Es hora de mirarnos frente al espejo y reconocer la realidad que se refleja. Seguir negando que Bolivia se encuentra en conflicto es condenarnos a la mentira y arriesgarnos a una guerra fratricida. Es hora que la palabra tome la palabra y se conjugue a sí misma para posibilitar el diálogo entre nosotros. Es hora de dejarnos de eufemismos y decirle al mal que sabemos que está en nuestras pupilas.
“Es obligación comunicarnos, obligación de dialogar, es un principio del vivir bien”, dijo David Choquehuanca en su discurso de posesión como vicepresidente del Estado Plurinacional, una pieza magistral de oratoria plena de sabiduría y filosofía ancestral en la que nos convocó a la tan necesaria reconciliación nacional.
La Constitución Política del Estado de Bolivia que, sin duda alguna, incluye grandes aciertos también contiene grandes mentiras y contradicciones. En el hermoso Preámbulo se lee: “Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la Colonia”, desde la declaración filosófica e histórica de nuestra Carta Magna empezamos con una falacia al afirmar que el racismo recién lo sufrimos desde tiempo de la Colonia, cuando en nuestro continente, antes de la llegada de los españoles, existían pueblos que sojuzgaban a otros pueblos y ejercían la discriminación y el racismo contra ellos.
Lo mismo sucede con la versión de que unos cuantos españoles derrotaron a miles de guerreros de nuestros pueblos indígenas, esas hazañas fueron posibles por el decidido apoyo de otros pueblos, unos contra otros, esa es la verdadera historia de la humanidad. Las cosas no cambiaron mucho en la República, tampoco con la Revolución Nacional que permitió que Bolivia ingrese a la modernidad, pero que dejó inconclusa la tarea de la inclusión de los pueblos indígenas y, a decir verdad, tampoco con el Proceso de cambio, en el que las diferencias raciales, sociales, económicas, culturales, políticas y religiosas se visibilizaron, pero no se resolvieron y, en algunos casos, se agudizaron.
Llegamos al fatídico año 2020 cargados de pandemia, muertes, odios y resentimientos, los 21 de por medio, siempre mirando atrás, olvidando que si miramos atrás tiene que ser para comprender el pasado, no para reivindicar rencores; ahora debemos mirar adelante y en este proceso debemos asumir que existen múltiples maneras de entender la reconciliación de nuestra nación; maneras que pueden variar según el contexto regional, social, político, religioso y/o cultural, así como el sentido que cada persona como individuo o la comunidad como ente social les asigna a esas categorías. Es necesario que construyamos relaciones sociales renovadas, creativas y solidarias desde una posición humanista que busque la validación de lo intercultural y de lo nacional.
En la actual sociedad boliviana la presencia de lo indígena u originario está vigente en lo cotidiano, aun en aquellos sectores que somáticamente no son ni siquiera mestizos. Aunque también lo occidental lo está en el mundo indígena, un ejemplo es la vestimenta de la chola en todas sus expresiones regionales cuyos orígenes son españoles al igual que el tipoy o la camijeta en el oriente impuesta por los jesuitas.
Sabemos que resiliencia es la capacidad que tenemos los seres humanos de sobreponernos a las adversidades, de aceptar el dolor y seguir adelante. “También se entiende como resiliencia la capacidad de asimilar /absorber daños de cierta magnitud y a pesar de ello permanecer competente”, de igual manera podemos aceptarla como recuperación y los bolivianos tenemos esa capacidad. Ahora más que nunca se hace necesario mostrar, a quienes quieran ver, que hay cosas que, a lo largo de más de ciento noventa y cinco años de vida republicana en común, nos unen como habitantes de una patria que compartimos con nuestros defectos y nuestras virtudes. Cada uno de los bolivianos hemos aportado lo nuestro en la construcción cotidiana de la interculturalidad y por eso creo que son más las cosas que nos unen que las que nos separan.
Sin duda alguna estamos en un nuevo tiempo y según Choquehuanca: “El nuevo tiempo significa escuchar el mensaje de nuestros pueblos que viene del fondo de sus corazones, significa sanar heridas, mirarnos con respeto, recuperar la patria, soñar juntos, construir hermandad, armonía, integración”. Lo mismo señaló la recién posesionada ministra de la Presidencia, Marianela Prada: “Vamos a tender puentes para el reencuentro, para valorarnos y aceptarnos. La pluralidad política es un bien esencial en la democracia. Debemos rectificar nuestros errores y profundizar los aciertos. (…) “Nos toca sanar heridas, porque venimos de sentir miedo, dolor, incertidumbre, venimos de luto entre muchas familias por la violencia que hemos vivido en los últimos tiempos”, y cerró su brillante y humanista discurso con una sentida recomendación: “El país nos necesita trabajando por la justicia social contra la pandemia, la crisis política, social, económica, ecológica y contra toda forma de violencia hacia la mujer. ¡Ni una menos!”.
Hay que pensar lo nacional desde lo plural, aceptando que las bolivianas y los bolivianos no poseemos una cultura uniforme pero que estamos orgullosos de ser diversos. El nuevo proyecto nacional que surja de esta crisis sanitaria, económica y social, debe basarse en este presupuesto tomando el proceso histórico vivido hasta hoy, el pasado según los aimaras es lo que está adelante, es lo que se puede ver para aprender. El desafío de hacerlo mejor que nuestros antepasados y mejor que ayer es de todos nosotros, indígenas, originarios, campesinos, afrodescendientes y “población culturalmente diversa”, como nos encasillaron a los mestizos en la CPE, a los “ninguno”, a los que no tenemos adscripción étnica nativa, todos nosotros debemos tomar este momento histórico como una oportunidad para reencontrarnos.
En cuanto a los discursos de Luis Arce, presidente del Estado Plurinacional, destaco la necesidad de justicia; sin embargo, la justicia debe ser para todos, no solamente para los muertos de Senkata y Sacaba, también para los de Montero y Cochabamba; por lo demás creo que un mandatario no debería repetir viejas y dañinas consignas de odio, quizá impuestas por el poder detrás del trono, por un “paragobierno”; así como Bolivia necesita encontrarse, nuestro presidente necesita reencontrarse consigo mismo, ser Luis Arce, el presidente que el pueblo eligió. Sin embargo, no quiero que estas sospechas me quiten el sueño porque por ahora quiero soñar con un país sin rencores, creer que la reconciliación es posible, ahora quiero recordar el poema de Gustavo Wilches-Chaux. “No más horas de silencio. / No más meses de silencio. / De ahora en adelante/ por cada muerto. / un grito. / que le desgarre los oídos. / a la muerte”. Quiero hacerlo, porque si bien no voté por el MAS, son mi Gobierno y lo reconozco porque así debe ser, porque quiero que le vaya bien a mi país, creo que todos los bolivianos nos merecemos que nos vaya bien y sería muy mezquino de nuestra parte desear lo peor para nuestro país, sería suicida. A nosotros nos impulsa el amor y pondremos lo mejor de nosotros para lograr la reconciliación nacional.