Durante años, en prensa escrita y otros espacios de irradiación pública, me empeñé en criticar el autoritarismo de los regímenes del llamado Socialismo del siglo XXI, y en particular el de Bolivia, liderado por los aciagos Evo Morales y Luis Arce. Pero defender las ideas de la libertad no se refiere en absoluto a ser contrario solamente al autoritarismo de izquierdas o a tener un criterio selectivo y convenenciero de discriminación politológica. Defenderlas, militar verdaderamente en el liberalismo, significa no doblegarse ante ninguna arremetida que pueda someter la libertad del individuo, a no ser servil ante ningún tipo de opresión que comprometa la autonomía de la conciencia y el accionar de las personas.
Hace unos días, en una entrevista radial que me hicieron en Radio Fides, expresé que no compartía con aquella idea de Vargas Llosa de que incluso la peor democracia es mejor que la mejor dictadura. Y, ciertamente, no la comparto. Creo que si existiera un dictador virtuoso (moderado, culto, inteligente; en una palabra, un aristócrata), como un José María Linares o un Libertador, la dictadura, institución fundada por los antiguos romanos para que un gobernante tome decisiones rápidas, inteligentes y efectivas sin mayores dificultade, podría ser mejor que una “mala democracia”, si tomamos como “mala democracia” a Venezuela o Nicaragua, ya que sus corruptos regímenes catalogan sus sistemas como democráticos.
Pero Bukele no parece ser ni de lejos un hombre como Bolívar o Linares. De hecho, desde hace tiempo ha ido demostrando acciones autoritarias y concentrando demasiado poder en sus manos. Y no me refiero particularmente a su política de seguridad y eliminación de maras, que a mí particularmente me parece relativamente razonable (o, al menos, no de lo peor que hizo), sino a otros abusos como la mordaza a la prensa crítica, la persecución de líderes o activistas o el sometimiento del poder judicial. Y nada de ello puede ser aplaudido por una persona que defiende la libertad, pese a que el autócrata sea de derechas.
Hablábamos de la institución de la dictadura. Habrá que añadir que los sabios romanos que la concibieron previeron que la dictadura fuera solo temporaria y de ninguna manera perpetua; debía servir solo en circunstancias de crisis y nunca para socavar la república. Sin embargo, todos sabemos que los dictadorzuelos de nuestro tiempo, como Evo Morales, Ortega o Maduro, entre muchos más, son dictadores disfrazados de demócratas y que lo son no para enfrentar ninguna circunstancia crítica, ni de manera temporal, y tampoco para preservar las bases de la república, como fue la idea en Roma… En realidad, lo son para todo lo contrario.
Resulta que cuando el mundo supo que en el país caribeño se había aprobado la reelección indefinida, muchos autodenominados liberales y libertarios batieron palmas, argumentando débilmente que la perpetuidad del régimen del popular político salvadoreño no sería igual que la de los autócratas socialistas y de izquierdas… Pero ¿no es una suerte de oxímoron ser liberal o libertario, por una parte, y loar las intenciones de perpetuarse en el poder de un caudillo populista como es Bukele, por otra? Ciertamente, lo es. Ahí se desvela la impostura de aquellos que o dicen ser liberales, pero que son de una derecha rancia o intolerante, o sencillamente desconocen la doctrina e ideología de la libertad, expuestas por ilustres hombres de profundo pensamiento político como John Locke o Voltaire.
En 2021, la Corte Suprema de El Salvador, ya controlada por Bukele, “reinterpretó” la Constitución para que el presidente populista repostulara, y en 2024 ganó con una apabullante mayoría: 84.6% de los votos. En julio del presente año el Congreso, con aplastante mayoría bukeliana, aprobó una reforma constitucional para permitir la reelección indefinida… Típica receta de los autoritarismos o las dictaduras que se camuflan como democracias y pésima señal para las verdaderas democracias latinoamericanas. Lo preocupante es, como apuntamos más arriba, que los autoproclamados liberales o demócratas peguen un grito al cielo cuando un izquierdista se perpetúa en el poder, pero callen o incluso aplaudan ese tipo de atropellos al sistema democrático. Mejor, o no tan malo, sería que se declararan como derechistas autoritarios o populistas de derechas, pues al menos así dejarían de pregonar una ideología que desconocen o que, conociéndola, la instrumentalizan a su gusto y conveniencia.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social