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Luces rojas

Sagrario García Sanz

Despertó de repente, sobresaltada, se había incorporado y estaba sentada sobre la cama, numerosas gotas de sudor perlaban su frente y le recorrían la espalda.

—Menuda pesadilla. —murmuró mientras se limpiaba el sudor de la cara con el dorso de la mano.

Miró a su derecha y se volvió a tumbar; por suerte, su compañero seguía durmiendo plácidamente.

Mientras se calmaba, trató de rememorar la pesadilla: había soñado que estaba sola en el bosque en mitad de la fría y oscura noche, vestía únicamente un fino camisón y una presencia siniestra de ojos rojos la acechaba. Ella corría y quería gritar, pero no le salía la voz por mucho que lo intentara, y cada vez sentía la amenaza más cerca. En su errática huida se despeñó por un barranco, que fue cuando despertó, pero, aunque ya estaba más serena, tenía una agobiante sensación de haber vivido una experiencia real.

Se sentía incapaz de volver a dormir, así que se levantó sigilosamente para salir a tomar un poco el aire. Vivir en el campo tenía muchas ventajas y esa era una de ellas, ya desde el umbral de la puerta podía respirar el aire puro y disfrutar de los aromas de la naturaleza. Se puso una chaqueta sobre el camisón, dio unos pasos hacia el exterior y, sin apenas ser consciente, se fue adentrando en el bosque.

De repente, se paró en seco al darse cuenta de que se encontraba en un escenario muy similar al del sueño. Intentó tranquilizarse y buscar diferencias con la pesadilla: esta vez la noche era cálida y una luna casi llena aportaba mucha claridad; aunque también iba en camisón, llevaba puesta una chaqueta. Se dio la vuelta para volver a casa, pero, al salir del bosque, vio la ventana de su dormitorio iluminada con unas luces rojas y, de inmediato, volvió a sentir que algo la observaba.

Salió corriendo de nuevo en dirección al bosque y, en la huida, perdió la chaqueta al engancharse en las cortezas de un pino. Trató de gritar, pero su voz otra vez estaba cautiva por el miedo. Por lo menos sabía que en esa zona no había ningún barranco cerca; sin embargo, cuando la amenaza estaba casi encima de ella, una inoportuna nube hizo que la claridad de la luna desapareciera y la oscuridad la hizo tropezar con una raíz. Cuando comenzó a caer, nuevamente despertó sobresaltada en la cama.

No se lo podía creer, una pesadilla dentro de otra pesadilla, ambas similares, menuda experiencia. Le temblaba todo el cuerpo y tenía el camisón empapado.

Su compañero estaba de espaldas a ella y se movió levemente.

—¿Estás bien, cariño?  —susurró medio adormilado.

—Sí, tranquilo, solo ha sido una pesadilla. —respondió ella sosegando su respiración.

Él se giró y abrió lentamente los párpados para mirarla, tras ellos, dos ojos rojos iluminaron la habitación y la cara de horror de ella, cuya boca se abrió incapaz de poder gritar.

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