Entre las cosas más improbables del mundo, ocupa uno de los primeros lugares la posibilidad de que las mujeres del entorno próximo de Evo Morales (exministras, exparlamentarias, (ex)amigas, (ex)parejas, etcétera) lean este modesto artículo de opinión. Primero, porque siempre fui considerado por los izquierdistas como un conservador y, por consecuencia, como una especie obsoleta para los tiempos que corren. Segundo, porque soy un simple escribidor cuyos lectores fieles no deben ser más de diez o doce, entre amigos y enemigos. En todo caso, como los milagros probablemente existen, a ellos me confío para que las líneas que siguen caigan ante los ojos de por lo menos alguna de aquellas mujeres y pongan su espíritu a hacer gimnasia. Tal vez el provocador título que las encabeza obre el prodigio.
Cuando todavía no estaba tan de moda ser liberal porque la izquierda en el poder no estaba tan podrida, o por lo menos no lo daba a entender así, yo defendía los valores liberales, pero, sobre todo, racionales, uno de los cuales es la meritocracia, que en palabras sencillas significa el poder en manos de los más idóneos, tanto ética como intelectualmente. Sin embargo, alguna vez una joven mujer del entorno de Morales, en un programa televisivo de análisis político (que devino programa de propaganda política) que se transmitía en vivo los domingos en horario estelar (cuya conductora, dicho sea de paso, era otra mujer próxima a Morales y admiradora suya), dijo ante la gran audiencia del canal (afín al MAS) que sin duda Ignacio era etariamente un elemento joven en la política, pero que sus ideas eran sencillamente las de un anciano que no comprendía los tiempos actuales; en otras palabras, que sus ideas eran ideas ridículas. No obstante, ahora, cuando las instituciones están tan desacreditadas y destruidas, podrá dárseme algo de razón, ¿o no?, o al menos no serse tan implacable con ese mi joven yo de hace ya varios años, pues hemos sido testigos —y lo seguimos siendo— de cómo las cuotas políticas (de etnia, etarias, de género) solamente han logrado llevar la calidad de las instituciones públicas al suelo.
Apunto ese recuerdo de hace ya seis años solo para poner un telón de fondo a lo que deseo exponer, que tiene que ver básicamente con los estragos que pueden provocar las modas políticas y el caudillismo, y la consecuente ceguera que pueden generar en las personas que —para mala fortuna nuestra— dirigen el timón de un país, como era el caso de aquella joven evista (creo que era integrante de un grupo llamado Generación Evo), pues ocupaba un curul parlamentario.
Pero la calidad de las instituciones y las supuestas bondades de la izquierda no fueron las únicas cosas que cayeron. También el discurso feminista de repudio al patriarcado, coreado a voz en cuello por las feministas adictas al MAS que salían a hacer bochinche a las calles con grafitis y tocando tambores, se ha desplomado como un castillo de naipes. Y lo que lo derribó no fue ningún embate violento, ningún sonido ensordecedor, como debió ser el grito de los israelitas que echó abajo las murallas de Jericó… Nada de eso. Lo que lo derribó fue más bien el silencio de cementerio que reinó luego de las acusaciones de pederastia que cayeron sobre su jefe, Evo Morales Ayma, líder de los pobres y jefe del Proceso de Cambio.
Las mujeres del entorno de Evo callaron. Tampoco podían haber hecho cosa distinta, ya que hablar hubiese supuesto una de estas dos cosas: 1) dar la contra al jefe que ayer les diera su confianza (y un lucrativo cargo en el aparato público), admitiendo que durante años habían defendido y a capa y espada a un presunto violador de niñas (además de violador de la ley) o 2) sencillamente defender lo indefendible. De todas maneras, ese su feminismo estrepitoso quedó como eso mismo: como un feminismo escandaloso; a saber, vacío de contenido, de autocrítica y de ejemplo (características que, por lo demás, son muy comunes cuando las ideologías son ruidosas y se defienden con fanatismo).
Hace unos días, solo para curiosear, ingresé en las redes sociales de algunas de esas mujeres evistas que trataron de posicionar a su jefe como un político progresista, y vi que las más no habían escrito una sílaba sobre estos escándalos. Pero también vi que unas cuantas —tal vez las más cínicas o sencillamente las más idiotas— sí habían publicado textos de defensa a Morales. De todas maneras, siempre es interesante observar las reacciones humanas (los improperios o los silencios, pues estos también son una reacción), toda vez que dan cuenta de cómo se comportan los homínidos que se paran en dos pies y se hacen llamar sapiens en determinadas circunstancias, tanto en las de bonanza, cuando todo parece ir de maravilla, cuanto en las de miseria, cuando la realidad se desnuda y parecemos bobos porque nos percatamos de que esa llama que parecía ser de la revolución, y a la que habíamos defendido con uñas y dientes, había sido en realidad la llama de la hoguera.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social