Maurizio Bagatin
Al lobo solitario no le falta nada, en su territorio el equilibrio salvaje le ofrece proteínas, agua y amor. Cuantas veces, deseando todo, no saboreó nada. Ahora que pide poco, goza de todo.
Un limón verde para las noches más largas, una granada para que el óxido de los días no penetre la medula y deje a la sal fluir lentamente entre las fisuras. Serán las hormigas y los insectos más generosos, el canto experto y estridente de las cigarras, la mirada perpleja de un grillo, ellos que desde el alba del mundo van indicando los caminos. Bajo la hiedra abandonada o entre las hojarascas que son refugios de las tímidas arañas, en la quietud del tiempo, ni la humedad y la sombra quiebran la paz. El hilo de luz solar que directo penetra, es un temblor que invade, un temor que sacude. ¿Cuál será la emoción o el pánico de todas estas formas de vida?
No es la oruga inocente o el topo en el sueño de la virginidad. Rimbaud ya no vive aquí.
Son noches insomnes al perfume de membrillo de unas sábanas color pastel. La fuerza de la lana de ovejas de una frazada pesada como todo el tiempo del mundo. Y a la sola luz de una media luna, todo parece ser eterno, el instante, como una estatua griega.
Mirando el negro de la montaña, lejos, los colores que se van formando y disolviendo en un solo color, un atardecer que ya es crepúsculo, y parece tocarlo el silencio y la calma del mundo.