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Llueve afuera

Los años noventa navegaban por las aguas calmas en el Guiaba y en la «Radio Gaúcha», la canción y voz de Wander Wildner sonaba: «Jesus Cristo vai voltar Aleluia! Em Porto Alegre ele vai morar Aleluia!» Mientras el mundo andaba de cabeza según los veteranos de la guerra de la vida, entre ellos mi padre que, siempre protestaba en rechazo a los cambios sociales, él decía que la sociedad estaba perdiendo la moral y las buenas costumbres. En la casa del coronel, su mejor amigo, se recibían revistas con noticias y propagandas, cuyo contenido no interesaba a sus hijos ni a ningún joven de aquellos años, ya que parecía que la ciencia y la tecnología llenarían las brechas de todo el planeta y la felicidad sería algo sencillo, como abrir un vidrio de mermelada de manzana en la casa de mi tía Olga.

La informática encandilaba el espíritu brioso de aquellos que, con ansias, esperaban la llegada del nuevo siglo con todas las facilidades prometidas, como la solución para un mundo sin remedio. Los días empezaran a pasar más de prisa con pantallas a colores en todos los lugares manipulando las mentes, imponiendo ideas y creando necesidades. De tal suerte que, sin que nadie se diera cuenta, todos estaban con un celular en la mano como si fuera una extensión del propio cuerpo. Y sin mayores cuestionamientos, era unánime la idea de que los celulares no eran un lujo y si una necesidad.

Entonces, las necesidades empezaron a ser distintas a las que estábamos acostumbrados, alguien dijo que las mermeladas caseras de la tía Olga engordaban, también hablaron sobre el gluten y de apoco todos los hornos de la familia, de los vecinos y de la ciudad se apagaron. Sin olor a pan casero la vida no es vida, escuché al coronel y a mi padre conversando. Sacudían la cabeza y se preguntaban dónde todo iría a parar… Mientras el nuevo siglo se posicionaba con millones de contradicciones acuestas.

Las movilidades se multiplicaron como hongos y los nuevos jóvenes que llegaron para poblar el nuevo siglo, nacieron con la idea de que, quien no tiene dinero para usar ropas de marcas caras es un fracasado. Algunas personas trajeron de sus viajes a la China ejemplares de un virus que diezmó miles de vidas humanas, la preocupación, el aislamiento y el bombardeo de información cambiaron nuestras vidas. En la soledad del aislamiento, de vez en cuando yo escuchaba en mi mente la antigua canción de Wander Wildner: «Mas em que bairro Jesus vai ficar? Em que rua Jesus vai morar? Na Santa Cecília ou na Conceição? No Espírito Santo ou na Assunção?»

Rápidamente casi todos asimilamos el nuevo orden, de muchas maneras subliminales ya estábamos listos para someternos a este cruel experimento. En medio al caos de la pandemia el coronel, amigo de mi padre, murió a consecuencia de la vacuna y mi padre fue quedando cada día más silencioso, casi mudo.

Mi tía Olga, durante el encierro de la pandemia comió compulsivamente, todas las mermeladas de pera, durazno, frutilla, ciruelo, manzana, membrillo, uva, guayaba, guinda, naranja, papaya, camote, zapallo y sabe Dios qué dulces más ella guardaba en su enorme alacena, el caso es que después del encierro mi tía Olga estaba con diabetes, un día experimentó un coma y fue a los brazos de Dios. Tal vez, ahora, ya no se encuentre tan sola… Sólo, tal vez.

Un gurú, que vino de un país del Oriente me contó que el mundo agoniza y que, en siete años, empezando por el dos mil y veinticuatro, va a cambiar para peor todo el orden del planeta y mientras tanto, vamos a observar tragedias climáticas horribles, que destruirán a muchas ciudades en muchos países, no en donde vivo, porque aquí existen otros fenómenos que se encargaran del caos.

Afuera no para de llover y vi a mi padre mirando a través del vidrio de la ventana, sin esperar respuesta le pregunté en qué pensaba, parado allí en los confines de su enorme país. Para mi sorpresa, sin mirarme él contestó: – pienso en ¿por qué el patrón del cielo me escogió para ver el nuevo diluvio? – hacía mucho que yo no escuchaba su voz y pregunté cómo se sentía, sin saber si él seguía experimentando un momento de lucidez. Sin mayor espera respondió: – Ni feliz, ni triste. Apenas soportando. – Y otra vez volvió a su mudo silencioso, excepto que tarareo por un breve momento, la vieja canción: «Jesus Cristo vai voltar Aleluia! Em Porto Alegre ele vai morar Aleluia!» …

Las noticias muestran la guerra de la naturaleza en contra de mi Rio Grande Do Sul que soporta inclemencias jamás imaginadas, excepto por el gurú que llegó de un país del Oriente para predecir ésta y otras miserias. Mi tristeza se hace cada vez más grande y cuando está por rebalsar y aumentar las aguas del Guiaba, la vieja canción viene a mi mente, tal vez, para detener mis lágrimas: «Todos querem que ele fique na sua rua. Mamãe quer que ele fique lá em casa» …

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