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Los shelomitos

Julio Cesar Salamanca Veizaga

Los shelomitos tienen los dientes picados y suelen ser muy curiosos. Los varones, por lo general, visten pantalones cortos o largos, una polerita, un par de zapatillas sucias y llevan el cabello alborotado. La mayoría tiene un par de legañas en uno o ambos ojos, que suelen intentar quitarse frotándose los párpados con el dorso de la mano, aunque sin éxito. Por otro lado, las mujeres visten falditas combinadas con blusitas que deben hacer juego con los zapatitos, las medias y las winchitas, agarrapelos o liguitas de colores que recogen sus cabellos bien peinados, o les dan formas que van desde las más simples hasta las más ingeniosas. Algunas lucen vestiditos o pantalones cortos con poleritas multicolores, y sus rostros, siempre limpios, están cubiertos de cremitas. Una que otra deja a su paso un aroma que recuerda a frutas o flores.

Más allá de las diferencias en la vestimenta, todos, varones y mujeres, sin excepción, manejan bicicleta, juegan a la pelota, corretean sin parar como si tuvieran una batería incorporada que se recarga al cien por ciento cada treinta segundos, sacan la lengua y poseen una capacidad visual incomparable. Pueden reconocerte a kilómetros y no dudan en gritar con una voz aguda y potente, buscando que les respondas al saludo. Al final de la jornada, tanto varones como mujeres terminan sucios, despeinados, sudados y con aroma a diversión.

Los shelomitos no nacen con estas características, pero están predestinados a desarrollarlas desde el momento en que aprenden a caminar hasta que, sin explicación alguna, deciden de forma arbitraria y natural abandonar estas peculiaridades para adquirir otras, no necesariamente mejores.

En su primera etapa de formación, los shelomitos son seres completamente dependientes, pero tienen una cualidad especial: son como esponjas. Absorben todo a través de los sentidos y de la capacidad cognitiva que poseen. Por eso, cada shelomito es único, aunque algunos compartan patrones, características o gustos similares, no los desarrollan de la misma forma ni en el mismo tiempo. Eso sí, todos, sin distinción de género, comparten un amor incondicional por el helado. Hay algo en ellos que, al escuchar la palabra helado, detiene todos sus procesos naturales. Se paralizan y reaccionan de una forma parecida a la de los perritos cuando ven un hueso apetitoso.

Una de las características más importantes de los shelomitos es que nacen sin prejuicios de clase, raza, género ni cualquier otra condición física que pueda diferenciarlos. También nacen sin religión; de hecho, nacen ateos. Esto les permite interactuar con otros sin importar si son blancos, negros, amarillos o cobrizos; si visten ropa nueva o usada; si viven en un palacio o debajo de un puente. En el mundo de los shelomitos, todos son iguales y tienen las mismas oportunidades para disfrutar de la vida.

Lo inexplicable es que pierden esta cualidad justo en el momento en que dejan de ser shelomitos y entran en lo que la psicología y la sociedad llaman adolescencia.

Otra característica destacada es la imaginación y creatividad que forma parte de su naturaleza. Todos los juegos, sin excepción, fueron imaginados y recreados durante la etapa shelomítica de la humanidad. Es en este periodo, que dura entre doce y trece años, donde se moldean las aptitudes y actitudes del futuro adulto. Dependiendo de sus experiencias como shelomitos, una persona podrá triunfar o frustrarse en su vida adulta.

Está claro que no todos los shelomitos tienen las mismas oportunidades de desarrollo, pero eso no es culpa de ellos. Si de ellos depiendera, no permitirían que ningún shelomito fuera excluido de la felicidad que representa esta etapa. La culpa recae en quienes alguna vez fueron shelomitos —porque todos, sin excepción lo fuimos— y, al crecer, decidieron olvidar las alegrías de esta etapa, convirtiéndose en la antítesis del shelomito que alguna vez fueron y lo archivaron en lo más profundo de su ser.

Lo irónico es que, después de negar durante años los sueños acuñados en la etapa shelomítica, las personas llegan a una edad en la que empiezan a añorar al shelomito que fueron y desean fervientemente regresar a esa etapa. Sin embargo, ya es tarde. La memoria les ha jugado una mala pasada y han olvidado cómo volver a ser felices, libres de prejuicios y condiciones.

Somos pocos los que nunca renunciamos a ser shelomitos y disfrutamos la vida de la misma forma en que lo hicimos desde que nacimos.

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