Márcia Batista Ramos
Un día nunca es igual a otro día. Cuando amanece, las personas despiertan dispuestas a realizar las actividades que les corresponde según la normalidad que están viviendo: si son tiempos de pandemia, tiempos de guerra o de lo que sea.
El 6 de agosto de 1945 la población de Hiroshima, estaba consciente de que su país estaba en guerra. Y despertó dispuesta a desempeñar sus actividades como en cualquier día de esos tiempos de guerra. Porque sabían que los soldados van a la guerra, mientras la población civil reza para que regresen a casa.
El presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, ordenó que suelten la nueva bomba sobre la población civil. La bomba, recién probada era el arma nuclear Little Boy que destruyó Hiroshima y Fat Man, era el nombre de la bomba que destruyó Nagasaki. Eran bombas desgraciadamente potentes. Era el arma que garantizaba la rendición del Imperio del Japón a costa de 246 000 vidas inocentes.
La población civil nunca sabe cuándo sus derechos serán vulnerados, ni cuántas generaciones serán afectadas por las miserias que les serán impuestas. Precisamente, en Hiroshima y Nagasaki en los días 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente, parte de la población civil murió por envenenamiento, incineración y radiación. Según estudios científicos, los sobrevivientes, sufrieron una “redistribución cromosomática» y se volvieron portadores de un gen que les hizo propenso al cáncer, lo cual afectó a sus descendientes. Los efectos secundarios de la radiación, permanecieron por años y aún están presentes.
Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron completamente destruidas. El medio ambiente también fue afectado: el agua, aire y tierra se contaminaron con secuelas radioactivas, enfermando por décadas a quienes bebían o se alimentaban con productos de la zona.
En un instante Harry S. Truman, acabó con la vida de tantos civiles y jamás fue procesado por crimen de lesa humanidad. Little Boy fue lanzada desde el bombardero estadounidense Boeing B-29 Superfortress, con nombre de mujer, llamado Enola Gay, nombre de la madre de piloto del mismo, el coronel Paul Tibbets.
Días infames, decisiones perversas. Malignos designios del hombre sobre el hombre… No sé qué pasa con la humanidad. Solo sé que es agosto. Pienso que los vientos traen los recuerdos, tristemente, inolvidables. También, me acuerdo del inmortal poeta brasileño Vinicius de Moraes que escribió:
“La rosa de Hiroshima
Piensen en las criaturas
Mudas telepáticas
Piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero ¡oh! no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La anti-rosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.”