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Lunes

Vlady Torrez


Salía tarde de clases, como siempre. Estudiar luego de trabajar ocho horas en una mugre oficina es una mala comedia, te hace sentir como si fueras una servilleta usada, pasada de boca en boca y abandonada, toda arrugada, en quién sabe dónde. Mañana debo ir al banco para reprogramar mi plan de pagos, vienen esos infelices de auditoría interna y para rematar el jueves me citaron en el colegio de Valentina; cualquiera pensaría que en un colegio llamado Bondad de Jesucristo no podrían dar tanta lata; pero no, existen mil y una formas en que una niña puede herir la sensibilidad de las monjas. Me subo al trufi del trayecto Obrajes – Miraflores como cada lunes y miércoles por la noche. La música suena demasiado fuerte, aunque creo que todo irá bien, siento que mis sienes pasan a modo avión y dejan al fin de machacarme la cabeza con su latido inmisericorde. A dos cuadras de la Universidad Católica, sube un hombre delgado y tambaleante, sujetando un maletín viejo sobre el hombro, se tira en el asiento delantero junto a mí y clava su codo izquierdo debajo de mis costillas. Lo miro entre molesto e indignado, pero no le digo nada, huelo su hedor y me digo a mí mismo: «¿Qué saca uno discutiendo con un ebrio?». Mi cabeza sigue dando vueltas en un marisma de tareas, compromisos, deudas pendientes, y entonces el tipo me habla: «Che papaso, muy gordo estás, aquí adelante tenemos que entrar tres con el maistro más, tu culo está ocupando más de la mitad del asiento, no hay derecho pues». Lo miro de reojo, sin molestarme en hacer contacto visual directo, tengo ganas de insultarle y bajar del coche pero estábamos cruzando la Avenida Zavaleta, esa que parece un páramo desolado, así que rápidamente cambio de idea y atino a decir: «Ajá», mientras para mis adentros lo insulto: «¡Ebrio gran puta y en lunes de paso!».

De repente el celular del tipo comienza a sonar, el ringtone es una cumbia chicha insoportable. Empieza a moverse para encontrarlo; busca en todos sus bolsillos, clavándome el codo y sonándome en las rodillas con su maletín viejo; al fin contesta:

Ebrio: ¿Aló?, sí, amor soy yo. No, no he tomado, bueno nomás tantito, pero me he escapado, esos mierdas querían hacerme quedar, ¿qué?, no, no, ¿cuál chola?, si eran puros hombres nomás ¡wa!, ¡que no tengo mi chola! Ya, ya, no te enojes ¿ya? qué cosita quieres que te lo compre ¿hamburguesita?, ¿pizza?, ¿heladito?… ¡¿Qué?! ¿Sublime Gold?, ¡¿y de dónde putas voy a sacar eso a estas horas?!… Ya, ya no te enojes pues, chiste era. Voy a la Pérez, le aplico una salchi y luego busco ese chocola… No, no, que ya me salí de la fiesta, la música es del trufi. Joven don caballero, a ver dígale a mi mujer que estamos en la movi.

Yo: Estamos apretados en el trufi, quinto y cuarto pasajero, pasando por la Avenida Zavaleta. Y si, está borracho pero casi no se le nota.

Ebrio: ¿Aló?, ¡¿ALOOOÓ?! Me ha colgado. Puta cuate cómo me vas a “vender” así; jodida es mi mujer. ¡Jodeeee, no sabes! Jode como si me fueran a raptar nudistas alienígenas. Me acusa que ando con birlochas[1], ¡a ver! ¡Lo único que hago es tomar con lluqallas[2]! ¡Ve!, ya está llamando de nuevo… ¡¿Aló?!, sí mi vida, te juro que estoy en el trufi, como el caballero te ha dicho… ¡UTA! que rica peta, ¿qué?, no, no, no era a ti amor, pasó una peta roja macanuda, me gustan las petas ¿sabes no ve?, tienen una forma redondita y su motorcito hace brum brum brum… No, no, no me he tirado toda la plata chupando, está vez me han invitado, te juro pues. ¿Aló?, juta, ¿ya ve?, así siempre me hace jefe. Vos también maestro, ¡a ver rebajá tu música!, taberna con ruedas parece esto.

Yo: Ya tranquilo, cuando llame de nuevo no andes divagando, a estas alturas ni cagando disimulas tu borrachera. Da gracias que tu mujer no pueda olerte. Apestas a cerveza, y tienes suerte que los celulares no transmiten vahos de ningún tipo o tu mujer se habría desmayado por tu tufo.

Ebrio: Ya cuate, voy a tratar de hablar sin abrir la boca ¿ya?… ¿Aló?, soy yo de nuevo mamita. Ya, ya, con cuidado voy a subir las gradas, no me he de rodar ¿ya?, sí, pero esa vez estaba bien borracho, ahora mareado nomás estoy. Sí, sí, voy a cerrar bien la puerta para que ese gato gramputa no se salga. Ya, ya, no te enojes pues, ni medianoche es para que estés tostando tu hígado, bebé. ¡Juta che, me colgó de nuevo! Hubieras visto joven cómo era cuando nos conocimos, bien buenita era. Ahora ni una salidita de medianoche me aguanta.

Yo: Me imagino, no sé qué carajos harás para inventarte un Sublime Gold tan tarde, mejor te vas directo a tu casa. Es preferible dormir a salvo y pedir disculpas mañana temprano en la mañana. Te sugiero comprar llauchas con api, si eso no es un “perdón amor perdón”, no me imagino qué podría serlo. Bueno, yo aquí me bajo, suerte che…

Ebrio: Ya, gracias papaso, voy a conseguir api como sea, y vas a disculpar si te he molestado ¿ya?, que dios te bendiga che.

Yo: Ja, ja, tranquilo todo está bien, no olvides las llauchas.

Tenía ganas de azotar la puerta del trufi pero al fin mi mal humor se esfumó con la sinvergüenzura de semejante personaje. Vi al coche seguir su curso por la Avenida Saavedra y perderse en  dirección al estadio. Caminé media cuadra y me di cuenta de la expresión ladina del borrachín: algo turbado por el warak’aso[3] que de seguro habrá de recibir en su casa, pero eso no le quitaba la sonrisa distraída y libre de angustia. Seguí bajando, giré hacia la calle Díaz Romero y vi una licorería de mala muerte en medio de la cuadra. Pedí una Bock extra grande y extra fría, el casero contestó que solo tenía natural. Respondí que me la diera así, que ya no importaba.


[1] Birlocha (sust., criollismo, pl.): Despectivo, contrario a señorita, o mujer joven que trata de aparentar ser señorita.

[2] Lluqalla (sust., aymara: llokalla o llockalla, dependiendo de la región: aymarismo, quechuismo): Joven, púber; en cierta medida, en los entornos urbanos lluqalla, llokalla o llockalla es usado despectivamente, como si se dijera “inmaduro”, así también sucede con su correspondiente femenino: imilla (jovencita).

[3] Warak`aso (verb., aymarismo): Golpe.

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