido un simple trampolín a la fama, sino un hombre que había ocupado el lugar del padre desconocido, proporcionándole seguridad y amparo.

Norma Jeane no quería ser Marilyn Monroe, sino una actriz dramática. Por eso se apuntó a las clases de interpretación de Michael Chekhov y Lotte Gosla. Sus esfuerzos se vieron recompensados con dos papeles alejados de su rol habitual. En Encuentro en la noche (Fritz Lang, 1952), interpretó a una joven trabajadora de una fábrica de conservas, y en Niebla en el alma (Roy Ward Baker, 1952), se metió en la piel de una niñera con graves problemas psicológicos. Los críticos reconocieron su trabajo, pero observaron que su espectacular anatomía restaba credibilidad a sus interpretaciones.

Keith Andes y Marilyn Monroe en ‘Encuentro en la noche’ (1952)

Los estudios consideraron que Marilyn era más rentable como Marilyn. De ahí que en sus siguientes papeles volviera a encarnar a rubias bobaliconas o a mujeres fatales. En Me siento rejuvenecer (Howard Hawks, 1952) es una secretaria que se enamora de Cary Grant, un científico despistado que vuelve a la adolescencia por culpa de un brebaje experimental. En Niágara (Henry Hathaway, 1952) encarna a una mujer fatal que atormenta a Joseph Cotten, un excombatiente de la guerra de Corea traumatizado por su experiencia en el frente.

En Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953) es una cantante de cabaret que anhela casarse con un millonario. La película incluía el famoso número musical “Los diamantes son los mejores amigos de las chicas” que consolidaba su imagen de rubia despampanante y con cabeza de chorlito. En Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco, 1953), se repetía ese cruel estereotipo, pero esta vez no era una cantante, sino una modelo.

En 1952, la popularidad de Marilyn creció con un escándalo que fortaleció su leyenda de mito sexual. Se descubrió que había posado desnuda para un calendario tres años atrás. Aunque sufrió amenazas de chantaje, reconoció que era ella y comentó que la desnudez siempre le había parecido algo muy natural. Cuando un periodista le preguntó si realmente no se había puesto nada para posar, contestó que sí, que había puesto la radio. Su sinceridad y desparpajo le ganó la simpatía del público. La anécdota del calendario no menoscabó su interés en ser reconocida como actriz.

Gracias Natasha Lytess depuró su técnica, pero no logró superar su ansiedad y su miedo escénico. Cada vez más afectada por la neurosis y el insomnio, Marilyn comenzó a consumir barbitúricos, alcohol y anfetaminas, lo cual afectó a su memoria y agudizó su inestabilidad. No era capaz de memorizar las frases de sus personajes y llegaba tarde al set.

En 1954, pensó que casarse con Joe DiMaggio le ayudaría a mejorar su estado psicológico, pero el matrimonio solo duró nueve meses. Machista y violento, el jugador de béisbol se encolerizó cuando Marilyn rodó La tentación vive arriba, una comedia de Billy Wilder que incluía la famosa escena de la rejilla de ventilación del metro de Nueva York. El rodaje de la escena paralizó el tráfico en Avenida Lexington de Manhattan y atrajo a dos mil espectadores. DiMaggio no disimuló el desagrado que le causaba ver a Marilyn exhibiendo sus piernas.

Ese mismo año, la actriz había participado en un wéstern de serie Z dirigido por Otto Preminger, ofreciendo una imagen más comedida. Acompañada por Robert Mitchum, su papel ofrecía pocas posibilidades y la película pasó sin pena ni gloria.

Harta de su encasillamiento en papeles hipersexualizados, Marilyn hizo caso a Truman Capote y empezó a frecuentar los talleres del Actors Studio. Allí conoció a Paula Strasberg, que sustituyó a Natasha Lytess como profesora de interpretación.

Poco después, inició un romance con Arthur Miller, por entonces investigado por el FBI y acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Aunque los estudios presionaron a Marilyn para interrumpir la relación, el idilio continuó y acabó desembocando en un inesperado matrimonio. La actriz se convirtió al judaísmo para casarse con Miller, de ascendencia judeo-polaca.

En esas fechas, el psicoanálisis estaba de moda en Hollywood y Marilyn pensó que le ayudaría a superar sus conflictos internos. Además, aventuró que conocer sus emociones mejoraría su registro interpretativo, tal como le habían comentado otros actores que acudían regularmente al diván del psicoanalista.

En 1956, Marilyn pudo demostrar que era una buena actriz en Bus Stop. Dirigida por Joshua Logan, dejó claro que podía ser tan convincente en el drama como en la comedia. La crítica reconoció su talento, pero eso no evitó que en su siguiente película, El príncipe y la corista (1957), volviera a representar a una rubia explosiva y banal. Dirigida y protagonizada por Laurence Olivier, el rodaje no fue sencillo. Olivier le indicó a Marilyn que debía limitarse a ser sexy y ella se sintió menospreciada. Su venganza consistió en acudir al set con horas de retraso y exigir hasta la extenuación la repetición de varias escenas. La película fracasó en Estados Unidos, pero en Europa recibió varios premios.

En 1958, Marilyn aceptó un nuevo papel de rubia tonta en Con faldas y a lo loco. Animada por Miller, interpretó a la divertida y sensual Sugar Kane. Su actuación le valió un Globo de Oro, pero ese reconocimiento no pudo borrar los problemas de rodaje. Wilder celebró la interpretación de Marilyn, pero señaló que llegaba al rodaje sin haber memorizado las frases. Además, insistía en repetir las tomas. Pese a todo, su talento había aflorado una vez más, evidenciando su condición de animal cinematográfico. Más ácido, Toni Curtis, afirmó que besarla había sido como “besar a Hitler”, pues habían repetido hasta la exasperación la famosa escena del camarote, cuando él fingía insensibilidad y ella intentaba curarle a base de besos ardientes.

En 1959, Marilyn participó en El multimillonario (George Cukor), una de sus películas más flojas y, pese a la insistencia de Truman Capote, no consiguió el papel de Holly Golightly en Desayuno con diamantes, que le fue adjudicado a Audrey Hepburn.

Vidas rebeldes (en el original, The Misfits) fue la última película que completó Marilyn y la única que se acercó a su compleja intimidad. Dirigida por John Huston, con guion de Arthur Miller y acompañada por Clark Gable, Montgomery Clift, Thelma Ritter y Eli Wallace, interpretó a Roslyn, una mujer hipersensible y recién divorciada.

El filme no es perfecto, pero es fiel a su título original: los inadaptados. Clark Gable es un cowboy incapaz de asimilar los valores de la moderna sociedad industrial, que exige encadenarse a un salario fijo y cumplir una rutina. Montgomery Clift sufre el mismo problema, pero, además, arrastra un conflicto con resonancias de tragedia griega: su madre se ha casado con otro hombre después de enviudar y ya no hay sitio en su vida para él. Eli Wallach se siente perdido tras perder a su mujer y no ha logrado superar su experiencia como piloto de un bombardero que sembraba la muerte en las ciudades europeas. Marilyn no sabe qué hacer con su vida. Se siente sola, perdida, desorientada, y el mundo le parece un lugar hostil y despiadado. El rodaje no estuvo exento de tensiones y marcó el final del matrimonio con Miller.

Marilyn dependía cada vez más de las pastillas y el alcohol. Su relación con Ralph Greenson, su psiquiatra y psicoanalista, había adquirido una dimensión tóxica. Greenson había despedido al resto de sus pacientes y hablaba a diario con ella. Las sesiones de psicoanálisis a veces se prolongaban nueve horas. Marilyn se mudó a California, compró la casa de 12305 Fifth Helena Drive, situada en el mismo barrio donde vivía Greenson, y la amuebló con un estilo similar, quizás porque había transferido a su psicoanalista la necesidad de un padre. Este ejercicio de mímesis tal vez era una manera de corregir el pasado, creando la sensación de familia que había desconocido en su niñez. No obstante, nada pudo frenar su imparable deterioro mental. Sus reiteradas ausencias del rodaje de Something’s Got to Give provocó que la Fox la despidiera.

En su decadencia, Marilyn parecía haber asimilado definitivamente su condición de mito erótico. Nadó desnuda en una piscina durante una secuencia de la película inacabada y apareció en el Madison Square Garden con un vestido ceñido de color beige cubierto de pedrería para cantarle al presidente Kennedy un sensual “Feliz Cumpleaños”.

Aún no hay una versión definitiva sobre las causas de su muerte tres meses más tarde. La autopsia apuntó un “probable suicidio”, pero parece más probable un accidente o un acto de negligencia por parte de Greenson y del doctor Engelberg. Ambos atendían a Marilyn y no compartieron las pautas de medicación, permitiendo que mezclara hidrato de cloral y pentobarbital.

El funeral se celebró en el cementerio Westwood Village Memorial Park el 8 de agosto. Organizado por Joe DiMaggio, Berniece Baker Miracle, la hermanastra de Marilyn, e Inez Melson, la gerente comercial de Monroe, se prohibió la presencia de productores, directores, ejecutivos y actores de Hollywood. DiMaggio justificó la medida responsabilizándolos de la muerte de Marilyn. La actriz fue inhumada en la cripta n.º 24 del Corredor de los Recuerdos.

¿Quién era esa desdichada y famosa mujer con la vida tempranamente truncada? ¿Norma Jeane o Marilyn Monroe? Al final de sus días, ni siquiera ella lo sabía: “Siento como si todo le sucediera a alguien situado justo a mi lado. Estoy cerca. Lo siento. Lo oigo, pero no soy realmente yo”. Tal vez es el destino de todos los que dedican su existencia a encarnar personajes de ficción. La imaginación es una fuente de vida, pero también una gran depredadora.

Personalmente, siempre recordaré a Marilyn sosteniendo la cabeza vendada de Monty en Vidas rebeldes, con esa ternura que la fatalidad le escatimó y que nunca logró encontrar, salvo en el público que la amaba y que hoy continúa amándola.

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