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Lo que el feminismo oculta: el cerebro madre – mujer sin hijos – varón

Jackeline Barriga Nava

La maternidad es una de las experiencias más deseadas por muchas mujeres desde la dimensión biológica, pero también influenciadas por la cultura, educación y sociedad. Sin embargo, detrás de este proceso hermoso existe una realidad neurocientífica, la cual confirma que el cerebro femenino sufre cambios estructurales y funcionales permanentes al ser madre, incluso la mujer sin hijos tiene diferencias significativas con el varón sobre todo cuando se enfrentan a una carrera ejecutiva o laboral.

¿Por qué sucede esto?

En el caso de la madre, la hipervigilancia se convierte en microgestión, su instinto de protección constante hacia su bebé, en la oficina se convierte en control excesivo en cada detalle, lo que frena la autonomía y agilidad de sus trabajadores. En paralelo, el pensamiento multidimensional se vuelve «complejidad excesiva», porque esa capacidad de ver un problema desde 10 ángulos (para proteger a su hijo) hace que un proyecto simple se analice en exceso, paralizando la acción rápida o saturando a los trabajadores. Asimismo, la aversión al riesgo se transforma en inmovilidad, la cautela para evitar problemas o peligros se convierte en un obstáculo para tomar decisiones intrépidas necesarias en los negocios.

Además, estudios señalan que la mujer tiene mayor susceptibilidad al estrés y la sobrecarga emocional, ralentiza o problematiza el rendimiento ejecutivo tradicional, igualmente, puede impactar en su autoconfianza y la capacidad de planificación a largo plazo, ya que su cerebro prioriza en resolver necesidades inmediatas y emocionales.

Esta biología de la maternidad a menudo choca con las exigencias del entorno laboral que exige entrega total, audacia y concentración máxima. Sin embargo, estas acciones no significan incapacidad, al contrario, dota a la madre trabajadora de habilidades excepcionales: Una intuición definida para leer dinámicas de equipo, paciencia para manejar crisis, capacidad de organización logística, resiliencia y perseverancia. Su forma de liderar no será la del ejecutivo tradicional, pero puede ser muy efectiva desde un ángulo más humano y con consciencia situacional como es la enseñanza, enfermería, cuidado de personas, coordinación de eventos o proyectos, servicio al cliente, asistente ejecutiva y otros.

            No obstante, no todas las madres experimentan estos efectos de igual manera, existen excepciones donde la adaptación al mundo ejecutivo es efectiva. No es que la parte biológica se equivocó, sino que esa mujer ha desarrollado otras habilidades, es probable que posea una autoconciencia tan bien desarrollada que le permita identificar sus puntos débiles, o una capacidad para construir equipos de apoyo. Sabe que no puede operar de la misma manera y en lugar de forzar una igualdad, optimiza sus nuevas fortalezas: La empatía para motivar, la visión aguda para anticipar problemas y esa tenacidad que surge del cuidado de una vida.

            En comparación, el cerebro de una mujer sin hijos sigue un camino diferente. Al no enfrentar cambios abruptos hormonales y por la crianza, su plasticidad neuronal desarrolla una mentalidad más práctica, directa y capaz de mantener una meta sin distracciones. Su capacidad de decisión puede ser más rápida y menos cautelosa, ya que su cerebro no se encuentra en un estado permanente de análisis de riesgo. Esto no la hace «más masculina», sino con otra versión cerebral femenina, proyectada a las demandas del mundo corporativo.

Sin embargo, aun sin tener hijos –las mujeres— tienden a preferir trabajos estables y con buen ambiente antes que, puestos de mucho estrés, y los varones por su naturaleza biológica, suelen buscar más poder y competir por posiciones altas. La ciencia muestra que es una diferencia natural, no de capacidad. Por eso hay más hombres en cargos de liderazgo.

Esto sucede porque la mujer procesa el estrés de forma más intensa y prolongada que el varón debido al efecto del estrógeno hacia el cortisol, mientras la testosterona masculina suprime rápidamente el estrés con mayor facilidad. Esta diferencia neurohormonal entornos de alta presión, como son los cargos directivos, generan mayor desgaste natural en la mujer. De esta manera, la biología influye en la elección de caminos profesionales del varón y la mujer. A continuación, algunos datos que confirman lo mencionado:

  • CEO Fortune 500 (director ejecutivo de las 500 empresas más ricas de EEUU, 2025): Hombres 89%; mujeres 11%.
  • Promociones directivas, según la Universidad Oberta de Catalunya, 2018: Las madres se perciben menos competentes y comprometidas con el trabajo que las no madres y que los hombres con o sin hijos. Las madres tienen seis veces menos probabilidades de ser recomendadas que las mujeres que no los tienen.
  • Brecha salarial (centro de investigación Pew Research, 2025): Mujeres sin hijos ganan 15-20% más que las madres; madres ganan 25-30% menos que hombres con hijos.

Por lo mencionado, me hago una pregunta que captó mi atención: ¿Por qué el estrés de la crianza no afecta a la mujer, pero si del laboral y con relación al varón es contrario, no le afecta el estrés laboral pero sí de la crianza?

Para la mujer, el estrés de criar un hijo activa el sistema de recompensa cerebral, liberando oxitocina y dopamina, es compensado por el vínculo y el amor, lo que no sucede con el estrés laboral, si bien el dinero la puede motivar, pero el sistema de recompensa biológico es más fuerte, por ese motivo muchas madres pueden renunciar al trabajo por sentir el abrazo de su hijo. En cambio, el sistema de recompensa masculino se activa por la testosterona, asociando con validación personal, logro, dominio, estatus.

Por otra parte, para el varón, el estrés de la crianza le afecta porque su cerebro no está biológicamente preparado para encontrar la misma recompensa. No le genera bienestar.

No es el nivel de estrés, sino el tipo de estrés y cómo lo procesa y recompensa cada cerebro. Por lo cual la mujer y varón resultan ser un –complemento— perfecto.

Otra variable importante para mencionar es la educación, sobre estas diferencias puede entrenar habilidades complementarias, pero no podrá eliminarlas, porque no son un defecto sino un diseño de la evolución natural de la mujer y varón, forzar a un cambio ocasionaría un desorden patológico biosocial.

La evidencia es clara: la maternidad cambia a la mujer de forma permanente y la orienta hacia otras prioridades. Intentar negar esta realidad biológica en nombre de una ideología feminista que promueve una igualdad a la fuerza, es un error. La capacidad de ser madres y mujer, aunque sin hijos tiene una formación cerebral única que el hombre jamás tendrá y viceversa. Esta diferencia no hace inferior ni superior a las mujeres ni a los varones, reconocerlo es el primer paso para valorar esas diferencias únicas, SIN FORZAR UNA IGUALDAD QUE LA NATURALEZA SE ENCARGA DE DESMENTIR.

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