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La novela del dictador

Augusto Vera Riveros

Reseña

Si no tuviera constancia del pensamiento crítico pero también creador de Ignacio Vera de Rada, diría que es un discípulo cumplido de John Locke y Adam Smith. Pero el joven escritor, luego de desentrañar las teorías filosóficas, políticas y económicas clásicas, ha ido más allá en esa corriente que signa su paso por el mundo de sus sólidas convicciones —a estas alturas de su aún joven vida—, situándose en la necesidad perentoria —como él mismo manifestó varias veces en intervenciones de prensa escrita— de una modernización de los postulados del liberalismo, doctrina que, en lo substancial, le ha inspirado también ésta su nueva producción literaria que verá la luz en poco tiempo: La novela del dictador.

Su entrega generosa y declarada a la instauración de gobiernos respetuosos de los derechos individuales y las libertades ciudadanas debió ser la motivación que lo indujo a la composición de una novela novedosa en el ámbito de las letras bolivianas por la temática que aborda. Todo eso en lo ideológico. Porque la obra, que será presentada en la Feria Internacional del Libro, posee en lo literario connotaciones simplemente incitadoras a una disección exhaustiva de su técnica y argumento.

Tampoco diría que se trata de una narración irreverente con la milicia boliviana. La novela del dictador más bien es una acusación fundada de la desviación que hasta hace algunas décadas imperó en las Fuerzas Armadas de la América hispana principalmente, que pintaron su historia de rojo sangrante sobre todo en la subregión. La novela acude a un periodo que, en retrospectiva y en primera persona, narra el mismo protagonista de la trama, centrando la historia en la escalofriante presidencia de un dictador boliviano (uno de los muchos que hubo en el país). Emilio Saavedra del Villar, uno más de la legión de defensores de la democracia que tuvieron que cambiar su destino para que el mismo destino lo colocara por unos días en el escenario que 35 años antes había dejado abruptamente, asume el rol protagónico de la historia de esta nueva novela de Vera.

Las convicciones ideológicas del autor le llevan a senderos en los que es imperiosa la interpelación a todo tipo de autoritarismo, de manera que poco importa si las dictaduras son de derecha o de izquierda. Ambienta la narración de la novela en la década de los 70, cuando se produjo una de las tiranías más prolongadas de la trágica historia de Bolivia. El demiurgo literario, que, como es de suponer, aborda como tema central el poder y todas las connotaciones que cuando se lo obtiene al margen del derecho deja en cualquier sociedad, crea un vínculo entre ese poder y la escritura a través de la fuerza ejercida por su pluma y la deconstrucción acelerada de cuanto valor democrático el país haya podido alcanzar hasta esa década, y un año más, de barbarismo gubernamental. Y aunque no de una manera directa, todas las novelas de dictadores se caracterizan en alguna medida por un compromiso político que conduce a denunciar esa especie de cesarismo, mostrando para este cometido la figura del dictador en sus aspectos más manipuladores. A pesar de ello, la novela de Vera de Rada no entraña nexos militantes con doctrina política alguna, es decir, hablando de la narración misma; por lo que de ningún modo se podría clasificar a La novela del dictador en la llamada “literatura política comprometida”. Y es que, en ese contexto, la lectura de la obra no abre la puerta a una perspectiva política absolutamente definida, orientando más bien el mensaje que entraña el argumento al análisis psicológico de la desmesura, la decadencia y la soledad que suponen el poder.

Ahora bien, no es casual, hablando de la novela latinoamericana, que este género esté mucho más explotado precisamente en este hemisferio, donde hubo periodos nefastos de dictaduras militares. En el caso de nuestra novela, el autor plantea un periodo absolutamente preciso de las dictaduras; una sugerencia que no necesita mucho esfuerzo mental para identificar al dictador de la historia, que adquiere relevancia respecto a los otros personajes ficticios, los cuales también tienen papeles protagónicos en la narración. Cabe recalcar, empero, que el personaje central y los secundarios —que tienen una mezcla de héroes con insurgentes— son absolutamente ficticios.

Aquí la historia en dos pinceladas: el consagrado periodista paceño Saavedra del Villar —estudiante de leyes por imposición paterna pero escritor por vocación—, que 35 años antes se daba modos para redactar junto con otros jóvenes rebeldes y de manera anónima el periódico-volante La Clandestina, vuelve desde Londres a la gran urbe del Illimani para rememorar la dictadura boliviana para un trabajo encomendado por una importante casa periodística británica (reflejando exactamente lo que el autor proclama siempre que tiene oportunidad: que la historia, para ser relatada con prudencia y con objetividad, debe tener en los hechos que se pretenden documentar un periodo de maduración que evite que las pasiones del momento deformen la verdad de los acontecimientos).

La perspectiva se centra en el dictador mismo, pero el protagonismo literario se enfoca en el puñado de jóvenes que le da substancia a la narración ficticia, la cual, a través de Emilio Saavedra del Villar, hace una consagración del monólogo interior (por tanto no hay narrador omnisciente), el flujo de conciencia, la fragmentación narrativa y la pluralidad de puntos de vista que, más allá de un fundido afecto entre todos, aquél comparte con el Lacio y el Zorro (sus amigos de juventud), alcanzando su cima en una memorable confrontación de ideas que le da substancia al conjunto de la novela. Y es que aquel día en que los tres jóvenes intelectuales decidieron disipar sus almas, sustrayéndose, aunque sea por un día, de los avatares de esos años aciagos (“tiempos recios”), de sus preferencias ideológicas y aún de sus desamores, terminaron allá en el Valle de las Ánimas, presumo que frente al portentoso Illimani (montaña da título a algunas subsecciones del libro), enfrascándose en una discusión espiritual de credos, ideas y opiniones. Pero decíamos que es el General el protagonista argumental, con su figura esperpéntica retratada como un sátrapa que ejerce el poder sin merecerlo, aludiendo sutilmente, como casi en todas las dictaduras especialmente militares ocurre, a esa repugnante asociación entre el poder y los senos femeninos, que ha destruido familias y cambiado el destino de quienes han soñado construir país desde su propia tierra.

La novela del dictador no omite el amor. Y ahí está la historia conyugal del protagonista y Margarita, quien ha cambiado el rumbo de su vida —hablando de su vida privada— convirtiéndose en el pilar de una frondosa familia cuya prole —como ha ocurrido tantas veces en la vida real debido a estas burdas formas de la política— casi ignora su ascendencia y la misma la tierra de tantas correrías de sus padres.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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