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La muerte del sol

Los mayas fueron grandes científicos, pero no conocían muy bien sus entrañas. Escribieron y se perdieron en luchas intestinas. En un brillante cuento de Augusto Monterroso, El eclipse, toda la sabiduría del pueblo maya se revela y deja amarga la crueldad del obispo Diego de Landa y sus seguidores. Luego, una civilización tan avanzada se eclipsó por decisiones tan equivocadas como las que vemos hacer por nuestra civilización. Repetimos errores, seguimos contestando con respuestas equivocadas a preguntas equivocadas, como un sordo, decía Tolstoi, que contesta a preguntas que nadie le ha hecho.

La gran obsesión de Lyotard es el envejecimiento del sol: “Pero la cuestión no es ésa. Mientras tanto, el sol envejece. Explotará dentro de 4 .500 millones de años. Ha superado por poco la mitad de su vida. Es como un hombre de cuarenta y tantos años que tuviera una esperanza de vida de ochenta. Con su fin, habrán terminado también vuestras cuestiones insolubles. Tal vez, impecablemente bien tratadas, queden sin respuesta hasta último momento, pero ya no habrá razones para plantearlas ni lugar para hacerlo. Explicáis: no se puede pensar el fin de nada porque fin es límite, y para concebirlo hay que situarse a ambos lados de él. De manera que lo que se termina debe poder perpetuarse como pensamiento para que sea posible decir que ha terminado. Ahora bien, esto es cierto de los límites que corresponden al pensamiento. Pero después de la muerte del sol no habrá pensamiento para saber qué era la muerte”. A los más sensibles, la tormenta solar de estos días nos hace recuerdo este íncipit de Lyotard, los filósofos siguen admirando, hasta el pensamiento morirá con el sol y también la civilización del espectáculo desaparecerá.

Seguimos con las bocas abiertas por las extraordinarias bellezas de lo incomprensible, por los fenómenos naturales y por la mentira del arte, que es la inutilidad mas fabulosa. También cuando reconocemos una habilidad, cuando alcanza el genio o la contemplación. En el arte y en la vida, que es lo mismo. Arriesgamos perder esta emoción primordial, sin la inocencia en los ojos y en nuestras mentes, y no gozaremos del instante, de la ilusión si no olvidaremos los nombres de las cosas.

La muerte del sol no es algo que percibimos, su imperceptible belleza puede conservarse solamente en las palabras de un poeta, en las manos de un trabajador, en los ojos de una madre y en el llanto de un niño: “El sol deslumbra si vienes de la oscuridad. Demasiada luz hace daño a los ojos. Pero tarde o temprano te acostumbras. Siempre te acostumbras”.

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