Araceli Otamendi
El estado de gravidez o la panza, como se prefiera, es avanzado. Falta poco para el nacimiento, es una extraña sensación: voy a reventar, mi panza explotará y quedaré vacía aunque tendré como compensación en mis manos un niño o una niña. ¿Cómo será?
A duras penas puedo salir a la calle y detener un taxi. Antes, una mujer no ha dejado de tocar el timbre, de llamarme por teléfono, de encararme en la calle… Pero ¿quién es? Me he escapado de ella y aquí estoy en camino a la clínica. Siento las patadas muy adentro, las contracciones, son cada vez más fuertes, me duele la espalda y no sé si voy a llegar a tiempo. No se preocupe, no me mire así, no lo voy a tener aquí adentro, no le voy a ensuciar el tapizado de su auto pero, ¡apúrese!…
Las contracciones son muy fuertes, doctor. “Va a nacer enseguida”-dice. “La veo, la he visto a través de la piel”-digo. La piel de mi panza es transparente como un papel de celofán. “La he visto y ya sé cómo es, aunque usted todavía no la vea, doctor”. Es preciosa, es como una muñeca. ¡Fantasías! La imaginación vuela. ¿Por qué tengo que explicarle a usted cómo la he visto? La cabecita es redonda y el cuerpo se parece a un muñeco, lleno de curvas. ¿Y tiene manos? ¿y tiene pies? “Es preciosa”-le digo, porque la he visto, ella es rosada, redonda, bellísima. Las contracciones son cada vez más seguidas y va naciendo, doctor, no la deje caer, ya sale, ya sale… Ya salió.
¡Es una muñeca! Sí, es una muñeca. He parido una muñeca de cristal. Redonda, chiquita, preciosa, la cabeza es como una naranja, transparente. Mueve los ojos, ¿los mueve? Pero señor ¿de qué se asombra? Si es una muñeca de cristal, nada más. Mírele las manos, ah, pero…una de las manos ¿qué ha pasado? Es que se ha roto, se ha roto la pequeña mano. El doctor tiene la solución: la pegaremos con un pegamento especial y todo se va a solucionar, todo.
¿Se solucionará? Todo se va a solucionar…
El pegado de la mano al bracito se realiza sin mayores dificultades. Todo es cuestión de esperar. No me parece raro haber parido una muñeca de cristal, tan redonda y bella. Es transparente y hasta podría estar en una vitrina, pero no la pondría ahí, se moriría, necesita respirar, está viva. Hay que darle de comer y en seguida empieza a mamar y luego llora, grita, y otras cosas más. ¡Hermosa muñequita mía! Te miro embelesada, soy tu mamá. Mirémonos al espejo. ¡Qué belleza, hermosita! ¡qué belleza! Nunca había soñado con una muñeca así y ahora la tengo, hermosita, linda, muñequita de mamá. ¿Qué te pasa?
Me siento extraña. He parido una muñeca de cristal que come, duerme, se ensucia, llora, grita. ¡Ay, cómo duele! Y ¡qué vacía estoy ahora sin la muñeca en mi panza!
Pero tengo la compensación en mis manos, en mis brazos, es esta muñeca de cristal que dormida se parece a una muñeca que tuve alguna vez, cuando era niña y me gustaba jugar a las muñecas. ¿Te hacía dormir, te acordás? Dormías junto a mí, al lado de mi panza, tapada con las sábanas. Juntas dormíamos las dos. Te apretaba fuerte cuando los maullidos sonaban durante la noche en el techo. Aquella noche, antes de la mudanza, cuando todos los objetos estaban contenidos en cajas, cómo maullaban, Dios mío, cómo maullaban, parecían bestias salvajes corriendo de un lado al otro de la casa. Tenía miedo, la oscuridad, sombras en el jardín y los maullidos entonces te tomé muy fuerte para que me acompañaras hasta que amaneciera y los gritos de los gatos se callaran definitivamente.
Pero después me hice grande y te olvidé, te quedaste sentada en la cama o en alguna silla, después de la mudanza perdiste tu significado y no sé qué lugar ocupaste, pero ya no era el mismo de antes. Y ahora, no sé si es el recuerdo o la niña que ha empezado a llorar otra vez lo que me impulsa a buscar ese juguete viejo y comparar su imagen con la que tengo guardada en la memoria.
He tenido una muñeca de cristal, la he parido en mi imaginación y en mi sueño se devela como una niña de carne y hueso. Y en mi realidad se devela como una muñeca de cristal, como un sueño. Extraño sueño este, como extraña e impredecible es también la realidad.
(c) Araceli Otamendi / Escritora argentina