En la madrugada del 9 de septiembre de 1969, hace poco más de medio siglo, Guido Álvaro Inti Peredo, el jefe del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, moría por la explosión de una granada, detonada en la habitación en la que se escondía de la implacable persecución policial en curso.
De partida, los datos resultan divergentes. Hay la versión de que fue el Inti quien le quitó la espoleta e intentó lanzar la granada fuera de la casa, con tan mala puntería, que ésta rebotó para estallar adentro. Otra versión, la de su suegro, Jesús Lara, niega lo del boomerang y plantea que la granada provino de la calle Santa Cruz, de la Policía, que cercaba la casa; lo que querría decir que se impacientaron y que ya lo querían ver muerto.
Una tercera voz afirma que el Inti salió malherido de la escaramuza de una hora, acallada con la explosión y que habría muerto en las manos torturadoras de Roberto Toto Quintanilla, jefe policial asesinado en agosto de 1971 por la guerrillera Monika Ertl, en el consulado boliviano en Hamburgo. Corrían los días del “ojo por ojo” y “el diente por diente”, cuando dos aparatos armados se disparaban entre sí, tachando los nombres apuntados en sus abultadas listas negras.
La permanencia del Inti en el santoral guerrillero terminó siendo efímera. Aunque Peredo había logrado más que el Che, por ejemplo, sobrevivir a la bochornosa guerrilla de Ñancahuazú, las circunstancias de su muerte siguen cubiertas por un manto de misterio. La pregunta aún sedienta de respuesta es: ¿por qué estaba solo aquel día de su muerte?
La importancia de preservar la vida del Inti está fuera de duda. La caída del jefe hizo que varios seguros reclutas de la aventura de Teoponte desistieran, salvando con ello sus vidas. ¿Podían acaso entregarse a una estructura clandestina que descuidaba de ese modo a la propia cabeza de la organización?
Acá emergen dos hipótesis complementarias, orientadas a responder a la interrogante acerca de la soledad del Inti aquel 9 de septiembre. El ELN salió a decir que hubo delación y existen a la fecha dos nombres de potenciales infidentes. La otra explicación es que fue el propio Inti quien pidió a sus custodios que se marcharan.
¿La razón? Gustavo Rodríguez Ostria, el mejor historiador de la guerrilla boliviana, asegura en un pie de página de su libro Teoponte: la otra Guerrilla guevarista en Bolivia (2006:233) que él sabe “la razón mundana y afectiva” que llevó a Inti a ordenar su desprotección absoluta. Dicha información se esfumó en la tumba de Omar (Jorge Ruiz Paz), quien se la reveló a Rodríguez en junio de 2003, en Tarija. Nuestro historiador no pudo grabar el dato y prefirió dejarlo encriptado en su bitácora de secretos.
Lo que muchos deducen es que el Inti había programado una velada romántica, algo similar al patriarcal reposo del guerrero. Ante tal posibilidad, bastante verosímil en una organización llena de secretos inconfesables, el ELN prefirió descargar el peso de semejante muerte en las espaldas de los presuntos delatores. El héroe jamás muere por sus errores, muere apuñalado por la espalda.
¿Quién era más culpable de la fragilidad del Inti encerrado en aquel cuartucho?, ¿el “soplón” o el custodio negligente?, ¿el traidor? o quizás más bien el pésimo estratega que permitió que Peredo durmiera aquella noche solo en una casa, que más parecía una ratonera que un refugio, con al menos dos opciones de fuga.
La perturbadora muerte del Inti, la cruel ejecución, a manos del ELN, de sus propios militantes José Gamarra Quiroga (Pepe), Genny Köller Echalar (Victoria) y Elmo Catalán Avilés (Ricardo), el fusilamiento de Carlos Brain Pizarro y Federico Argote Zuñiga el 26 de septiembre de 1970, en Teoponte, por haber robado unas latas de sardinas, la súbita suspensión de la ayuda cubana en agosto de 1969, cuando el proyecto guerrillero ya era irreversible y la entrega al ELN de al menos un millón de dólares, en 1975, como donación de la guerrilla argentina (el ERP) son sólo algunos de los misterios pendientes, cuyo esclarecimiento no llegará, en parte, debido a la glorificación actual de la ideología guevarista.
Cada uno de estos flancos desvencijados de las operaciones armadas en Bolivia tiene, seguro, una o varias “razones mundanas”, que ayudarían a derribarlos. A quienes vimos caer inocentes, gente a la que amamos, nos gustaría, quizás, leer, alguna vez, una historia “mundana y afectiva” que retrate, al fin, a seres humanos sumergidos en sus dilemas y no a supuestos “hombres nuevos”, tan mustios como celestiales.
Rafael Archondo es periodista.