“Partimos casi todos nosotros de un prejuicio inconsciente contra las unidades y no advertimos cuán profundamente la mera ignorancia condiciona nuestra opinión”
T. S. Eliot
Iván Apaza-Calle
Leemos artículos en revistas y periódicos donde escriben personalidades de renombre, confiando en su seriedad y en su trayectoria en una época en que los fakenews han proliferado, causando más ignorancia que nada; sin embargo, hasta en los mismos periódicos y revistas especializadas hay “sesgos y lagunas” en la información que se proporciona.
El 11 de febrero de 2020 se publicó un artículo de José Pablo Criales sobre la literatura boliviana en el diario madrileño El País, que tiene mayor difusión en España y desde el cual firman escritores como Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Manuel Vincent o Fernando Savater.
En el artículo titulado “La literatura boliviana se desmarca de sí misma”, Criales hace una remembranza sobre un grupo de escritores bolivianos, aduciendo que su producción literaria, sea en poesía, narrativa y crónica, se desmarca de sí misma; es decir, que los escritores emergentes han dado la espalda a la tradición realista y al compromiso social, característicos del siglo XX. El autor señala que: “autores como Alexis Argüello, Maximiliano Barrientos, Paola Senseve o Rodrigo Hasbún han descubierto que las heridas actuales del país se abrieron mucho antes de su crisis política. El racismo y la división regional, el machismo y el caudillismo, al igual que la incomprensión entre clases sociales que sorprendieron tras el final del Gobierno de Evo Morales, estuvieron presentes desde antes en sus obras, aún sin intención explícita de hacerlo”.
Es verdad, la producción literaria en Bolivia ha sido influida por los problemas que arrastra su sociedad y dichos problemas devienen en heridas relevantes a considerar, pero en realidad Bolivia nació con esas heridas, las mismas que terminan actuando como cánones bajo los cuales surge la literatura boliviana. Se sabe que los productores de una obra literaria escriben a partir de su posición social, de las comodidades que viven y, de algún modo, quiérase o no, los factores externos a la existencia humana influyen considerablemente en sus actos creativos. No podría ser de otro modo. De hecho, el escritor y su acto creativo tienen que ver mucho con su experiencia, que está marcada por los acontecimientos del contexto.
Si uno lee libros de historia boliviana, sociología, política y literatura puede darse cuenta que todos esos campos de saber y conocimiento están marcados por un elemento común: la colonialidad. Sea en las estructuras sociales y en las dinámicas políticas bajo esas estructuras, en sus registros históricos o en su producción literaria, sale a flote lo colonial. La sociedad boliviana está empapada de problemas diferencialistas, étnicos, raciales y de pugnas entre estratos sociales. Por solo decir que, en sus dinámicas políticas, en sus crisis o momentos constitutivos, el último recurso para confrontar y anular al otro, sea en cualquier grupo social, es el racismo.
Ahora bien, la literatura boliviana no simplemente se reduce a los escritores elegidos; claro, no niego que los mencionados sean parte, pero no la totalidad, de los que escriben de Bolivia y desde Bolivia. Existe una variedad de escritores que se pueden clasificar generacionalmente, geográficamente, grupalmente, por sus afinidades en sus lecturas o por la materia, incluso por la pertenencia cultural y la clase social.
Las razones de Criales para elegir a Argüello, Barrientos, Senseve y Hasbún para escribir y considerar sobre el desmarcamiento de la literatura boliviana de sí misma son, para comenzar, la edad: los mencionados oscilan entre los 32 a los 40 años, pero hay otras razones, como las siguientes: En el caso de Alexis Argüello Sandoval se lo toma por editor, librero y ¿alteño?, porque de escritor solo tiene algunos cuentos que no tuvieron ni atención ni rechazo y prologuista de su editorial; a Maximiliano Barrientos por ser parte del catálogo de editoriales extranjeras: Periférica, Almadia y Eterna Cadencia; a Paola Senseve por la gestión cultural/activismo social y por su obra Codex Corpus con el que ganó el Premio Nacional de Poesia Yolanda Bedregal; por último, en el caso de Rodrigo Hasbún, porque la revista británica Granta lo seleccionó “entre los 22 mejores escritores de la lengua española menores de 35 años” y también por su participación en el Hay Festival – 2017 para integrar Bogotá 39, una aparente “lista de talentos latinoamericanos”.
Reflexionando que José Pablo toma en cuenta para escribir su artículo las razones de la edad, quedan marginados en esta consideración escritores como Daniel Averanga Montiel, Rodrigo Urquiola Flores y Gabriel Mamani Magne, que oscilan entre los treinta a cuarenta años; pero si consideramos que el autor elige a sus referencias bolivianas por los premios obtenidos en concursos nacionales e internacionales, el segundo grupo queda mucho más marginado, ya que todos ellos obtuvieron premios y reconocimientos nacionales e internacionales en el campo literario. Dando una esperanza más, si el autor hubiera considerado la producción literaria a partir del tema que aborda, es decir, del “desmarcamiento de sí” de la literatura boliviana, la marginación se eleva al cuadrado, ya que la producción de Urquiola, Averanga y Mamani, en narrativa y crónica, retratan la realidad boliviana y los problemas que acontecen en su cotidianidad, sin hacerlo premeditadamente o anticipadamente, como los conflictos culturales/políticos, la incomprensión entre clases sociales y, de hecho, el racismo; por solo citar algunos títulos, Urquiola, en el cuento “Conversación en el desierto”, perteneciente al libro “La memoria invertebrada” (2016), retrata un peculiar acontecimiento en medio del conflicto político y cultural de lo que se llamó la Guerra del Chaco. Averanga, en “El aburrimiento del Chambi”, que obtuvo mención de honor en el XXXVII Concurso Nacional de Cuento Franz Tamayo, detalla con la agilidad que le caracteriza, la realidad alteña desde el control policial y el origen de las pandillas, hasta la estratificación racial en la jerarquía policial de una sociedad racializada. Mamani, por último, en el cuento “Por ahora soy invierno”, ganador del concurso de cuento Franz Tamayo del año pasado (2018), describe la historia de una pareja de lesbianas, muy enamoradas, que por celos y problemas de inseguridad causan inesperadamente un incendio forestal. No estoy tomando en cuenta las novelas de estos últimos que también giran en torno a los temas planteados por Criales.
Se me puede acusar de exageración, ya que en el artículo se menciona la edición de crónicas “No me jodas, no te jodo. Crónicas escritas por y para El Alto” (2018) a cargo del prologuista Alexis Argüello, donde Mamani, Urquiola y Averanga intervienen, además de otros escritores como Oscar Martínez y Rosario Barahona; sin embargo, considero que hubiese sido más productivo que Criales tomara en cuenta las biografías de los autores, que se hallan en la selección impresa, para tener un bagaje sobre la literatura boliviana y poder realizar un acercamiento profundo o al menos un panorama generalísimo al tema que se plantea, pero sobre todo, leer el canon y el contexto sociocultural bajo el cual surge la “literatura boliviana”, para no caer en el pecado de la marginación e incluso la negación.
Por consiguiente y, parafraseando la frase “no todo lo que brilla es oro”, concluiría que “no todo lo que se publica en revistas y periódicos de renombre es bueno ni mucho menos de alta perfección y precisión”, pero también planteo la siguiente interrogante: ¿Acaso el autor margina a Mamani, a Urquiola y a Averanga por sus condiciones culturales? No. Por el momento no creo que sea así, sería caer en opiniones nada fiables.