La wiphala debió ser el símbolo de unidad en la diversidad. Pero ¿cómo recuperar el sentido original de esta bandera y revertir la estela de violencia que la asocia al grito “ahora sí, guerra civil” y la zozobra instalada tras la renuncia de Evo Morales? En medio de la crisis política que persiste, me permito evocar la historia que antecedió al reconocimiento de la wiphala como símbolo que, entre pactos y rupturas, acompaña la construcción de la patria y la identidad nacional.
El 20 de abril de 1992, el ex presidente Jaime Paz Zamora propuso que “como acto de reafirmación nacional del año del V centenario de 1492, se declare a la wiphala, bandera símbolo de matriz indígena originaria sobre la que se estructura nuestro país y que estaría constituida por los contenidos étnico culturales de los múltiples pueblos indígenas… que, en su conjunto, conforman la identidad nacional. La policromía de la wiphala y el ordenamiento matemáticamente sistemático y simétrico de sus formas expresa la universalidad a través de los colores de su luz, de diacronía… apertura y de sincronía de los colores en términos de unidad” complementaba la exposición de motivos de esa iniciativa.
La propuesta no tuvo eco en el poder Legislativo. Diez años más tarde, en octubre del año 2002, se tramitó su reposición en el contexto de empoderamiento de los pueblos indígenas y originarios que derivaría en la ampliación del campo de su representación en democracia y el reconocimiento constitucional, como símbolo nacional en febrero de 2009.
Por estas razones, corresponde denunciar el intento de convertir la wiphala en símbolo de confrontación asociado al discurso de odio promovido por una parcialidad del MAS.
La noche del 20 de octubre, fecha de realización de los comicios manchados por el fraude, Evo Morales afirmó que la llegada y cómputo del voto del campo confirmaría su victoria electoral en primera vuelta. Bajo la mirada atenta del mundo y una sociedad movilizada en defensa del voto, el mensaje de Evo desembocaría en la acusación de la existencia de un movimiento opositor empeñado en “discriminar y negar el voto de la población rural y otros sectores populares”. Su argumento era mentiroso. La noche del día de elecciones las actas urbanas y rurales ya habían sido transmitidas y cerca de dos tercios de los votos que faltaban contabilizar eran urbanos, por lo que la segunda vuelta era inminente.
Fue el momento en el que Evo Morales comenzó a hilvanar la línea discursiva apuntando a sembrar el miedo al despojo, al retorno de la casta colonizadora y la pérdida de los beneficios garantizados por del proceso de cambio. Era imprescindible neutralizar el impacto de una derrota no solo electoral sino política que jamás imaginó enfrentar. Activó la estrategia victimizadora del presidente indígena, se atizaron sentimientos racistas, la profundización de las contradicciones campo ciudad, de vecinos y comunarios, entre cambas y collas, pobres (reales y aparentes) y ricos que el proceso de cambio prometió atemperar. A la par de ello, la wiphala se convertía, no solo en el símbolo depositario de los agravios reales e imaginarios que el MAS y sus seguidores magnificaban apuntando a sus adversarios políticos, sino también en una potente excusa para desatar el revanchismo incendiario y los demonios escondidos bajo el grito “ahora sí, guerra civil” en su recorrido por avenidas de El Alto de La Paz.
La sistemática campaña para posicionar el relato del golpe no corresponde a la realidad. Lo que sí se evidencia es que Evo Morales no mentía al anunciar el cerco a las ciudades para hacerse respetar, “a ver si aguantan” provocaba (Sicaya, 27/X/19). Tampoco lo hacía Juan Ramón Quintana, ministro de la presidencia al imaginar a Bolivia convertida en un Vietnam moderno (Sputnik,1/XI/19), o cuando el ministro de defensa Javier Zabaleta declaraba que, si no se desmovilizaba la protesta antifraude, estaríamos a un paso del descontrol y empezaríamos “a contar los muertos por docenas” (6/XI/19).
A un mes de los comicios fraudulentos, y tras una cadena de hechos que rompieron el orden constitucional se consumó un golpe antidemocrático a fuego lento. La tesis del golpe fascista se cae, Evo desnuda su esencia y sus intenciones “después de mí el diluvio”, el péndulo catastrófico.
La autora es psicóloga, cientista política y exparlamentaria