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Ley del artista: El bastardo intento de ser una dictadura

El Gobierno ha dado el paso definitivo para su estrepitosa caída. Terminó al fin su lenta metamorfosis. Su rostro ahora está completamente develado y su verdadera esencia ha sido puesta en evidencia. La máscara ha caído. Somos oficialmente una vulgar dictadura. No recuerdo si fue en un texto de Norberto Bobbio o de Umberto Eco, pero podría también haber sido en un escrito de Fernando Savater o en un artículo de Antonio Muñoz Molina o, para el caso, la pudo haber dicho Thomas Mann o Theodor W. Adorno. Lo cierto es que la sentencia premonitoria que quiero citar, dice algo mas o menos así: «La señal más clara para reconocer a una dictadura, es cuando un gobierno se pone a controlar a los artistas».

En el devenir de las luchas por el poder y la administración del Estado, cuando un gobierno, un líder o un partido pretenden ejercer el control sobre las instituciones públicas, sobre el sistema político, sobre las organizaciones sociales e incluso sobre los medios de comunicación, estas acciones pueden ser señales de una tendencia al autoritarismo. Pueden quedarse en eso. En señales. Pero cuando un gobierno pretende controlar la producción artística, entonces aquello ya es un síntoma inequívoco. No hay vuelta atrás. El gobierno se ha convertido ipso facto en una dictadura adicta al control y al poder y su designio es inevitable: Eliminar hasta el último resquicio de la disidencia.

De manera absolutamente unilateral, el Gobierno del MAS ha lanzado un anteproyecto de ley del artista que, sin mayor preámbulo o verguenza, desde su primer artículo ya muestra su enferma obsesión controladora pues «… tiene por objeto normar y regular la actividad artística en el Estado Plurinacional de Bolivia» ¿Qué tiene que normar una ley sobre el arte? ¿Qué límites le podemos poner a un artista? ¿Quién decide sobre la subjetividad del arte, sobre sus contenidos y sobre sus infinitas interpretaciones?

El arte es precisamente la ausencia de regulaciones, es la experiencia primigenia de la innovación, la disidencia y la interpelación de las normas. Si regular el arte fuera natural entonces jamás habríamos tenido un Caravaggio, un Cervantes, un Joyce, un Stravinsky, un Orson Welles. La obra de arte es la desobediencia, la ruptura, la destrucción del orden y del sentido, el cuestionamiento y la libertad plena. Nadie -ni el esatado, ni la iglesia, ni la comunidad, ni las leyes- puede pretender ponerle límites a la experiencia creativa porque la única responsabilidad que tienen los artistas es con la estética y con sus convicciones.

Además de eso, este anteproyecto, incurre en verdaderas megalomanías propias del fascismo. De aprobarse este bodrio, tendrías que registrarte como artista ante el estado, para salir al exterior tendrías que pedir permiso al estado, tendrías la obligación de «llevar la marca país» del gobierno a nivel internacional, es decir, hacer publicidad por el gobierno, el estado tendría la potestad de aprobar o descalificar y vetar tu obra y todo lo que concierne a la producción artística estaría bajo el dominio del Ministerio de Culturas que se convierte en amo y señor del control sobre el arte y los artistas. Estamos volviendo a la Inquisición, al nazismo, al stalinismo puro, al macartismo. Este anteproyexcto de ley es un intento perverso por someter a los artistas a los intereses políticos e ideológicos del partido gobernante y así asegurar su control sobre el pensamiento. Lógico que en el trayecto se sumen a ello los «artistas» que venden su consciencia y principios al grado de ambición o hambre que tengan. ¡No pasarán!

Las múltiples manifestaciones de protesta que está generando este despropósito, son alentadoras para mostrarnos que estamos a tiempo de frenar el desvarío de un Gobierno intoxicado con el poder, la permanencia en el trono y el control del desacuerdo. Su espíritu dictatorial ya es innegable, insano, indecente e indignante. En vez de legislar la necesidad de hacer políticas culturales, el MAS se obsesiona con legalizar la censura y la compra de consciencias. Ya lo dejó ver en esa trucha Ley del Cine que impuso con la complicidad de los aberrantes aduladores y lo vuelve a hacer ahora, el Gobierno tiene un objetivo concreto: Poner a su servicio a todas las instancias sociales y culturales creando leyes insanas, bastardas, leyes puramente enfermizas que le otorgan potestad sobre el pensamiento y que castigan toda forma de crítica y cuestionamiento. El Gobierno quiere que la sociedad entera lo adule y lo obedezca y ahora se decidió a ir por los artistas. La dictadura se hizo ley y se hizo carne.¡Qué asco!

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