No es casualidad ni mucho menos gratuita que un gran porcentaje de electores se sitúe a una semana de los comicios electorales en las antípodas de las preferencias. Ese grupo según las últimas encuestas suman en conjunto un 20,75% (blancos -9,91%-, nulos -5,74%- e indecisos -5,10%) ¿A qué se debe o cuál es la razón de tal porcentaje? La respuesta más cercana, se debe a la crisis de la política. Es decir, la clase política no solo ha perdido credibilidad, sino se ha convertido en uno de los sectores ociosos de la sociedad, sin ningún tipo de productividad, sin embargo, viven bien, gozan de privilegios a raíz de un sistema democrático corrupto, incoherente, desigualador como ningún otro modelo. La democracia ha dado lugar a mantener un modelo de ejercicio del poder corporativo, familiar, elitista y, sobre todo, como una de las vías más rápidas para el enriquecimiento personal y de grupo. La política ha perdido dignidad y en democracia se ha desmoronada hasta tocar fondo. Ya no se puede caer más.
No es necesario ahora ahondar en los rostros y propuestas de los candidatos. Alguien dirá que hay uno que otro rescatable. En primer lugar, las narrativas en su discurso son ingenuas, marcadas por lugares comunes que han venido repitiendo hace décadas. La capacidad de sentido crítico, o cuestionamiento acerca de lo real cotidiano y su aparecer, es absolutamente básica, quizá se compararía con el nivel escolar de un estudiante de primaria. El lenguaje al que frecuentemente recurren los políticos, es la promesa, la oferta de un paraíso terrenal, con una carga apocalíptica innecesaria. Más nunca dicen cómo llegarán al cumplimiento de sus ofertas porque no mencionan el precio que debe de pagar el pueblo y las consecuencias sociales de las mismas.
De los políticos en carrera, por ahora, ni el más ni el menos, ha dicho algo coherente sobre la desburocratización del aparato estatal ni del gasto fiscal que conlleva mantener una burocracia parasitaria. No se trata de desmantelar un modelo ni perseguir a los antecesores. Sino de trabajar en una reestructuración y remodelación del aparato gubernamental, que implique su reducción. Y un primer paso, en consonancia y solidaridad con las mayorías nacionales debería ser poner en tela de juicio y discusión, los honorarios de los políticos en el gobierno, sea el que fuere. Segunda señal, importante, buscar una estructura económica en la que haya cabida para todos: lo público y la iniciativa privada, donde la balanza sea equilibrada, para que la brecha entre los más pobres y los pocos que tiene el control productivo, no se ensanche más de lo que ya está.
Los indefinidos constituyen ese grupo a modo de los evaporados(johatsu) o los encerrados voluntariamente (hikikomori) en una democracia obligada y políticos incoherentes, corrompidos moral y culturalmente. Sólo en un sistema democrático libre (osea, tener la opción de votar o no votar) y donde la credibilidad de la política y sus políticos sea un capital humano paradigmático, los johatsu y hikimori, que forman ese grupo de indefinidos, seguro se reduciría a la mínima expresión, sobre todo en un país como el nuestro en el que las señales, los signos y los símbolos, juegan un papel preponderante en la comprensión e interpretación de lo real y la identidad del ser humano de estos parajes.
Iván Jesús Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo