De acuerdo a Augusto Céspedes, Salamanca estaba enfermo de ideas viejas. La estenosis del píloro lo doblaba en dos, lo había convertido, hacía rato, en anciano precoz, pero no era su mal principal. Sus ideas, en cambio, lo alejaban de la realidad social y hasta de la geográfica. Buen ejemplo es el debate que sostuvo con el Estado Mayor del Ejército. “Los paraguayos tardarían siete días en llegar el frente”, explicaron. “Nosotros tres meses”. Él encontró la solución desde la irrealidad: “Eso se arregla: salgamos tres meses antes”. De acuerdo a Ballivián, opositor alerta del presidente, “como Capitán General del Ejército en campaña sembró el caos más espantoso en la conducción de las operaciones bélicas”. Mejor ejemplo es el inicio de la guerra cuando ordena tomar la laguna Pitiantuta/Chuquisaca sin darse de balazos con la patrulla paraguaya. Moscoso advirtió que eso era imposible. Anoticiado de los muertos, Daniel Salamanca exclamó: “¡La noticia me llegó como un rayo inesperado!” Calificó este hecho de ineptitud y declaró seudo-ciencia la militar. No dejó de estigmatizarlos ni cuando el golpe de Estado: “Este es el único corralito que le ha salido bien al Comando”.
El Chueco Céspedes ahonda su lectura del “hombre-símbolo”: “Con su verbo de sumo orador de la clase dominante adormeció al país en la penumbra del sometimiento a la Rosca minera y los terratenientes”. Luego remata: “Como uno de tales en el valle de Cochabamba, desde su fundo dominante, vendía las mitas de agua a los agricultores de más abajo”. Sus ideas viejas le permitieron advertir: “No toquéis la industria minera; dígase lo que se diga, es la única que en Bolivia sostiene el erario nacional”. Pero cuando solicitó ayuda a Patiño (“pedigüeño insaciable”, se auto-declaró), el magnate mundial se le rió y contestó como suelen hacerlo habitualmente los ricachones: “No puedo ahora ayudar a Ud. con mi propio capital, pero haré valer la influencia que pudiera tener ante los banqueros americanos”. Él, en cambio, tenía otra conducta con esta gente. El contraste se manifiesta en esta doble anécdota: debido a que quería aliviar la pobreza del Estado con la mendicidad y el ahorro, Céspedes recuerda que negó la ayuda oficial al hermano de Ricardo Jaimes Freyre para la repatriación de sus restos, pero ofreció 200 Bs. de su peculio y sugirió una colecta entre la gente culta; en cambio, cuando el millonario minero Carlos Aramayo, ex diplomático, armó quilombo para no pagar impuestos por las bebidas alcohólicas que pretendía internar al país, firmó un cheque de Hacienda para que no pasara a mayores.
De todas formas, Salamanca fue respetado incluso por sus propios adversarios. Cuando asumió la presidencia, propios y extraños dijeron que habían llegado las soluciones para Bolivia. Nadie supuso que nos mandaría al muere. Pronto dispuso que el joven teniente Busch buscara, en los sucios matorrales chaqueños, las ruinas de San Ignacio de Zamucos (que nadie, nunca, halló) y ordenó al Estado Mayor presentarle un plan de operaciones con objetivo ¡Asunción! De un programa sencillo para ganar las elecciones, saltó a la guerra con los bríos de sus artículos de la década del 20. Nadie se atrevió a opinar en contrario, menos sus diplomáticos de encuevamiento. Pero la guerra fue mala noticia desde un principio. Cuando decidió dar un golpe de timón recurriendo al General Montes, de 74 años, y que se había alejado del ejército hacía treinta, éste, que pidió inspeccionar antes la zona, se murió al regresar a La Paz.
Nada impidió que Salamanca se auto-divinizara. Suma inteligencia, se pasó los tres años de su presidencia buscando responsables y evitando llevarse bien con los militares. ¿Qué pesaba en su ánimo para insistir en la guerra? Quizás haber formado parte del gabinete que defendió la cesión del Acre (90.000 leguas cuadradas) cuando muy bien se lo pudo conservar. En la guerra, y ya muy tarde, pero desde siempre, le llegó la pregunta básica del Estado Mayor: ¿Qué se persigue con la guerra del Chaco? No respondió y nunca mandó por escrito su objetivo. Como sabemos, tampoco gobernó bien y hasta clausuró periódicos (La República; Universal) contrarios a su terrible gestión.
“Murió completamente momificado, con rellenos de papel estrujado que le habían sido colocados a fin de conservar sus vestiduras: legalismo y austeridad, oratoria, honradez de escaparate, a costa de su sombra trágica”, lapida Céspedes. Un diputado suyo quiso una ley declarando “traidores a la patria” a todos los jefes, oficiales y soldados que cayeron prisioneros. Todo su gobierno fue increíble.