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Lockdown a las diez de la noche

Maurizio Bagatin

Llueve, llueve siempre, este verano ha ocultado el sol, y nadie sabe adónde. Muchos recuerdan como decían los más ancianos, algunos de ellos leyeron el almanaque Bristol, conocían dichos populares que raras veces fallaban. Tabula rasa ahora, no aprendimos nada y nada recordamos. Todo el resto es una estéril imaginación, lecturas rápidas en la red social. Ya no socializamos.

Anoche llovía, la avenida, nombre inapropiado por una calle semi alumbrada y que parece mas a la Beirut de los años ochenta. Los que votaron por él, por el nuevo alcalde, ahora se arrepienten, y él no debe circular por esta llamada avenida; antes de llegar al semáforo hay un hueco que yo y mi hijo hemos bautizado Popocatépetl, antes de cada uno de los 5 rompemuelles que recorren la avenida hay un lecho de rio, lo hemos llamado el delta del rio Amazonas. Sigue lloviendo y a las diez empieza el lockdown. En este pueblo ya a las nueve no vemos pasear que perros abandonados y en las esquinas los últimos rezagados del día, las anticucheras y los que se han olvidado llevar a su casa un pan, una leche o la última lata de cerveza. Y el paisaje se vuelve tenebroso. Anoche fue así.

Cuando era joven y leía las poesías de los futuristas nunca imaginaba, en ellos, la velocidad como una forma de vida, como el Jackie Stewart o Gilles Villeneuve, otros tiempos, miraba atrás y buscaba ilustraciones de Fangio o Nuvolari, del primer avión que cruzó el gran océano.

Anoche ocurrió, mientras 5 o 6 perros excitados perseguían a una perra en celo. Se metieron bajo el auto con todo el zang tumb tumb de la poesía futurista, mientras yo leía a Marino Moretti, un crepuscular. La pobre perra quedó herida, fracturas de las dos piernas delanteras, se la llevaron los veterinarios voluntarios, un grupo de rescate que también acude animales abandonados y maltratados por sus dueños. Mañana haremos una donación. Subo al auto, son las 12 y 30, el lockdown ya está en vigencia. Pienso a las palabras de Francisco I sobre demografía y mascotas, en algo estamos fallando, todos.  

Al frente, al otro lado de la avenida, un tipo gordo al borde de la explosión nos estaba mirando, tal vez vio todo lo ocurrido, tal vez no y mientras nos miraba sonreía de nuestra preocupación. La perra estaba herida, agachada en la sequia llena de limo no podíamos moverla antes de la llegada de los veterinarios. La chica que los advirtió, pienso en las casualidades que nos da la vida, era una de las animalistas que aparecen siempre a la tele en defensa de las mascotas. Juan Rulfo me llama. Dejo mi número telefónico a la chica protectoras de los animales, sigue lloviendo, con mi hijo intentamos cambiar la llanta del auto, parecía cortada por un personaje de Quentin Tarantino y fueron solo unos perros excitados. No lo logramos, no estamos lejos, nos vamos lentamente, los perros excitados siguen en la esquina, antes del rompemuelles y de unos de los deltas del rio Amazonas, ladran, miran al gordo apoyado en la vagoneta, él sigue sonriendo, tal vez era el dueño de la perra en celo. A esta hora solo una fauna desesperada no está encerrada en sus cubículos familiares o no. Al Papa Francisco I mañana lo seguirán menos fieles.

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