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Lunático

Jimena Mendoza Velásquez

Sin saber que a la mañana siguiente me iba a morir, paseaba por mi habitación cavilando en las labores que debía hacer en el hospital.

Me puse mi bata y tomé un taxi. Me dirigí hacia el hospital y empecé a recorrer el pasadizo. No había nadie, pensé que recién llegarían. Caminaba pensativa y el silencio se apoderaba del pasillo.

Después de media hora, esperando, decidí llamar a uno de mis colegas. Timbró el celular. De pronto escuché un ruido que venía de uno de los cuartos. Corrí rápidamente. Abrí la puerta. Me quedé inmóvil al ver el teléfono tirado y el piso manchado de sangre. Me quedé atónita y sentí escalofríos. No podía moverme, imaginé lo peor.

Cogí el teléfono del piso y noté un rastro. Era sangre, en un hilito que parecía interminable. Seguí la pista. Caminaba con miedo. Mi corazón latía sin parar y mis manos sudaban de los nervios. Nunca había sentido tanto miedo. Alguien tocó mi espalda y grité. No sabía qué hacer, quería que la tierra me tragara en ese momento. En mi mente pensé: ¡Llegó la hora de mi muerte!

¡Silencio!, dijo la voz, nos van a escuchar. Volteé rápidamente y me sentí aliviada al ver a mi compañera de trabajo. La abracé. Me metió a un cuarto y cerró con seguro.

– ¿Qué está pasando? – le pregunté. En ese preciso momento escuchamos unos pasos. Los pasos eran livianos. Quería gritar, pero sabía que si gritaba me iba a escuchar.

– Por favor, ¿dime qué pasa? – le volví a preguntar –. Tengo tanto miedo.

– Recuerdas al paciente que tiene problemas psicológicos – me dijo –, se escapó.

– Sí, pero, ¿qué tiene que ver el paciente? – pregunté.

– Es que… ese paciente – murmuró.

– ¿Qué cosa? ¿Por favor, dime qué pasa? – volví a preguntar.

– Está aquí – dijo –. Ha vuelto.

– ¿Qué? ¿Cómo que está aquí? – repliqué confundida.

– Sí y está armado con un cuchillo – me aseguró –. Acuchilló a nuestro compañero.

– Entonces el cuarto que estaba manchado es la sangre de nuestro compañero – deduje –, ahí lo mató. ¡No puede ser, ese loco nos va a matar, tenemos que salir de aquí!

– Llama a la policía – dijo mi compañera.

–No, no, no, no hay mi teléfono – de seguro lo solté al momento de gritar –, le aseguré.

– ¿Ahora qué hacemos? – inquirió preocupada –. Yo lo dejé en mi bolso.

– ¿Quiénes más están aquí? – le pregunté.

– Un paciente de la tercera edad – me respondió.

– ¿En qué cuarto estará? – le inquirí.

En ese momento, escuché un ruido.

– Se dirige hacia aquí – indicó mi compañera –. La puerta, la puerta se mueve. Mira se está rompiendo.

– ¡Corre, corre! – le indiqué –. Metámonos al almacén.

Los pasos escalofriantes se escucharon dentro de la habitación, parecía que buscaba algo o a alguien.

– Maldición, se cayó una caja – le dije.

– No puede ser, el loco se estaba acercando – se alarmó mi compañera –. ¡Vamos a morir, vamos a morir!

Sin pensarlo dos veces, cogí un palo y abrí la puerta con desesperación. El loco estaba ahí, mirándome, con un cuchillo en la mano manchada de sangre. Quería gritar y llorar, pero me armé de valor y le golpeé la cabeza con el palo. Salimos corriendo.

– Por allá está la salida – señaló mi compañera. ¡Vamos!

– No, primero vamos por el paciente – le repliqué.

– Pero no nos queda tiempo, pronto se levantará y vendrá por nosotras – me aseguró ella.

Sin hacer caso, fui corriendo hacia donde estaba el paciente. Mi compañera no vino detrás de mí. Huyó. Corrí sin descanso. Ya estaba amaneciendo, en ese momento no me importaba nada, sólo quería ir por el paciente.

Al llegar a la habitación lo vi durmiendo. Cogí una silla de ruedas y estaba a punto de ponerlo en ella, cuando sentí que algo hincaba mi espalda. Alcé mis manos y dije:

– ¡No me mates por favor!

– ¡Voy a matar a todos! ¡Nadie vivirá! – me aseguró él.

En ese instante, se oyeron las sirenas de la policía. A pesar de todo, el loco quiso acuchillar al paciente. Cogí su mano, con la esperanza de quitarle el cuchillo. Pero fue tarde, sentí que el cuchillo atravesaba mi estómago.

Caí al suelo, miraba como salía mi sangre. Todo empezó a nublarse y me desvanecí. Lo último que logré oír fue que los policías abrían la puerta. Así fue como terminó mi existencia. Ahora, ya lo saben.

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