Oscar Seidel
La primera vez que Miguel escuchó que su primo Rafael estaba “lleno de cucarachas” fue en una reunión familiar. Todos en la casa eran de ideas liberales, no comulgaban con los sermones de los curas, y aborrecían la santa inquisición de la godarria.
El educado Rafael había estudiado en el colegio de los jesuitas, y su formación casi rayaba entre lo divino y lo perfecto. Para él no había suplicio mayor que su mamá lo llevara a pasar la Semana Santa a la finca de los mayores, pues no soportaba la falta de cultura del tío Gabriel, quien con dos tragos incorporados en el cráneo le daba por hablar de billar, y echarles vivas al partido liberal. Menos aun toleraba que se hablara sobre la pedofilia de los curas, y su costumbre de desayunar con sudado de pollo.
El joven Miguel, quien hacía sus primeros estudios de Medicina, quedó intrigado por el supuesto problema de su primo, y sin preguntar nada quiso sanarlo por el lado clínico y no por el aspecto sociológico. Empezó investigando el área de la infectologia para ver si era compatible que una cucaracha viviera dentro del organismo humano sin causarle daño. Encontró que los áscaris, oxiuros y lombrices se reproducían al interior del intestino, y que fácilmente podían vivir mucho tiempo, pero que al final causaban enfermedades parasitarias leves como anemia, prurito anal, estreñimiento y otras más.
Leyó libros de farmacología clínica para diagnosticar si podía darle porciones mínimas de Bórax mezcladas con agua de coco, y dadas sus propiedades diuréticas le harían expulsar todos los bichos. Pero desistió de tratarlo de esa manera, porque el boticario le aconsejó que le pudiera generar retortijones, ahogo y secar el estómago, y allí si sería peor.
Esta inquietud de sacar las cucarachas también le fue consultada por Miguel al otro primo, Samuel, quien era músico de oído, pero quien dio una recomendación genial: “ponga a Rafael cerca de un equipo de música, le hacemos sonar al lado de la barriga canciones de los Rolling Stones, puesto que la vibración de las guitarras eléctricas imprimen histeria en los seres vivos, que harán salir en estampida a las cucarachas”. Sin embargo, desistieron de esta receta, porque en el único almacén de discos del pueblo no encontraron este género musical del Rock, sino salsa venteada.
Desesperado Miguel por no encontrar remedio alguno, decidió consultar la última opción con el tío Manuel, quien era un abogado izquierdoso de la Universidad Nacional. Éste le aconsejó que no “perdiera su tiempo” tratando de sanarlo por el lado clínico, dado que la solución era enviar a estudiar al refinado Rafael a la ciudad capital, y que en menos de un año verían cómo se le habían ido todas las cucarachas.
Efectivamente, toda la familia se puso de acuerdo, y los padres de Rafael, cansados de esa rigidez, decidieron que su hijo tenía que ser armónico con las ideas liberales, y lo matricularon en la facultad de Derecho de la Universidad Libre, cuyos postulados son masónicos pero ellos lo desconocían. Al cabo del tiempo regresó el joven estudiante al pueblo, y en la reunión de bienvenida que le hicieron se despachó con toda la verborrea Rosacrucista, explicando sobre las columnas del templo de Salomón, la Cábala, el significado de la escuadra y el compás, los hijos de la viuda, los grandes maestros, y que ojalá estuviera vivo el ex presidente Olaya Herrera para que arreglara este país de godos y guerrilleros; lo que hizo espantar a todos de la reunión.
El tío Manuel, que se había quedado libando trago con su hermano Gabriel y el sobrino Miguel, sólo vociferaba que habría sido mejor dejarle las cucarachas en la cabeza, y no tener en la familia un personaje de estos que denigraba de su clásico espíritu liberal, y que había hecho pacto con el demonio por cambiar el pensamiento jesuita por el de la masonería.