Maurizio Bagatin
El Canon Literario es visión occidental, Harold Bloom no se hizo amar por muchos autores y, a pesar de sus lecturas aun adentro el vientre materno, el líquido amniótico que ahí lo envolvía no le ofreció todas las lecturas. Hay unas letras ausentes en todos nosotros, en la Babel de los lenguajes y en la biblioteca de Alejandría. Vendrán luego los criterios de cada estación del hombre.
Ecuador en las letras nos es la simplicidad con la cual resumió René Zavaleta a su pueblo: “Una Bolivia con Valium”: En Jorge Icaza hay toda la violencia que encontramos en Jesús Lara, la brutalidad del abandono que vive en Ciro Alegría. Mundos paralelos y realidades iguales, las miserias que un viajero como Christopher Isherwood había visto sin la necesidad de detenerse mas allá del tiempo de su pasaje por estas tierras. Es en Pablo Palacio que me encuentro con una deslumbrante e inclasificable escritura: desconocido y no reconocido, ante todo en su tierra, es internacionalmente, como un profeta afuera de su patria, que viene reconocido. Literatura absurda, imaginativa, fantástica y suprarreal, así la definió Lavín Cerda, un crítico chileno siempre en búsqueda de rarezas literarias. Y así leí yo a este “Buster Keaton de las letras”, mientras iba descomponiéndome desde el íncipit de su novela Vida del ahorcado: “Ocurre que los hombres, el día una vez terminado, suelen despedirse de parientes y amigos y, aislándose en grandes cubos ad-hoc, después de hacer las tinieblas se desnudan, se estiran sobre sus propias espaldas, se cubren con mantas de colores y se quedan ahí sin pensamiento, inmóviles, ciegos, sordos y mudos”. Gregorio Samsa vigila el texto, Thomas Bernhard es el inquisidor, Emile Cioran el juez. A Pablo Palacio hay que devolverle lo que se merece, el reconoció que “Solo los locos exprimen hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más alto de las categorías intelectuales. El cuentista es otro maniático. Todos somos maniáticos; los que no, son animales raros”. Parece haber leído el Pasolini poeta, el Pasolini de Picasso: “hace falta estar locos para ser claros”. Hoy la literatura ecuatoriana vive la lucidez de otra violencia y dos mujeres van narrando este irracional mundo que las rodea. Mónica Ojeda y Gabriela Alemán, en el fondo siempre marcado un cuadro de profunda tristeza de Oswaldo Guayasamín.
El maestro para todo y por todo fue Juan Rulfo: “No se puede contra lo que no se puede”. Sentencia literaria, sentencia llena de Historia, del polvo y de la podredumbre que hasta hoy nos persigue. Todo lo efectuar de la Historia resumido en una frase. Vendrán muchas “regiones más transparentes” y muchos “laberintos de soledades”. Quedará para siempre este lenguaje esquelético, seco, consumido hasta los huesos. Y un día aparece, entre libros viejos de una irreconocible librería cochabambina, una de estas joyas que nunca te esperabas, Los viernes de Lautaro, es una continuación a muchos de los silencios rulfianos, Jesús Gardea es el liberador de un lenguaje sometido ya al futuro boom, un escritor que llevaba adentro los “centauros del norte” y el descalabro de un México olvidado. La violencia poética de sus escritos son las fotografías de Edward Weston, la belleza de Tina Modotti, el silencio que trasuda de los murales de una entera escuela mexicana. Sin nombrar lugares, en la oscuridad o la sombra, “el realismo mágico de Jesús Gardea” se impone: “En el patio de mi prima muere el sol. Sentado en una mecedora, contemplo las ramas desnudas de los árboles, el cielo dorado del otoño. Tengo entre mis manos un juguete que emite música si se le da cuerda. Es una melodía triste, que fácilmente evoca la vida en el mundo; la vida de cada uno de nosotros”.
Hace poco que una investigadora de la obra de Carlos Medinaceli, Ximena Soruco Sologuren, publicó Ensayos Completos, dos estupendos volúmenes que reúnen el lado ensayístico del gran autor chuquisaqueño. Están en la larga lista de lecturas que este año me propuse hacer. Espero ahí encontrar algún dato, alguna anécdota más sobre la obra de otro inmenso escritor, Roberto Leitón. Bajo un parral de uva pendiente están charlando, él y su gran amigo Benjamín Aramayo, con unos vinos fuertes que despliegan amistades y buenas compañías. Don Benjamín intenta explicarle la importancia de haber instalado en Camargo el Museo Etno Antropológico de Cinti, en esta tierra que vio al olivo, a la uva y al higo ser parte de su geografía. Don Roberto levanta la copa y recuerda el Chaco, las batallas perdidas y la sed ganada, las inutilidades de todas las guerras. ¡Salud!, en una carta que Carlos Medinaceli le escribió, reconoció la sinceridad de este maestro rural y de las letras, un anticipador de Jaime Saenz: “Por lo pronto, yo le reitero mi aplauso. Encuentro en usted, qua a mas de artista de la prosa, es un escritor honrado. La honradez literaria consiste en escribir tal y como se siente y expresarlo sin temor a nadie. Y ésta es la literatura que hace falta a Bolivia, debemos pintar al desnudo todo nuestro dolor, toda nuestra miseria. Y, para que sea redención por el dolor se apresure, urge hacer como la Rusia de Dostoyevski y Tolstoi, una literatura veraz y humana. Sólo así seremos dignos del Arte. Usted, con Aguafuertes, es uno de ellos”.
Letras ausentes que están en mi biblioteca, polvo que ha dejado de depositarse en las entrañas y se va por el mundo. Alguien lo tuvo que escribir: “Es la novela, actualmente, la mejor herramienta para entender y analizar el presente y también para entender qué dirección puede tomar el futuro”.