¡¡¡Aún vivimos bajo el fantasma de Evo y el MAS!!! Exclaman los unos. ¡¡¡Que nuestros políticos no dan la talla!!! Demandan los otros. Sin reparar en el hecho de que apenas estamos saliendo de un régimen de 14 años muy cercano al de partido único, bajo un esquema hegemónico de poder en el que la discusión pública y el consenso necesarios para las decisiones relacionadas con el bien común y el interés público, mecanismos esenciales del debate democrático, simplemente dejaron de tener sentido, pues las determinaciones fluían verticalmente –al margen de la política–, por los mecanismos propios de la estructura de autoridad formal y no formal del partido de gobierno restringiendo a la, por entonces, raquítica oposición parlamentaria, a ciertas acciones de fiscalización, débiles y sin resultados concretos.
Quizás si dejáramos de lloriquear tanto, pidiendo unidad, o vociferar la urgencia de nuevos liderazgos –que además no surgieron porque sencillamente no les dejaron–, caeríamos en cuenta de que el proceso de reconducción democrática es arduo y paulatino, que salir de un largo periodo de feroz anti-política, de prácticas negativas y formas nefastas de gestionar el poder y los recursos públicos, aún profundamente sedimentadas en cabezas e instituciones, no es una empresa fácil.
Del cáncer solo se sale con quimioterapia y aunque ésta tenga a veces efectos secundarios, casi tan terribles como la misma enfermedad, es necesario procesarla.
¿Esperábamos acaso una transición tranquila y equilibrada, además de inteligente y pacífica, llevada adelante por eficientes burócratas suizos? ¿No nos dimos cuenta de que, como resultado de más de una década de hegemonía, los actores olvidaron lo que es la buena política y el buen gobierno? ¿Que muchos de nuestros nuevos líderes nacieron y aprendieron a hacer política bajo los cánones impuestos por el régimen caído, actuando en consecuencia?
No seamos ingenuamente exigentes con este aún incipiente proceso transicional, pues corremos el riesgo de ahogarlo por sobrecarga. La ciudadanía ya demostró su valía en las calles, armada de llantitas y pititas, debe ahora hacerlo utilizando el cerebro y no el hígado, haciendo que el raciocinio y la templanza primen por sobre la rabia, la estupidez y el “nomeimportismo”.
Lo descrito dejó en el imaginario colectivo varios mitos, como la idea de un masismo exageradamente sólido, lo que puede ser solo parcialmente cierto, ya que el MAS de hoy no es el de antes de los anulados comicios de octubre, y que es muy posible que su fortaleza haya sido inflada –casi a reventar– en base a propaganda.
El enorme gasto en comunicaciones presupuestado y ejecutado por el anterior Gobierno parece corroborarlo.
Esto trae a escena la noción, bastante extendida, del famoso “voto duro”, cuya concurrencia es, sin duda, innegable, pero no así su dimensión (porcentaje del total) y menos su carácter pétreo, insuperable o inamovible.
Recordemos que terciar en elecciones sin el aparato estatal a disposición, sin los recursos de propaganda que se tuvo y sin Evo como candidato es, sin duda, otra cosa.
Así puestas las cosas, no estaría demás asumir, en primer término, que la solidez partidaria del MAS queda por todo lo anotado en entredicho y, como consecuencia de ello, admitir que es posible socavar la supuesta solidez de su nicho electoral, ese voto duro que, para ser mejor entendido, podría ser segmentado de la siguiente forma:
a) Un voto blando, compuesto por profesionales y clases medias urbanas, que por lo general siguen al más probable ganador (que en este caso no será ya el de antes) pues su estabilidad laboral depende en gran medida de ello. Se volcarán casi todos hacia la oferta más de centro en la que podrían sentirse mejor aceptados. b) Un voto semi-blando, compuesto por clases populares propiamente urbanas, pero no de migración reciente, comerciantes, gremiales, artesanos, etc., con cierta identificación ideológica, pero aún mayor interés económico, razón por la que también tenderán a seguir al más probable ganador (que no será el MAS, repito), pues su ganancia depende en gran medida de constantes transacciones con el poder público, razón por la que con un buen cacique local pueden ser perfectamente conquistadas.
c) Un voto semi-duro, cinturones periurbanos y de migración reciente, de adscripción ideológica sólida, pero con fuerte influencia de la dinámica urbana, constituyéndose en un segmento si bien más difícil no inexpugnable, siendo posible volcar preferencias con ayuda de fuertes cacicazgos locales y ofertas a sus múltiples necesidades con vínculo al poder local.
d) Un voto duro, propiamente rural y en zonas donde no se permite siquiera la presencia territorial de otras tiendas políticas.
Yo, personalmente, no perdería mi tiempo ahí, ese si sería el segmento aún infranqueable del MAS.
En cualquier caso, quien pretenda conquistar los segmentos a, b y c, deberá manejar un discurso de centro político, moderado, inclusivo y a la vez firme, con el cuidado de no caer en el populismo que caracterizó al Gobierno caído o en una suerte de fragilidad y/o debilidad que le restaría credibilidad. Es hora de secarse el llanto de los ojos y dejar de atacarse entre similares para invadir el espacio de confort electoral del verdadero adversario, el MAS, o por lo menos intentarlo con seriedad…
El autor es doctor en gobierno y administración pública