Maurizio Bagatin
Puerto Aurora es un lugar perdido del trópico cochabambino, enganchado al Rio Chapare donde cuatro barquitos de Palo maría dejan aun a una humilde sobrevivencia unos cuantos pescadores empedernidos. Uno de ellos es Mano Santa, un personaje que desde que lo conocí me parecía salido del Viejo y el mar del aventurero Hemingway. Hijo de uno de los primeros colonos de la zona, el apodo que le asignaron fue el sello por toda la vida, donde ponía sus manos había pesca garantizada, parecía haber nacido solo por eso, viviendo día y noche en el Rio Chapare y alguna que otra vez incursionando, con botes menos improvisados, en misiones más sustanciosas, en los ríos más profundos de la Amazonia. Los rescatistas de la pesca tropical sabían que con él tendrían garantizadas las ofertas de pescados a los restaurantes de Villa Tunari y de Cochabamba. Surubí, pacú, dorados, pirañas y todo tipo de pez que pasaba cerca de sus manos era presa facil por Mano Santa.
Cuando a las cinco o seis de la tarde el sol inicia a aflojar sus rayos incandescentes, aparecen los mosquitos en tropas abrasadoras. El polvorín, que es un mosquito muy respetuoso de su nombre común, ataca como una ola de polvo en vuelo, transportada por una ligera brisa, engañadora, negra, un relámpago de millones de mosquitos que se enfrentan a tus piernas desnudas, unas olas casi silenciosas que violan la aparente paz del inminente crepúsculo. Los enemigos son siempre los seres más imperceptibles, los casi invisibles, los que avanzan en masas incalculables, en hordas desordenadas y hambrientas. Y cuando durante el verano las lluvias se ponen más tropicales, aparecen los mosquitos del dengue y del chikungunya, se multiplican los que transmiten la fiebre amarilla y la malaria. Circulando hasta las alturas de la cadera, los flebotominos son mosquitos que transmiten la Leishmaniasis, enfermedad que en el trópico cochabambino se conoce con el nombre de Espundia o, aún más vulgarmente, como Botón de Oriente. Este mosquito me picó un domingo durante una travesía en bote hasta Todos Santos. Debía haber sido en octubre, máximo en noviembre, cuando las primeras lluvias intensas iban recreando el imaginario más original del paisaje tropical. A veces, yendo desde Puerto Aurora hasta Todos Santos, me creía Benjamín L. Willard, y que allí en Todos Santos íbamos a encontrar al Coronel Kurtz en persona. El único encuentro fue con las ruinas de un pueblo fundado por algunas familias de migrantes italianos, y con el famoso flebotomino.
Don Antonio Dametto se acercó, miró mi pierna y dijo: “¡Carajo!, vos tienes espundia, y está avanzando rápido”, llamó a su hijo y le hizo señas par que vaya a recolectar un poco de “esta hierba hedionda con la cual nos curábamos de niños”. Era la víspera de Navidad de 1997, el pavo estaba por salir del horno, nos habíamos tomado ya un par de botellas de vino del ex cura trentino, y unas cuantas de sus grappa, iniciábamos con unos aperitivos, al Antonio de claras orígenes vénetas, no se le ocurría que le iba a preparar unos Americanos Rojos, los aperitivos más representativos de la zona de origen de sus ancestros. Vino blanco seco y una gota de Campari con el aderezo de una rodaja de naranja. Como se servía en las provincias de Venecia y de Treviso cunado sus abuelos intentaban olvidar la Gran Guerra. Nos tomamos varias copas y nos olvidamos de la Leishmaniasis.
Abandonamos Chimoré a inicio de enero, cuando dos puentes sobre dos diferentes ríos se habían derrumbado. No había paso hacia Cochabamba, solo se logró cruzar los dos ríos a pies y hacer un traslado entre los dos tramos desconectados, caminando. El único taxi qu se quedó al medio iba cargando hasta 12, 13 pasajeros de una orilla a la otra. Se le acabó la gasolina y con ella la jauja del taxista. Raquel llevaba en su vientre a la Nicoletta, yo en mi espalda cuanto logramos cargar en ella. En dos días llegamos a Cochabamba con una macurca inolvidable.
El corregidor del pueblo era también el constructor de nuestro barquito. Un beniano que, junto con sus hermanos, se había instalado a inicio de los años ochenta en Puerto Aurora, nadie recordaba porque bautizaron al pueblo con aquel nombre, quienes decían que una vieja leyenda narraba que Aurora fue la primera mujer que pisó este lugar perdido del trópico, y se quedó. Otros hacían referencia al equipo de futbol del pueblo y los más descabellados recordaban a una mujer de entrañable belleza que apareció a la aurora de un dia en el cual todos los pobladores de entonces estaban ocupados en cargar bananos en el único camión que entraba una vez al mes hasta el pueblo, y que fue esta belleza en dejar atónitos a los pobladores, que la sola reacción fue preguntarle el nombre y si podían así bautizar aquellas primeras chozas que iban definiendo una comunidad. Puerto Aurora quedó con el nombre de una mujer que tal vez nadie conoció, tal vez nadie vio, o una leyenda que solo la memoria oral hasta hoy puede sabernos transmitir.
Sesenta y cinco inyecciones de Glucantine, de fabricación suiza, una inyección por cada kilogramo de peso corpóreo. Un tratamiento de puro antimonio – del cual Bolivia era entonces unos de los mayores extractores – que te dejaba como un fierro corrugado maloliente. Fueron días de sudor metálico en un verano con una sequía casi al alcance de la que estamos viviendo hoy. Días de orgias perpetuas de literatura, respetando cuanto Flaubert nos transfirió como sueño donde sumergirnos.
La leishmaniasis fue curada. Quedó solo la cicatriz, como un Botón de Oriente, ahí cerca de la rodilla, donde el flebotomino hembra logro introducir su aguijón. Al mirar este círculo casi perfecto pasan por mi mente todas las peripecias vividas aquel verano de casi treinta años atrás.
El camino a Puerto Aurora hoy debe estar empedrado, nunca más entré en aquel lugar perdido del trópico cochabambino, donde el calor y los mosquitos envolvían las tardes y no dejaban dormir en las noches cuando sus pobladores, reunidos en el único boliche del pueblo, iban preguntándose quien habrá sido aquella Aurora que dejó el nombre a una pueblo fantasma, y se fue.
, 1 de octubre del 2023
Imagen: Camino empedrado hacia Puerto Aurora