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Lista de invitados

¿Quiénes asisten a las fiestas de los nuevos ricos? Hay algunas características de festejos que por lo menos deberían llamar la atención a los potenciales invitados. Es muy diferente el formato de banquetes organizados por personas, familias, instituciones que acumularon fortunas medianas o grandes como fruto de años de trabajo y pagando impuestos formales, así sean insuficientes.

En las celebraciones de empresarios, profesionales, emprendedores con negocios legales no suele haber derroche. Es muy difícil que el dueño de alguna factoría tradicional descorche botellas gigantescas de champán para regar por cualquier parte o que contrate a un conjunto mexicano para amenizar los 15 años de su hija o que invite a cuatro mil personas a través de redes sociales.

A veces, las generaciones más jóvenes pueden salir del esquema clásico y elegante, como cuentan tantas historias reales y ficticias, en novelas o películas. Sin embargo, aún en estos ejemplos existe un límite, una línea roja.

En los últimos lustros, la población boliviana contempla con estupor el gasto suntuoso en fiestas que solían ser familiares o con una lista de invitados restringida a la parentela, las amistades, los colegas de trabajo, algún caso especial. Matrimonios, cumpleaños, fechas del santoral, se aprovechan para difundir el poder del dinero, así sea en escenarios rodeados de pobreza y de estropicio urbano.

¿Cuántas de esas recepciones tienen origen en las ganancias producidas por la actividad económica formal, la que ingresa en las estadísticas nacionales? ¿Cuál de estos festejos paga factura? ¿Cuántos de los asistentes lucen objetos nacionales o con el sello de la Aduana verificando su procedencia?

Las noticias, las fotografías y, sobre todo, los videos revelan un mundo de luces y convites inimaginables para la mayoría de los bolivianos. Si los dueños de casa quieren demostrar su poder económico, quiénes son los invitados.

¿Existen bolivianos que se detienen a pensar quién los convida, quién organiza el espectáculo? ¿Por qué un policía luce tantos ingresos? ¿De dónde gasta tanta plata ese concejal del poblado, esa fiscal? ¿Cómo hace ese dueño de un comercio marginal para pagar tres días de conmemoraciones?

¿Quiénes, por ejemplo, asistían a los certámenes organizados por Misael Nallar? ¿Son inocentes sobre toda sospecha los pilotos de sus sofisticados triciclos? ¿Los que compartían churrasco y cerveza? ¿Quiénes son las mujeres que aparecen en bailes de música desbordada? ¿Ninguno sabía que su anfitrión era el yerno de un acusado de tráfico de drogas de alto vuelo?

¿Mientras brindaban con cada trago, no observaron nada extraño? ¿Puro “traqueto”, como dicen los colombianos?
Los delincuentes tienen parientes y seguramente nadie es responsable por la sangre que une y por el camino que cada individuo escoge. Igualmente, existen amistades del barrio, de la escuela, de otros espacios que crean lazos fuertes.

Lo que es inaceptable y no tiene justificación es aceptar una invitación de un individuo que acumula millones de dólares sin justificación clara, a no ser que se comparta la decadencia moral de la sociedad boliviana. Así como tampoco es posible aceptar que una foto abrazando a un “narco” es solo una casualidad; puede ser posible, pero seguramente no es ingenuidad.

El caso de Nallar no es únicamente otro expediente del voluminoso tomo de la convivencia de círculos sociales con personajes de dudoso comportamiento. Es la demostración de la impunidad del narcotráfico y de la legitimación de ganancias ilícitas acentuadas desde el 2006.

Nallar es inocente hasta que se pruebe lo contrario, así lo instruye la doctrina. Sin embargo, mientras la población espera esa difusa sentencia legal, es aconsejable pensar, no tanto: “Adivina quién viene a cenar”, como el famoso filme sesentero, sino: “Adivina quién invita esta noche”.

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